Tú repite, que algo queda: Europa está en declive. Ya no es atractiva, da pereza. Los jóvenes son euroescépticos, la sociedad ya no cree en la Unión y desde Bruselas (o, puestos a simplificar, Berlín) sólo llegan condiciones, recortes e imposiciones. Entonces, ¿para qué la queremos? Vaya panorama. Mejor que la quiten, que estábamos mejor sin ella, dónde íbamos a parar.
Y mientras tanto, desde Kiev:
– Hola… ¿Se puede?
– ¿Quién es? Estamos muy ocupados luchando contra el desánimo, dejadnos en paz.
– Somos jóvenes ucranianos que queremos formar parte de la Unión Europea… Es que nos da un poco de envidia ver cómo vivís y queremos que nuestro país progrese como han progresado los vuestros.
– Pero… ¿Sabéis que estamos en crisis? ¿Y que nos quieren convencer de que ni a nosotros mismos nos gusta ya Europa?
– Mirad: tenéis paz, libertad y democracia. Tenéis los estándares de vida más altos del mundo y gozáis del Estado del Bienestar. Nosotros acabamos de tirar una estatua de Lenin, así que no nos vengáis con rollos.
– A nosotros nos han repetido hasta la saciedad que la Unión Europea es el proyecto de integración continental más ambicioso que ha existido, un proyecto por el que nuestros padres y abuelos lucharon durante mucho tiempo…
– Que sí, que sí. Que eso ya nos lo sabemos. Si por eso queremos entrar, a ver qué os creéis.
Y mirad por dónde: ahora nos recuerdan que lo que nosotros damos por hecho es una utopía en otros lugares. Nunca se valora lo que se tiene hasta que se pierde.
Para nosotros, los jóvenes, hace mucho tiempo que pertenecer a la Unión dejó de ser un fin en sí mismo. El Premio Nobel de la Paz de 2012 pilla lejos a una generación que no entiende la guerra entre europeos, por mucho que la veamos en la gran pantalla. Nosotros nacimos ya en el seno de la UE, y por eso somos la primera generación comunitarizada: hemos vivido en primera persona la ausencia de fronteras y pasaportes, los vuelos low cost y los Erasmus.
Que la mera pertenencia a Europa no nos justifique su existencia no significa que de repente, y a consecuencia de la crisis, nos hayamos convertido en unos descreídos y seamos euroescépticos. Ni antes éramos tan europeístas (en época de vacas gordas), ni ahora lo somos tan poco (en época de vacas escuálidas). Que el barómetro de primavera de la UE arroje unas cifras pésimas en cuanto al funcionamiento de la democracia en la UE (28% satisfechos; 59% insatisfechos en nuestro país) lo único que significa es que nosotros, como españoles y como europeos, queremos una UE que arregle nuestros problemas, que nos sirva. Que veamos en el día a día que no sólo nos trae recortes, sino también prosperidad.
A veces nos acordamos de que (aunque podría funcionar mejor) la UE sirve. Hace apenas unos días vimos cómo la Comisión multaba con más de 1.700 millones de euros a varios bancos europeos (ninguno español, por cierto) por manipular varios tipos de interés de referencia, entre los que se encontraban el Euribor o el Líbor británico. Otro ejemplo lo tuvimos al ver caer la estatua de Lenin y a manifestantes con banderas europeas frente a antidisturbios.
Europa no va a funcionar mejor por arte de magia. Necesita de un compromiso real por parte de los ciudadanos. De un compromiso constante y una exigencia continua de mejora de las instituciones que nos representan. ¿Primer paso? Votar en las elecciones al Parlamento Europeo que tendrán lugar en mayo de 2014, que vienen como los descuentos del Vips: con un 2×1. Así, votaremos tanto a los eurodiputados como al candidato a la Presidencia de la Comisión Europea (el Ejecutivo comunitario) que más nos guste de entre los que llevarán los distintos partidos políticos europeos.
Por ello, y volviendo a la conversación imaginaria -pero no surrealista- del comienzo de este artículo, es el momento de que nosotros como jóvenes demos el siguiente paso: no sólo más sino mejor Europa. Ésa debería ser una de las condiciones sine quanon para poder ser parte del proyecto europeo, debería ser sin duda uno de los criterios de Copenhague. No sólo más, sino mejor representación democrática y no sólo más, sino mejor poder ciudadano que asegure la legitimidad que tanto echamos de menos hoy en día. Nos lo están recordando desde Kiev. Quizá sea el revulsivo que necesitábamos. Si lo pensamos, empezaba a ser realmente complicado leer algo que no fuera negativo sobre Europa. El estado de ánimo hace tiempo que está por los suelos.
No necesitamos sacar nuestras banderas europeas (que probablemente ni tengamos), pero sí reflexionar acerca de lo que somos, de dónde estamos, y de cuánto merece la pena. Nuestro futuro está en juego. Nuestros padres y abuelos crearon esta máquina; ahora es nuestro turno: luchemos por ella, démosle el valor que tiene, mejorémosla, y ganémonos el porvenir que nos mereceremos.
(Originalmente en El Huffington Post, 20/11/2013).