El auge del populismo y el euroescepticismo, la inminente salida del Reino Unido (Brexit) del club europeo, la creciente inestabilidad en el Norte de África, Oriente Medio, la Península Balcánica y el Este de Europa, el alto desempleo y la crisis de los refugiados han venido generando una serie de dudas sobre el futuro del proyecto de integración europea.
En un contexto de crisis e incertidumbre, Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, presentaba en marzo de 2017 cinco posibles escenarios futuros para la UE. Seguidamente, los cuatro grandes países de la UE (Alemania, España, Francia e Italia) se reunían en Versalles y apostaban por avanzar hacia una mayor integración, pero a varias velocidades. Llama la atención en este sentido la presencia de España en este directorio, tras un largo período de ausencia en los puestos de mando, durante el que su imagen se ha visto deteriorada por la larga crisis económica y la situación de bloqueo político vivida durante la mayor parte de 2016.
“Versalles parece ofrecer un punto de partida para el retorno de España al “núcleo duro” de una Europa en mutación”
Versalles parece ofrecer un punto de partida para el retorno de España al “núcleo duro” de una Europa en mutación. ¿Será nuestro país capaz de aprovechar esta oportunidad para convertirse en un referente en el proceso de integración europea? No cabe duda de que España cuenta con importantes activos.
Por un lado, y sin menospreciar la importancia del alto desempleo o sus problemas de deuda pública, España es a menudo percibida en Bruselas como un ejemplo a seguir en el terreno económico. Nuestro país ha llevado a cabo dolorosas reformas en los últimos años, y es en la actualidad uno de los países del entorno europeo que presenta mayores tasas de crecimiento económico.
Por otro lado, España se encuentra en una situación óptima para contribuir al desarrollo de una Europa más fuerte en materia de política exterior y de seguridad, dos áreas identificadas como clave por los cuatro de Versalles. En este sentido, España deberá aprovechar sus experiencias positivas y ventajas competitivas para reforzar su influencia en la UE, y asimismo utilizar su renovada posición de influencia para promocionar sus propios intereses.
Cabe resaltar la creciente importancia del terrorismo en la agenda europea, y la experiencia de nuestro país en este ámbito. Tras décadas de terrorismo de ETA, el 11 de marzo de 2004 (11-M) introdujo una realidad fatídica en las consciencias de los españoles: el terrorismo islamista de corte fundamentalista. Casi 13 años después, numerosos interrogantes surgen tras la ráfaga de atentados que ha sufrido la UE desde París, en noviembre de 2015. ¿Cuáles fueron las medidas que adoptó en su momento España para combatir el fanatismo de corte islamista? ¿Es recomendable aplicar medidas excepcionales para incrementar el poder del Ejecutivo como ha ocurrido en Francia? ¿Tenemos que ceder nuestras libertades para sentirnos más seguros? Lo cierto es que en España apenas hubo cambios en la legislación penal contra el terrorismo tras el 11-M. Nuestro país poseía de antemano una legislación avanzada y nutrida en esta materia como consecuencia de largos años de sufrimiento por la amenaza de ETA. España también ha mirado al exterior para demostrar su savoir faire en materia antiterrorista, sobre todo aprovechando su pertenencia al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el bienio 2015-2016. En este sentido, el haber sufrido el terrorismo nacional e internacional en sus propias carnes, y su experiencia en el combate de la lacra terrorista, convierte a España en un país de referencia para Europa.
Nuestro país se presenta también como pieza clave en todo lo relacionado con la gestión de la inmigración ilegal, debido a su emplazamiento geográfico, a caballo entre Europa y el Norte de África. Es este (la inmigración ilegal) otro de los grandes temas de la agenda política europea, en el que España parece, hasta ahora, haber realizado una tarea eficaz, basada en acuerdos de cooperación política, policial y migratoria con países clave del vecindario sur, tales como Marruecos y Mauritania.
Las claves de la respuesta española al reto de la inmigración ilegal, elogiadas en el Consejo Europeo de junio de 2015, residen en el fomento de la cooperación con los países de origen y de tránsito (poniendo especial énfasis en Marruecos, Mauritania, Guinea Bissau, Nigeria y Senegal), el esfuerzo de la policía y de la Guardia Civil y las respuestas adaptadas del Ministerio del Interior ante los nuevos retos en el ámbito de la inmigración. Sin embargo, la llamada “crisis de los refugiados” actual tiene un origen y un volumen diferentes de la crisis que vivió España en 2006. No obstante, no hay que subestimar la experiencia española ya que aporta importantes lecciones, como la necesidad de un plan global firme que incida en todas las etapas del flujo de personas, con especial incidencia en solucionar las causas de origen, sin menospreciar el enorme desafío que ello supone.
Cabe resaltar también el potencial de España a la hora de desarrollar las relaciones con América Latina, tanto a nivel económico y comercial (dada su fuerte presencia en dicha región) como más allá. América Latina ha sido hasta ahora el eslabón débil de la política exterior y de seguridad de la UE, y España puede y debe aprovechar su nueva posición de liderazgo en Europa para dotar a la acción exterior europea de una fuerte dimensión latinoamericana.
En resumidas cuentas, España tiene mucho que ofrecer a una Europa azotada por las crisis y las dudas. No cabe duda de que la relevancia del terrorismo o la gestión de la inmigración ilegal en la agenda europea avalan un mayor liderazgo español en la UE. Por otro lado, España debe aprovechar su nueva posición de fuerza en el seno de la UE para atraer a esta a aquellas áreas prioritarias para nuestro país, tales como América Latina o la seguridad del vecindario sur.