Fuera de Washington DC, sede del gobierno federal de EEUU, el shutdown apenas se ha notado. Aunque no hay cifras oficiales, las señales del daño económico se limitan, por ahora, a una disminución de los ingresos por turismo y a la suspensión de algunos servicios no esenciales: el departamento de Comercio ha perdido el 87% de su mano de obra, el departamento de Energía el 81%, Salud y Servicios Sociales el 52%, y el departamento de Defensa la mitad de sus 800.000 empleados civiles. Sin embargo, la amenaza de que este cierre parcial del gobierno se prolongue y se convierta en una batalla sobre los límites de endeudamiento del país, es ya una realidad. Los republicanos ya tienen su lista de demandas a cambio de permitir subir el techo de deuda antes del 17 de octubre; el presidente ha dicho que no negociará.
Es el primer shutdown del siglo XXI. El gobierno de EEUU ha cerrado en 15 ocasiones entre 1977 y 1996, con duraciones que han ido desde los tres días a tres semanas. El más reciente fue también el más largo y ocurrió entre diciembre de 1995 y enero de 1996, bajo la presidencia de Bill Clinton. Entonces se estaba en un contexto de fortaleza económica, se crecía al 3% y en el momento del cierre la confianza de los consumidores sólo bajó ligeramente. Todo ello permitió que las perturbaciones del momento se absorbieran de forma fácil. El actual cierre se está convirtiendo en una experiencia totalmente diferente.
Primero, porque la fortaleza y los niveles de crecimiento económico del país no son los mismos que en 1995. En segundo lugar, EEUU lleva más de tres años sin un plan presupuestario de consenso, y algo más de dos desde que el Congreso esperara hasta el último minuto para parchear su límite de endeudamiento, algo que le hizo perder su triple A de Standard&Poor’s. Es lógico que consumidores y empresas estén más alerta que en 1995 ante cualquier perturbación económica.
El cierre, además, ha traído consigo una gran confusión que va desde el debate sobre quiénes son servidores públicos que realizan trabajos esenciales y quiénes son prescindibles, hasta el grado de culpabilidad e intransigencia tanto de republicanos como de demócratas. Esta última cuestión es además una señal de que lo que está ocurriendo dentro de círculo político de Washington es una lucha partidista algo miope, que ha puesto en evidencia la disfunción política del país, convirtiendo el espectáculo shutdown showdown –como se denomina en Washington– en la principal amenaza a la seguridad nacional a corto y a medio plazo.
La clave está en el retrato que se ha hecho fuera de EEUU sobre la relación entre el Congreso y el presidente norteamericano. Es una imagen que transmite poca fiabilidad y poca predictibilidad, ambas cualidades imprescindibles para una gran potencia. ¿Puede Washington apoyar la promoción del “buen gobierno” fuera de sus fronteras y no ser capaz de proveer de fondos a su gobierno federal a tiempo? ¿Para aquellos que pidieron usar la fuerza contra Siria para mantener la credibilidad de EEUU frente a Irán, no es el comportamiento de Capitol Hill algo que deja en evidencia su incompetencia? ¿Si EEUU no puede hacer que su propia casa funcione, pueden sus aliados poner en duda los compromisos que éste haya adquirido a miles de kilómetros de distancia?
Pero el problema no es el propio cierre, ni tan si quiera el Obamacare. La percepción de debilidad que trasmite EEUU parte, por un lado, del desconcierto tras algunas decisiones tomadas en materia de política exterior, como las vagas respuestas a las crisis en Egipto y Siria, pasando por un menor crecimiento económico –a pesar de una recuperación parcial de la crisis del 2008– y acabando con la debilidad que muestran hoy en día tanto el partido demócrata como republicano: el portavoz Boehner no controla su propia caucus, la minoría demócrata de la Cámara está sobrepasada por tal desafío, la mayoría demócrata en el Senado hace poco más que echarse a un lado, mientras que el presidente parece estar comprometido sólo con la retórica. Según las últimas encuestas, el Congreso sólo tiene el aprobado del 10% de la población, y sólo una pequeña parte de los votantes apoyan la manera en la que republicanos y demócratas están gestionando el shutdown showdown.
La actual situación preocupa más allá de EEUU. No sólo porque su economía es fundamental para la economía mundial, sino porque hay muchos países que reciben e incluso dependen en exceso de la ayuda que les proporciona EEUU y de su presencia militar, o que son simples aliados o socios. Ahora, las dudas sobre la capacidad de EEUU para cumplir con sus compromisos básicos –financiar el gobierno y cumplir con la deuda– acrecienta las dudas sobre su capacidad para responder a sus compromisos en el exterior. Además, hace que aumente la confianza de algunos de sus rivales o de aquellos que de alguna manera desearían contestar su poder.
Si hace 20 años el presidente de EEUU podía hablar con los líderes del Congreso de otros partidos y pedirles que retrasaran un showdown hasta después de alguna importante cita internacional, hoy el marco es muy diferente. Obama ha tenido que anular una importante gira por el continente asiático. Ha sido la consecuencia más tangible en materia exterior del shutdown. Primero canceló las visitas a Malasia y Filipinas, y posteriormente anunció que no acudiría a la cumbre de Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Bali ni a la Cumbre de Asia del Este en Brunei. Barack Obama ha tenido que transformar su viaje al continente en otra tortuosa semana en Washington, mientras que el líder chino Xi Jinping ha llenado el vacío, y el secretario de Estado, John Kerry, ha viajado en su lugar. Kerry es percibido en la región como un líder carismático que ha descuidado su atención en el pivote –impulsado fuertemente por su antecesora– mientras que se ha volcado en relanzar las negociaciones entre israelíes y palestinos, y en general en Oriente Medio. Éste es uno de los motivos por los que el reequilibrio de EEUU hacia el Pacífico, anunciado por Obama en enero de 2012, lleva varios meses en entredicho, e incluso en el discurso de Barack Obama en la reciente Asamblea General de Naciones Unidas, muchos expertos echaron en falta precisamente una mención a Asia, a China y al pivote.
La cancelación del viaje conlleva desde luego una importante carga simbólica, sobre todo en el Este asiático, donde los países tienen dudas sobre qué tendencias geopolíticas a seguir y algunos todavía están tratando de decidir si se decantan por acercarse a China o a EEUU. Pero ¿se habría criticado a Obama si se hubiera ido de gira dejando el país empantanado? Seguramente sí. Por otro lado, tampoco es cierto que el reequilibrio hacia el Pacífico se haya parado. Recientemente, Chuck Hagel viajaba a Japón y Corea del Sur –el tercer viaje a la región como secretario de Defensa– en parte para asegurar a sus aliados que el reequilibro hacia Asia es real. Y, lo que es más significativo aún: el nuevo jefe del Mando del Pacífico ha pasado de ser un general de tres estrellas a uno de cuatro, mientras que en Europa el general del Mando Central tiene ahora tres estrellas en vez de cuatro. Los recursos siguen fluyendo hacia Asia.
Todavía nos esperan varias semanas de incertidumbre. Mientras, algunos miembros del gobierno alertan que, de seguir con este cierre parcial del gobierno de EEUU, algunos asuntos e iniciativas como las negociaciones comerciales –entre ellas la transatlántica, o un posible acuerdo con Irán– tendrán que retrasarse. Incluso el director nacional de la Inteligencia, James Clapper, ha asegurado que cada día que pasa se debilita la Inteligencia del país y por lo tanto los esfuerzos contraterroristas de EEUU.
Ante tan poco alentador futuro, algunos expertos aseguran que en el momento en el que EEUU esté realmente en peligro, el presidente Obama encontraría la justificación constitucional para ignorar el Congreso antes que permitir un derrumbe financiero. Desde luego, soluciones existen.