Esta vez las encuestas no se han equivocado. Aunque tampoco se equivocaron en las elecciones del 2016. Entonces, se predijo que Hillary Clinton ganaría por dos puntos a Donald Trump, y lo hizo en el voto popular. Pero no ganó en estados claves como Michigan, Pensilvania y Wisconsin, alguno de los cuales la candidata ni siquiera pisó y donde no hubo casi ni encuestas. De ahí salieron los 80.000 votos que dieron la victoria a su rival. El fallo estuvo en escoger o hacer las encuestas adecuadas, no en los datos que revelaban. No obstante, quizás por el recuerdo de hace dos años, el nerviosismo previo a celebración de las elecciones entre los demócratas era más que evidente (no hay más que ver el último Saturday Night Live).
Y salió más o menos tal y cómo se había previsto:
- Hubo una gran movilización tanto de demócratas como de republicanos que revelan la creciente “nacionalización” de unas elecciones que deberían ser más locales. También pone en evidencia uno de los grandes cambios estructurales en EEUU que es la desaparición de los medios de comunicación locales, sin los cuales queda en el aire quién informa a los ciudadanos sobre los asuntos más locales sobre los que deberían votar.
- Los demócratas han ganado la Cámara Baja, poniendo de manifiesto la fragilidad del GOP fuera de las zonas más rurales y conservadores y el declive en los tradicionales suburbios republicanos (como Florida, Denver o Virginia). Además, ha puesto en evidencia la impopularidad de Trump entre jóvenes y mujeres.
- Los republicanos amplían la mayoría en el Senado, gracias a que estas midterms han sido un referéndum sobre el presidente, una figura impopular pero con una economía que marcha muy bien que ha alentado la polarización en las últimas semanas con nuevas propuestas frívolas y alentando el miedo a lo que viene de fuera. El Senado también ha puesto de relieve las limitaciones demócratas más allá de los centros urbanos así como la desaparición de los demócratas del sur. Carecen de una organización permanente en muchos estados sureños lo que hace que tengan que empezar de cero en cada nueva elección lo que no ayuda a los resultados finales.
- Ha habido un importante avance de los demócratas en la carrera de los gobernadores. Ésta puede ser una de las claves para el 2020. Si en 2010 una mayoría de gobernadores y legisladores republicanos delimitaron los distritos electorales a su favor, en 2020 serán los demócratas los que tengan esa oportunidad. Aunque lo ideal sería que establecieran unos nuevos estándares para delimitar los mapas electorales sin recurrir al cuestionado gerrymandering.
Los demócratas deben ser optimistas, pero conviene que sean cautos porque, a pesar de la victoria parcial, no han dado con la fórmula para derrotar a Donald Trump en el 2020. A lo largo de últimos meses Trump ha hecho hincapié en esa narrativa sobre lo que significa ser americano, sobre quiénes son los buenos y los malos, historias donde él es el héroe. Los demócratas, por su parte, se han centrado en el tema de la asistencia sanitaria, sabedores de su popularidad tanto en unos como en otros. Pero no han desvelado la cuestión de qué nación quieren, de qué valores encarnan, ni de qué dirección quieren para el país.
De ahí que surjan dudas de cómo será el caucus demócrata de la Cámara Baja, desde donde pueden controlar la agenda legislativa, el tema presupuestario y, por qué no, recuperar cierto poder en materia de política exterior. Hay muchas caras nuevas, jóvenes, mujeres, algunos progresistas, pero también moderados que apoyan la Segunda Enmienda —posesión de armas— o que prefieren mantener algunas restricciones al aborto. Los más liberales pedirán a gritos un impeachment contra el presidente y la creación de numerosas comisiones de investigación, mientras que los líderes más cercanos al establishment preferirán hablar de infraestructuras, del precio de los medicamentos y de la inmigración. Si Nancy Pelosi encabeza la mayoría demócrata de la Cámara Baja deberá buscar un equilibro entre los deseos de venganza y el mandato electoral que les pide hacer algo. Si opta por la simple obstrucción, podrá alinear a los votantes independientes o indecisos hacia el otro lado en las presidenciales del 2020. Y si consigue entenderse con Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado que además ha perdido a algunos de sus miembros más moderados, será una señal de que es posible el entendimiento.
¿Y hacia afuera? Es dudoso que haya un gran cambio en la manera de actuar la Casa Blanca y de sus políticas porque, aunque el Congreso tiene la potestad de aprobar tratados, de iniciar investigaciones relacionadas con la política exterior y la seguridad nacional y de regular el comercio, en las últimas décadas ha abdicado muchas de estas responsabilidad en el presidente. Quizás ésta sea la ocasión de cambiar esa tendencia. Pero dependerá del interés de los propios demócratas por hacerlo y de su relación con el presidente y el Senado. Si hay una continua confrontación entre Congreso y presidente, ésta solo debilitará la acción exterior de EEUU. E incluso cabe la posibilidad de que algún actor externo —por ejemplo, Europa— se encuentre en medio de un fuego cruzado entre las partes.
La victoria en el Senado del ya Partido de Trump dice además que el presidente será un duro rival en 2020. Y cuanto más tiempo pase Trump en la Casa Blanca, más erosionará la relación con gran parte del mundo.
Lo que ha quedado claro es que, tras largas colas y una gran movilización, a los que les gustaba Trump les sigue gustando, y a los que no les gustaba les sigue sin gustar. Lo que sin duda ha mejorado es la imagen que proyecta EEUU hacia el exterior. EEUU ya no solo es Donald Trump.