Angela Merkel no sólo es alemana: es Alemania. Es europea, mas no es Europa, aunque algunos desde fuera la vean como tal. Y no es Europa justamente porque es Alemania. Su nueva victoria en las elecciones del domingo, aunque esperada, abre una nueva etapa para la UE, pero limitada por el hecho de ser Alemania y tener ahora que responder a una geometría parlamentaria más compleja que quizá frene su europeísmo. Merkel ha salido debilitada de sus elecciones, ¿y Alemania con ella?
¿Qué hará con su victoria? No está claro. Por un lado, porque como la ha descrito la francesa Marion Van Renterghem, Merkel es un OVNI (Objeto Volador No Identificado), cabría añadir en una UE que, como dijera Jacques Delors, es un OPNI (Objeto Político No Identificado). Por otro, porque su propio partido, la CDU-CSU, ha perdido terreno. La debacle socialdemócrata obliga al SDP a abandonar la idea de una Gran Colación para, desde la oposición, refundarse en programa y dirigentes. Merkel tendrá que pactar con liberales y verdes una nueva coalición y programa, lo que se antoja a la vez inevitable (no hay otra alternativa) y complejo. A lo que hay que añadir el aviso de la entrada en el Bundestag como tercera fuerza y 94 diputados del partido antieuropeo, xenófobo y revisionista, la AfD, Alternativa para Alemania. Una mala combinación para una Europa que se proponía iniciar un nuevo despegue, aunque no tan trágico si se compara con movimientos tectónicos en otras sociedades europeas.
Toda Europa estaba esperando estas elecciones para poder lanzarse a una nueva fase, tras el Brexit, Trump, y la victoria compensatoria de Emmanuel Macron en Francia. Éste, que lo hará explícito en un discurso, propone un presupuesto común significativo al menos para la Eurozona, una plena Unión Bancaria, un ministro europeo de Economía y Finanzas, y una defensa común para los que quieren y pueden. En principio, los apartados son los mismos que favorece Merkel. Pero por debajo de los epígrafes hay grandes diferencias.
Donde Francia quiere un presupuesto común de varios puntos porcentuales del PIB, Alemania ve algo mucho más limitado, y los liberales alemanes aún más. Tampoco Merkel quiere una garantía europea de los depósitos básicos, y sí estaría dispuesta a transformar el Mecanismo Europeo de Estabilidad en un Fondo Monetario Europeo. Sí hay coincidencia en la defensa europea, facilitada por la salida británica. Aunque hay otras visiones. Frente a la geometría variable en la que piensan Merkel y Macron, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, quiere una integración igual para todos, y todos en el euro para 2019, lo que provoca sarpullidos en el Bundesbank. A pesar de ello, podemos vivir una nueva etapa en la construcción europea, sin tocar demasiado los Tratados y evitar así todo referéndum. Pero habrá que aguardar a que Merkel forme su coalición, lo que puede llevar un tiempo.
Las mayores diferencias, sin embargo, se refieren a la política económica. Macron pide estabilidad financiera, solidaridad y estímulo. Es decir, un relanzamiento de la economía (que en la UE ya está creciendo) con más gasto público, y que Alemania reduzca su superávit presupuestario y su superávit comercial, el mayor del mundo. Pero Merkel es Alemania, y los alemanes se oponen a tal paso, ellos que apostaron por la industria mientras los otros europeos se desindustrializaban.
Los liberales ya han indicado su intención de exigir la crucial cartera de Finanzas desde la que Wolgang Schäuble ha dirigido toda la crisis del euro, con una visión aún menos solidaria. Ello puede llevar a una Alemania aún menos dispuesta a responder a las propuestas francesas (y españolas). Por ello, Macron, armado ahora con la credibilidad hacia Berlín de haber lanzado su reforma laboral, intentará influir de alguna manera en las negociaciones para el programa sobre el que se sustente la nueva coalición de gobierno en Alemania.
Más allá de la cuestión europea, hay otras diferencias con Merkel-Alemania. Por ejemplo, hacia China. Merkel y Macron quieren un mecanismo europeo que permita protegerse frente a compras de empresas estratégicas desde fuera de la UE, léase China. No así otros. Pero en términos comerciales hacia China, Alemania es mucho más abierta que Francia, dadas sus exportaciones de automóviles de alta gama y de ingeniería avanzada hacia la gran economía asiática.
Todos miran a Merkel. Putin, que la conoce bien. Trump, también, aunque Merkel esté muy alejada de él. En esto, también es Alemania. La confianza de los alemanes (y de muchos otros europeos) en el actual presidente de EEUU está por los suelos, según múltiples encuestas. Es más, en general las poblaciones del G20 confían mucho más en Merkel que en Trump para hacer lo correcto en asuntos mundiales. Es decir, que Merkel tiene la oportunidad en este su cuarto mandato de convertirse en líder europea (ya lo es) y mundial. Y es que Alemania es cada vez más global.
Merkel tiene un estilo de liderazgo tranquilo, no humillante para los demás. A menudo falta de visión, o nada visionaria. La crisis del euro la fue gestionando paso a paso hasta que se percató de que la siguiente reunión nunca iba a ser la resolutiva. Fue valiente ante la ola de refugiados y su posición abierta le ha hecho perder terreno en estas elecciones, aunque las haya ganado. La palabra “liderazgo” no parece estar en su vocabulario, aunque quizá pueda querer ejercerlo sin parecerlo. Tendrá que hacerlo. Europa la espera.