El pasado jueves 23 de abril, los líderes europeos se reunían por cuarta vez y por vía telemática para discutir sobre la creación de un Fondo de recuperación que reactive la economía europea una vez contenida la pandemia de COVID-19.
El economista belga Paul de Grauwe apuntaba recientemente en una entrevista que “las grandes crisis son como las metamorfosis kafkianas: una crisis sanitaria deviene en crisis económica y suele acabar convertida en una cucaracha en forma de crisis política y social”.
Efectivamente, el SARS-COV-2 nos ha golpeado de manera simétrica (originando una pandemia) pero su impacto ha resultado ser desigual a nivel mundial. Oriente y Occidente no han adoptado las mismas medidas ni han seguido las mismas pautas a la hora de contener el virus, y posiblemente suceda lo mismo a la hora de la “desescalada”.
Nos enfrentamos a un cisne negro al que nadie sabe cómo responder. ¿Cuáles serían las respuestas económicas, políticas y sociales adecuadas a adoptar? ¿Ha tenido España un liderazgo fuerte? ¿Cuál es la salida? ¿Es la Unión Europea?
La UE, por el motivo mismo de su creación, tiene que dar una respuesta solidaria en relación con la gestión de la crisis y coordinada en cuanto a las estrategias de salida, pero la responsabilidad última recae en el Estado. No solo nos estamos jugando nuestro futuro dentro y fuera de casa por motivos sanitarios, económicos y sociales, sino también reputacionales.
Ámbito económico: arenas movedizas
La crisis está dejando una España con un tejido productivo y empresarial duramente golpeados. Al igual que está ocurriendo con su sector servicios, que está sufriendo un duro revés, y lo que ciertamente conducirá a graves consecuencias económicas de las que costará recuperarse. Todo ello no ha hecho más que acentuar las reflexiones futuras sobre la globalización y, por ende, la cadena de suministros globales. Durante la crisis, se ha podido comprobar cómo industrias que se dedican al ámbito de la defensa, al de la automoción o al textil, han readaptado su producción para ponerse al servicio de la sanidad y han fabricado, entre otros suministros, respiradores y mascarillas. Quizá esto sea indicativo de que ha llegado el momento de dar un impulso a nuestra producción industrial doméstica.
A nivel europeo, todas las miradas se dirigían hacia el Consejo Europeo del pasado 23 de abril con la esperanza de alcanzar un “Plan Marshall/Monnet” a la europea y post-COVID-19. Sin duda, se trataba de una reunión de gran envergadura por las consecuencias futuras a todos los niveles, y que concluyó con la propuesta de creación de un Fondo de recuperación económica ligado al Marco Financiero Plurianual para afrontar la recesión económica que se aproxima. Los detalles de su funcionamiento (tamaño y financiación) están aún por concretarse (¿préstamos (norte) versus transferencias (sur)?). España, particularmente, se jugaba muchos futuros en esta reunión, entre ellos la preparación de cómo gestionar y sobrellevar la crisis económica con una deuda del 95%. A ello, se han sumado las voces críticas sobre el poco alcance o margen de negociación que tiene España en la UE, es decir el peso en las grandes decisiones europeas. No obstante, conviene indicar que, ya en el mes de julio de 2019, España supo negociar los top jobs (con la designación de Josep Borrell como AR/VP del SEAE); que la presidencia del grupo socialista europeo recae en Iratxe García (PSOE) ; y que se logró la presencia de miembros españoles en los gabinetes de los distintos comisarios europeos, por no mencionar que algunos miembros del equipo del presidente del Gobierno son grandes conocedores de la realidad bruselense. Todo ello supone una ventaja a la hora de negociar a nivel europeo, siempre y cuando se sepa hacer uso de su ecosistema de influencia en Europa.
Pero también hay oportunidades…
Warren Buffet señalaba que “solo cuando baja la marea, se sabe quién nada desnudo”. Pero no todo tiene que ser un futuro agorero. En momentos de crisis, también hay luz al final del túnel, y para España la hay en varios frentes como son la transformación digital y tecnológica a nivel europeo, la redefinición de la política industrial europea, el ámbito de la transición energética o la dimensión social, por mencionar algunos.
La palabra más reiterada durante esta crisis, tanto a nivel interno como europeo, es coordinación. Es muy importante que haya coordinación en el seno europeo para preparar la salida de esta crisis, y evitar que deje de funcionar el Mercado Único y la actividad económica entre los países miembros. La UE ha puesto en marcha un plan a cinco años (tras la irrupción de la COVID-19) para coordinarse en cuestiones tecnológicas, analizar las consecuencias sociales, proteger las cadenas de suministros, proteger la seguridad macroeconómica y definir el papel del Estado en la economía teniendo en cuenta los instrumentos ya existentes. Ahora, también es relevante que España no olvide cuáles son sus intereses y, sobre todo, sepa jugar un papel nodal en las negociaciones y trabajar en equipo con el resto de los actores clave en nuestro país para ganar más peso en Europa.
A nivel político, una preocupación para muchos europeístas es la cuestión de la calidad democrática. La Gran Recesión del 2008 vino acompañada de populismos, nacionalismos, del Brexit, etc. ¿Pasará algo similar en la UE cuando concluya esta pandemia? La clave radicará en tejer alianzas con países europeos que posean intereses afines a los españoles y, sobre todo, favorecer internamente que Europa no pueda imponernos su agenda, sino que España forma parte de los países que la diseñan.
Geopolítica mundial: ¿qué quiere España?
El impacto de la crisis de la COVID-19 también se ha dejado entrever en el ámbito de la Política Exterior de la UE y de España.
¿Nos encaminamos hacia una mayor desglobalización? ¿Nos estamos enfrentando a un deterioro en el ámbito de las relaciones internacionales a causa de la competición entre EEUU y China? ¿Dónde se sitúa la UE en esta nueva realidad geopolítica internacional? ¿Cuál es la influencia de España en la acción exterior de la UE?
La Estrategia Global de Política Exterior y de Seguridad (2016) acuñó el concepto de “autonomía estratégica europea” y la Comisión von der Leyen apuesta por una Comisión más geopolítica que case los aspectos internos de la Unión con los externos. Su Alto Representante defiende una UE que se adapte a los cambios, que redescubra el lenguaje y aprenda la lógica del poder, pero sin tomar partido en el marco dicotómico EEUU-China. La UE quiere autonomía estratégica, pero aboga por una renovación del multilateralismo. ¿Y cómo resulta compatible?
Como señala el historiador Timothy Garton Ash “en tiempos de gigantes, tienes que ser uno” y la UE es sin duda una superpotencia reguladora, pero en el ámbito de la política exterior no es más que una potencia herbívora en un mundo cada vez más carnívoro. España, por su parte, ha de preguntarse en qué quiere ser autónoma y, por lo tanto, en qué quiere colaborar con la UE y en qué tener una menor participación. Por eso es clave saber en qué necesitamos más Europa y en qué menos.
The wake up call
A lo largo de las discusiones que se enmarcan en la iniciativa del Real Instituto Elcano-Oficina de Bruselas llamada Ecosistema de influencia y cultura de España en Europa, se percibe una oportunidad para España en medio de la vorágine de esta crisis. España tiene mucho que aportar para ejercer su influencia en la UE y más allá. No obstante, lo primordial será tener un plan coordinado con otras fuerzas políticas nacionales y con otros Estados miembros con intereses afines. Se trata de trabajar en equipo para demostrar que España sí tiene liderazgo y voz. En otras palabras, una vez nos organicemos internamente (y hagamos los deberes) podremos proyectar nuestra influencia en el exterior. España entonces tendrá más sabor europeo y Europa tendrá un poco más de sabor español.