El presidente Trump sigue empeñado en una política de acoso total (maximun pressure) para que Irán abandone la senda nuclear, el apoyo a los grupos revolucionarios y su programa de misiles balísticos. Suspendió unilateralmente su participación en el Plan de Acción Integral Conjunto de 2015, el acuerdo internacional que paralizó el programa nuclear de Irán, volvió a imponer sanciones económicas contra Irán y amenazó a sus aliados y a terceros con tomar represalias si mantenían relaciones económicas con dicho país. El presidente ha aprovechado su estrategia de acoso para respaldar a los rivales regionales de Irán y cerrar con ellos ventas masivas de armamento, lo que alimenta una espiral armamentista en Oriente Medio. Sin embargo, la política presidencial respecto a Irán no ha conseguido ninguno de sus objetivos a pesar del tiempo transcurrido y, por el contrario, Irán ha empezado a mover sus fichas para aliviar esa máxima presión del presidente de EEUU.
“El Estrecho de Ormuz es la válvula de escape que utiliza Irán para aliviar la presión que se ejerce desde fuera del Golfo”.
El Estrecho de Ormuz es la válvula de escape que utiliza Irán para aliviar la presión que se ejerce desde fuera del Golfo. No pudiendo responder con las mismas armas económicas o militares que sus enemigos, Irán utiliza aquellas que tiene a su alcance. Son respuestas asimétricas dirigidas a elevar el coste militar o político a pagar por el agresor o sus aliados. En las últimas décadas, y cada vez que ha aumentado la presión contra Irán, ya sea para sancionar su apoyo a los grupos terroristas y revolucionarios en Oriente Medio o para abandonar su programa nuclear, Irán ha jugado la baza del cierre del Estrecho. El penúltimo episodio de este alivio de presión se registró en 2012, cuando Irán multiplicó su actividad militar en el Estrecho, con el consiguiente incremento de los riesgos militares y energéticos del Estrecho de Ormuz.
La jugada se ha vuelto a repetir en las últimas semanas. El 12 de mayo fueron atacados con explosivos, probablemente minas, cuatro tanqueros en las inmediaciones del emirato de Fujaira y el 13 de junio fueron atacados otros dos cerca de las costas iraníes. Los ataques, tanto los mencionados sobre los buques como otros sobre las infraestructuras petrolíferas que denuncia Arabia Saudí parecen diseñados para limitar sus daños, generando alarma, más que para perjudicar gravemente la salida del flujo de energía. Lo mismo ocurre con el bajo perfil de la autoría, debido tanto a la falta de una reivindicación expresa de sus autores como de una atribución apoyada en evidencias irrefutables. Los ataques, más allá de su impacto y autoría, han devuelto a los mercados de energía el fantasma de una subida de los precios. De momento, sólo es una preocupación, porque el enfrentamiento se encuentra al principio de una escalada que las dos partes –dicen– desean evitar. También porque es muy difícil que Irán pueda cerrar el Estrecho indefinidamente sin entrar en un enfrentamiento militar directo con EEUU en la que Irán tendría muchas posibilidades de perder, como ya ocurrió en 1988. Pero es el riesgo de una escalada militar en la zona, más que el del cierre o la perturbación temporal del tráfico marítimo en el Estrecho, lo que comienza a preocupar a los analistas.
Irán cuenta con varios instrumentos para atacar al presidente Trump donde más le duele. Puede subir la apuesta militar para obligarle a meterse en una nueva aventura militar y aprovechar la creciente oposición interna al poder presidencial para llevar a cabo operaciones militares o vender armas en vísperas de las elecciones presidenciales de 2020. Que tenga perdida la escalada militar no quiere decir que Teherán vaya a renunciar a ella, porque en los últimos años ha reforzado sus capacidades militares para causar daño a las fuerzas militares de EEUU o a las de sus aliados en la zona; también cuenta con el inestimable apoyo militar de Rusia y sabe que cualquier intervención militar estadounidense en la zona aglutinaría a la población iraní en torno al régimen.
Irán también puede reanudar su carrera hacia el umbral nuclear. Ya en mayo de 2019 anunció la suspensión del cumplimiento de algunos de sus compromisos y amenazó con suspender otros si las partes del acuerdo nuclear no conseguían revertir su deterioro. La escalada nuclear iraní tiene todavía mucho recorrido y, bien administrada, puede volverse contra los aliados regionales del presidente Trump. Del mismo modo, Irán puede progresar por la escalada movilizando a sus proxies en la región para desestabilizar a los gobiernos de Bahrein o Arabia Saudí, reavivar el conflicto en Israel o poner en riesgo el tráfico marítimo hacia Occidente a su paso por el Estrecho de Bab el Mandeb, cerca de Yemen.
“Las evidencias presentadas hasta ahora no prueban suficientemente una implicación directa del Gobierno iraní como autor político y de houtis yemeníes o de los Guardianes de la Revolución como autores materiales”.
De momento, la escalada tiene lugar en el escenario previsible y recurrente del Estrecho de Ormuz. Las evidencias presentadas hasta ahora no prueban suficientemente una implicación directa del Gobierno iraní como autor político y de houtis yemeníes o de los Guardianes de la Revolución como autores materiales. El Gobierno iraní ha negado su participación e incluso ha insinuado que la atribución podría estar fabricada como pretexto para justificar una posterior intervención militar de sus enemigos. Pero no puede negar que los ataques encajan en su lógica de respuesta, que su Cuerpo de Marina de la Guardia Revolucionaria Islámica controla las aguas donde han tenido lugar los ataques ni que tanto ellos como houtis yemeníes disponen de la capacidad para hacerlo y que a veces actúan por cuenta propia llevados por el fervor revolucionario de sus mandos.
Las dos partes mantienen sus estrategias de escalada para provocar un cambio de conducta en la otra parte. El presidente Trump parece dispuesto a meter más presión económica y ya que una atribución inequívoca de los ataques a Irán le obligaría a ordenar una actuación militar en la que no está interesado, los dirigentes iraníes disponen también de un amplio margen de maniobra para proseguir en su escalada de respuesta. En consecuencia, el riesgo sustancial no es el de la perturbación ocasional del trafico energético por el Estrecho, sino que la escalada derive en un enfrentamiento armado que ninguna de las dos partes desea, pero al que puede conducir su dinámica de acción y reacción. Para prevenir ese riesgo, alguna de las dos partes, o las dos, deberían interrumpir la escalada, pero esa opción es difícil porque no disponen de canales de comunicación ni de terceros que les faciliten un encuentro en la cumbre, al modo norcoreano, o una negociación de fondo, al modo nórdico. Precisamente, la coincidencia de los últimos ataques con los buenos oficios del primer ministro Shinzo Abe en Teherán, hace pensar que los partidarios de la escalada ganan, hoy por hoy, la partida a quienes desean comenzar la desescalada. Como resultado, continúa la escalada en la que todos pierden: el presidente Trump no consigue cambiar la política exterior iraní, Irán no puede aliviar su estrangulamiento económico, los aliados de los anteriores sufren daños colaterales y los mercados aplazan –pero no descartan– una nueva ola de subidas en los precios de la energía que nos llegue desde las aguas del Estrecho de Ormuz.