La solicitud del presidente Andrés Manuel López Obrador de que España pida perdón por la conquista del Imperio mexica (1519-21) desató un huracán de declaraciones y algunas agrias polémicas. A simple vista, esto parecía confirmar las afirmaciones del mandatario mexicano sobre una necesaria reconciliación histórica entre ambos países debido a que el vínculo está roto o deteriorado.
Nada más lejos de la realidad. Las relaciones entre México y España son las de mayor profundidad e intensidad en el contexto iberoamericano. Ningún otro país de América Latina mantiene lazos tan fuertes con España como México y la importancia del vínculo no se circunscribe únicamente a lo intergubernamental y ni siquiera a la vertiente material, proyectándose con fuerza extraordinaria en lo simbólico y en otras muchas áreas de la realidad.
“Gracias a estos lazos, de profundas raíces históricas, las relaciones hispano-mexicanas pueden calificarse de excelentes, aunque obviamente hay un amplio margen de mejora”.
Estas relaciones intensas, con sus luces y sus sombras, tienen un fuerte componente histórico. Significativamente, durante la etapa virreinal el territorio mayoritario del país que hoy se conoce como México fue llamado Nueva España. Durante los 300 años de vida efectiva del virreinato se sentaron las bases de la actual identidad mexicana, esencialmente mestiza. Tras su independencia y pese a la ruptura afectiva con todo lo español, el vínculo mantuvo su intensidad, a tal punto que durante el porfiriato (1877-1911) la colonia española tuvo un papel protagónico. Posteriormente sobrevivió a coyunturas complejas, como la Revolución Mexicana o la interrupción de relaciones diplomáticas –pero no económicas, comerciales ni culturales– durante el franquismo.
Gracias a estos lazos, de profundas raíces históricas, las relaciones hispano-mexicanas pueden calificarse de excelentes, aunque obviamente hay un amplio margen de mejora. Desde el restablecimiento de relaciones en 1977 y, sobre todo desde los años 90, el vínculo vive en un estado de reinvención permanente en prácticamente todos los ámbitos: en lo político, pero también en lo geopolítico, lo económico (véase las inversiones en ambas direcciones), en lo cultural, académico, científico, tecnológico o deportivo.
Pese a ello, este estrecho vínculo convive con molestos “ruidos de fondo” que han persistido a lo largo del tiempo como un runrún constante y que, en ocasiones como la actual, alcanzan mayores decibelios. En sí mismo este ruido es incapaz de torcer el rumbo de una relación que se ha llegado a catalogar como “familiar o fraternal”. Pese a ello se pueden crear algunas distorsiones. Esto ocurrió con la demanda de López Obrador de perdón a España por los crímenes cometidos por Hernán Cortés y todos los españoles (y europeos) que participaron en el proceso de conquista y ocupación del actual territorio mexicano, creyendo que así se lograría la anhelada reconciliación entre ambos pueblos.
México-España, una relación excelente
Tal como ha planteado López Obrador, parecería que entre ambos países y sociedades existe un foso que impide una relación fluida y normalizada, cuando la realidad es muy diferente. No sólo en lo relativo a la relación bilateral sino también en prácticamente todos los órdenes de la vida cotidiana. En el Informe Elcano 21, dedicado a las “Relaciones España–México” se señalaba que “la relación es de una profundidad, extensión e intensidad difícilmente definible y a la vez difícilmente repetible. Resulta difícil encontrar cualquier otra que tenga características similares, no sólo por la naturaleza de los contactos personales, familiares y sociales, sino también por el grado de compenetración y de similitud de aproximación a los problemas. Esto nos lleva a definir la relación como especial o inclusive familiar”.
“En todos esos ámbitos se asiste a una relación muy dinámica, mantenida en el tiempo e incluso acrecentada. Se trata de un vínculo donde prima la simetría, mucho más que con cualquier otro socio latinoamericano”.
En todos esos ámbitos se asiste a una relación muy dinámica, mantenida en el tiempo e incluso acrecentada. Se trata de un vínculo donde prima la simetría, mucho más que con cualquier otro socio latinoamericano. Así, por ejemplo, España es el segundo inversor extranjero en México, con una activa presencia de 6.000 empresas, mayoritariamente pequeñas y medianas. De este modo se ha establecido un alto grado de interdependencia económica. La inversión extranjera directa (IED) española suma unos 50.000 millones de euros y representa cerca del 10% del total y se concentra en sectores estratégicos: financiero, telecomunicaciones, infraestructura y servicios culturales. Recientemente, España se ha convertido en el primer inversor del sector energético y el segundo en banca y finanzas. Para algunas empresas españolas, México es el trampolín para expandirse a los mercados de EEUU y Canadá.
Esta simetría se ha reforzado recientemente. Desde la crisis de 2008 ha aumentado la inversión mexicana, con un stock acumulado en la última década de cerca de 20.000 millones de euros. México ya es el sexto inversor en España. No es sólo un flujo unidireccional, ya que el protagonismo y la iniciativa están en ambos lados. México se ha convertido en una zona de “oportunidades estratégicas” para España. El mencionado informe dejaba claro que “las sinergias también actúan en la economía y permitirán, a poco que cambien algunas cosas, que ambos países que actualmente y de acuerdo al Índice Elcano de Oportunidades y Riesgos Estratégicos están ubicados en la zona de “retos estratégicos” pasen a la de “oportunidades estratégicas”, un área donde se encuentra un reducido número de países, y que en el caso de España comprende a EEUU y algunos de sus principales socios”.
Retos de futuro de una alianza entre iguales
La relación México-España es excelente, pese a lo cual es importante que siga creciendo tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo. Avivar el fuego de un pasado sobre el que no existen consensos sino disensos y, al menos, dos visiones encontradas de una historia común no es el mejor camino para fortalecer la relación bilateral. Intensificar el vínculo hispano-mexicano (una relación en la que no existen graves problemas en la agenda bilateral, aparte de cuestiones más o menos irritantes como la planteada por López Obrador) pasa, en primer lugar, por dar un salto cualitativo en el vínculo. España, más que pedir perdón por lo ocurrido hace 500 años, debe reconocer al México actual como un aliado de igual estatus; no como un país latinoamericano más, aunque ya tenga un papel relevante dentro de la Comunidad Iberoamericana, sino que debe ser tratado y tenido en cuenta como la primera potencia de habla hispana que es.
“La relación México-España es excelente, pese a lo cual es importante que siga creciendo tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo”.
Hacia el futuro el reto es trabajar intensamente por reforzar la alianza bilateral desde un punto de vista cuantitativo. Hay margen para crecer impulsando algunos vínculos existentes y “aceitando” la maquinaria diplomática e institucional. Una forma de articularlo es potenciando instrumentos ya existentes, como la Comisión Bilateral, llamada a convertirse en el eje vertebrador de la “Asociación Estratégica” para dotarla de mayor contenido y continuidad. Este vínculo debería diversificarse desde un punto de vista institucional, apoyando el diálogo y la cooperación descentralizada, que trascienda la relación intergubernamental (el gobierno central español y el federal mexicano), dando un mayor protagonismo a las comunidades autónomas españolas y los estados mexicanos, así como a los ayuntamientos.
Otro espacio a recorrer conjuntamente es desarrollar alianzas geopolíticas y geoestratégicas allí donde los intereses hispano-mexicanos sean coincidentes y puedan ir de la mano. España es observador, permanente y vitalicio, en la Alianza del Pacífico. Además, los dos países en pie de igualdad comparten su preocupación respecto a América Central, impulsando programas y proyectos de cooperación triangular en materia de desarrollo. México está totalmente implicado en la estrategia de seguridad del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), donde hay una clara convergencia con la estrategia española. México es el país latinoamericano y la potencia regional con mayor interés en reactivar el proyecto iberoamericano, donde existe una buena sintonía. México y España son miembros del G-20, junto a Brasil y Argentina, existiendo la posibilidad de mejorar la coordinación entre los cuatro países.
En el terreno económico, más allá de las inversiones bidireccionales hay un amplio margen para incrementar los intercambios comerciales, dado el limitado volumen de importaciones y exportaciones. La energía es otro vector clave de la relación bilateral, junto al sector bancario, cuyo peso podría crecer en tanto descienda en México la informalidad laboral y mejoren los métodos de ahorro y crédito.
España y México están llamados a colaborar en todo lo referente a la cultura. El interés conjunto en impulsar el “poder blando” que proporciona el idioma común es prueba de ello. La cooperación cultural multilateral de los dos países se ha articulado a partir del Sistema Iberoamericano, siendo México el primer socio de España en la iberoamericanización del Instituto Cervantes. Ambos países comparten el desafío de proteger y promocionar el español en el mundo. Esta alianza tiene un amplio espacio de crecimiento. Para ello hay que diseñar nuevos instrumentos de diplomacia cultural, haciendo más eficiente los recursos destinados por ambos países a la promoción internacional del español y a la cooperación cultural y lingüística. México y España pueden impulsar el alcance y difusión de sus programas culturales. Algunas instituciones ya han abierto este camino. Es el caso de la colaboración entre la UNAM, la Universidad de Salamanca y el Instituto Cervantes en el Servicio Internacional de Evaluación de la Lengua Española (SIELE).
Una polémica inoportuna y compleja
Todos estos retos para convertir estos excelentes vínculos en una alianza estratégica efectiva provocan que ruidos como el introducido por la carta de López Obrador no sean ni eficaces ni eficientes para mejorar la relación y la vida de los ciudadanos. Y más cuando ni el método elegido (una carta filtrada a medias a la prensa) ni el tono empleado sean los más adecuados para avanzar en una reivindicación de este tipo. En realidad, la carta sólo sirvió para reabrir una polémica compleja, que debe dejarse en manos de historiadores, antropólogos y otros especialistas. El congreso realizado recientemente en Extremadura sobre “Hernán Cortés en el siglo XXI” no sólo muestra claramente el rumbo a recorrer, sino también que el diálogo entre las partes es posible y respetuoso al abordar una cuestión tan compleja y contradictoria como esta.
Esta polémica deja otra herencia negativa: contribuye a despertar sentimientos nacionalistas en ambos países y visiones mitificadas y embellecidas de un pasado mucho más poliédrico del que transmiten ciertos relatos lineales, planos y en blanco y negro: unos sosteniendo que la conquista supuso una gran hecatombe y un etnocidio al desencadenar la total destrucción de las sociedades indígenas; otros, reviviendo visiones trasnochadas de la hispanidad como faro de civilización, que iluminó a pueblos anclados en el atraso y la barbarie, a los que se les concedió la racionalidad, el lenguaje y la religión verdadera. Ambas visiones olvidan que México es una sociedad mestiza (como lo es España) y que si los pueblos indígenas son parte sustancial de su identidad también lo son Hernán Cortés y sus contemporáneos. Algo que el propio López Obrador admite en su carta cuando dice que la incursión encabezada por Cortés al actual territorio de México “fue sin duda un acontecimiento fundacional de la actual nación mexicana”.
“Todos estos retos para convertir estos excelentes vínculos en una alianza estratégica efectiva provocan que ruidos como el introducido por la carta de López Obrador no sean ni eficaces ni eficientes para mejorar la relación y la vida de los ciudadanos”.
Al hilo de la petición de López Obrador, aunque no se conoce el contenido completo de su carta, que sólo se filtró parcialmente, sería necesario aclarar a quién habría que pedir perdón. Si a los actuales Estados Unidos Mexicanos, una entidad inexistente en 1519, si a los descendientes de los mexicas y su imperio, alejado del mito del “buen salvaje” y capaz de someter por la fuerza a sus vecinos, o si habría que pedir perdón a México pero también al resto de las actuales repúblicas latinoamericanas. Por otra parte, ¿qué hacer con los españoles expulsados entre 1827 y 1829, pese a sus estrechos vínculos con México? Algunas de estas cuestiones fueron abordadas en el Tratado definitivo de paz y amistad entre España y México, firmado en 1836, y que suponía el reconocimiento de la nueva república por la Corona española. Es decir, no estamos frente a una cuestión nunca tratada, sino que se trata de un tema que ha dado lugar a numerosas manifestaciones, a veces convergentes y otras contradictorias.
En este caso concreto, todo indica que la polémica es de corto recorrido y se circunscribe a 2019, cuando se conmemora el 500º aniversario de la llegada de Cortés a tierras mexicas. Posiblemente se reactive en 2021 (a los 500 años de la caída de Tenochtitlán y 200 de la independencia), pero es difícil que vaya mucho más allá. Algo similar ocurrió durante las celebraciones de los “bicentenarios de la independencia”, entre 2008 y 2012. Entonces Hugo Chávez remitió una carta a Benedicto XVI exigiendo disculpas a la Iglesia Católica por la “evangelización” y a España por la conquista, procesos que comparó con el “holocausto” y el genocidio.
Sin embargo, también habría que preguntarse si, más allá de las formas, la reivindicación mexicana respecto a la conquista es o no legítima. Es verdad que en vastos sectores de la sociedad mexicana existe una determinada versión de lo que supuso la conquista. Y si España quiere reforzar la relación con México deberá afrontar el tema de forma decidida, sin enrocarse únicamente en el aporte “civilizatorio”. Sin embargo, se trata de un camino de doble dirección, en el cual, si México quiere reforzar la relación con España, tampoco puede seguir insistiendo en una versión maniquea de la historia. Cada paso que se pueda dar conjuntamente en la dirección correcta, más allá de las estridencias de los hooligans de uno y otro lado, tendrá importantes repercusiones. Porque a pesar de circunstanciales malentendidos, o “ruidos”, la relación hispano-mexicana se basa en un sólido vínculo histórico (con sus indudables luces y sombras), pero sobre todo en un presente y, en especial, en un futuro en el que está en nuestra mano forjar una alianza aún más profunda.