Hay períodos horizontales –algunos, como Thomas Friedman, creyeron hace unos años que el mundo era ya definitivamente plano– y períodos en los que se vuelve a imponer una verticalidad. En muchos sentidos estamos volviendo a pasar de la horizontal a la vertical con, por ejemplo, fronteras en las que se erigen en muros, o cuando vuelve la proliferación de armas de destrucción masiva y de misiles de largo alcance. La verticalidad se hace notar también en términos sociales. Vuelve a hablarse de clases sociales, aunque no en el tradicional sentido marxista de lucha entre ellas, sino de desclasamiento de las clases medias, o del surgimiento del precariado. El ascensor social tiene esa dimensión vertical, y no está funcionando como en otras épocas, a pesar del renovado crecimiento de muchas economías tras la crisis.
Quizás estemos viviendo lo que Dennis J. Snower llama el “gran desacoplamiento”, que califica de “peligroso” frente al anterior que resultaba “conveniente”. La integración de la economía mundial no se ve correspondida por una integración similar la sociedad mundial. Y cuando el progreso económico no se refleja o no se vincula con el progreso social, se genera entre los que quedan relegados un descontento que acaba teniendo una traducción política. Es lo que puede estar pasando en muchos países ante la recuperación, la salida desigual de la crisis o antes, con la globalización, que, ya se reconoce de forma general, ha producido ganadores y perdedores. Esa horizontalidad no ha funcionado igual para todos y está traduciéndose en verticalidad, no sólo por el libre (más que justo) comercio sino también por el impacto vertical de una tecnología que se suponía niveladora. Para Snower, debido entre otras razones al empuje tecnológico, estamos a las puertas de un nuevo desacoplamiento “de una amplitud y profundidad como no habíamos encontrado hasta ahora”.
Snower, presidente del Instituto Kiel para la Economía Mundial es uno de los dos co-presidentes del T20 (Think 20) –la red de think-tanks de países del G20 y más allá, a la que pertenece el Real Instituto Elcano–, que celebró una cumbre la semana pasada en Berlín, capital del país que ejerce la presidencia anual de este foro, que no institución. El gran desacoplamiento entre economía y sociedad, y sus diversas causas, fue uno de los temas centrales de debate, aunque hubo otros. Como es natural, en un entorno forzosamente diverso (y representativo) hubo discrepancias. El citado proceso se está dando cuando las economías avanzadas, industriales o posindustriales, se están recuperando de una crisis que no han pasado las emergentes –algunas se ven ahora afectadas– si bien estas también han experimentado un marcado crecimiento de la desigualdad. En la OCDE, el 43% de la gente de los países miembros ha quedado relegado. Martine Durand, jefa de Estadística de esta organización, citó un dato inquietante: en Europa la expectativa de vida a los 25 años puede variar en hasta ocho años según los niveles de estudio, y el nivel de estudios depende en buena parte del nivel de ingresos de los padres. Aunque no se trata sólo de personas. Toda una serie de empresas han quedado relegadas.
El tema de la inclusividad como política ha entrado de lleno en la agenda del T20, y del G20, medida no sólo en PIB por habitante, o en redistribución de ingresos, sino también en bienestar. Va a requerir un enfoque integrado a la vez nacional e internacional, y poner a la gente en el centro, a lo que se comprometió la siguiente presidencia argentina del G20. Como señalara Marc Fleurbaey de la Universidad de Princeton, hay que “preparar a la gente para la vida y apoyarla en la vida”, en lo que resulta central la apuesta educativa, especialmente ante el desafío tecnológico y su cuestionado impacto en el empleo y en el concepto de trabajo. Si bien, como apuntara Ylva Johansson, ministra sueca de Empleo, no se trata de proteger los empleos, sino a los trabajadores.
La idea de renta básica hizo acto de presencia, aunque el que se mostró más tajante en su contra fue el premio Nobel de Economía Edmund Phelps, para el cual su aceptación equivaldría a una “admisión de derrota”, a tirar la toalla. Si varios de los intervinientes abogaron por más política social, la cuestión de con qué impuestos sufragarla fue una cuestión central de estos debates, sin genuina solución. Hacer que la digitalización beneficie a todos es un objetivo loable, pero nadie sabe aún cómo, ni hay consenso sobre sus efectos. De hecho, la siguiente presidencia argentina del G20 quiere que haya un esfuerzo para acordar indicadores a este respecto.
Tras una década disruptiva, “no tenemos decididas las prioridades adecuadas, incluyendo sobre los efectos de la digitalización”, señaló Richard Samans, director gerente del Foro Económico Mundial, para el cual, este fenómeno, englobado de forma general bajo el paraguas de la Cuarta Revolución Industrial, ha producido “una polarización política”. Sin embargo, para Phelps no hay que preocuparse tanto de los populismos, que han llegado para quedarse, sino aprender a dialogar con ellos.
De alguna manera, pero no se sabe aún cual, corregir el gran desacoplamiento llevaría a que lo vertical se vuelva de nuevo más horizontal. No lograrlo acentuaría la verticalidad. Y los momentos verticales suelen resultar más peligrosos.