La máxima representante de la diplomacia europea, Federica Mogherini, ha visitado recientemente China para conmemorar el 40 aniversario del establecimiento de relaciones entre la entonces Comunidad Económica Europea y el gigante asiático. Esta visita no se ha limitado a actos conmemorativos, también se ha celebrado la quinta ronda del diálogo estratégico bilateral, donde ha quedado patente lo mucho que ha cambiado esta relación desde el 6 de mayo de 1975 debido fundamentalmente a las profundas transformaciones experimentadas por la República Popular China en estas cuatro décadas.
La China actual está muy lejos de la China maoísta de mediados de los setenta. Es más, ni siquiera tiene mucho que ver con la China del ocaso de la Guerra Fría, cuya descomposición política, económica, e incluso territorial, era dada por sentada por la mayor parte de la comunidad de expertos occidentales. No, China ya no es un país que necesita la cooperación al desarrollo europea y que pugna por ser aceptado en los organismos internacionales establecidos por las potencias tradicionales. Gracias a su boyante liquidez, con unas reservas de divisas que rondan los 4 billones de dólares, Pekín asume ahora un papel proactivo en la escena internacional, liderando iniciativas de gran calado que obligan a reaccionar a Europa.
La Nueva Ruta de la Seda, que aspira a mejorar las comunicaciones entre los dos extremos de Eurasia y también África, o la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB, por sus siglas en inglés), que surge como alternativa al Banco Asiático de Desarrollo, son dos buenos ejemplos de este intercambio de papeles, en el que Europa pasa a asumir un papel más reactivo. Estos proyectos pueden ofrecer sustanciales oportunidades económicas para Europa y además contribuir al desarrollo y, por consiguiente, a la estabilización de regiones próximas a la Unión Europea. Por tanto, no es de de extrañar que la mayor parte de los estados miembros se hayan sumado a estas iniciativas. El problema es que lo hayan hecho de manera descoordinada y que haya sido a posteriori cuando ha comenzado a plantearse una estrategia europea sobre esta cuestión. En este contexto, la alta representante Mogherini ha declarado públicamente en Pekín su intención de buscar sinergias entre estas iniciativas chinas y los programas europeos de vecindad y de fomento de la conectividad y las infraestructuras. Por ejemplo, la jefa de la diplomacia europea anunció que se explorará una posible vinculación del Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas con la nueva Ruta de la Seda, oficialmente conocida como “Una Franja, Una Ruta”.
La agenda del diálogo estratégico bilateral también evidencia una asimetría en la influencia de europeos y chinos en materia de seguridad. China es un actor relevante en Europa Oriental, el norte de África y Oriente Medio, de ahí que se hayan abordado cuestiones como la crisis de Ucrania, la desestabilización de Libia, o los conflictos de Siria e Irak. En términos generales, aunque preocupan las implicaciones del acercamiento sino-ruso, Bruselas considera que Pekín puede jugar un papel constructivo en todas estas cuestiones, entre otros motivos, por su pujanza financiera, su oposición al uso de la fuerza en Ucrania, y su capacidad para luchar contra el Estado Islámico.
Este reconocimiento de la Unión Europea de la capacidad de interlocución de China para afrontar graves amenazas para la seguridad del Viejo Continente contrasta con el desinterés de Pekín por analizar conjuntamente desafíos para la seguridad de Asia Oriental, como las crecientes tensiones en el Mar del Sur de China y en el Mar de China Oriental. La explicación no radica en nuestras divergencias sobre estos conflictos, China mantiene discrepancias más acusadas en estas cuestiones con Estados Unidos y, sin embargo, discuten sobre ellas. La clave es, sencillamente, que Europa carece de ascendencia militar y estratégica en la región, lo que nos convierte en un actor prácticamente irrelevante. Esta asimetría se agravará en el futuro a menos que Europa revierta la coyuntura actual y camine hacia un mayor dinamismo económico y una mayor integración política. De lo contrario ¿se imaginan cómo serán las relaciones entre China y Europa dentro de 40 años?