Más allá de la libertad de pensamiento: garantizar la intimidad de la mente

La intimidad de la mente. Hombre con camisa gris mirando los edificios de una ciudad durante el día

La proliferación de declaraciones sobre la preservación de derechos ante las nuevas tecnologías y la recopilación masiva y procesamiento de datos personales, parte del big data (por ejemplo, la Carta de Derechos Digitales española, la Declaración de Principios y Derechos Digitales propuesta por la Comisión Europea y otras del Consejo de Europa), olvida una dimensión que George Orwell ya trató en su 1984, al hablar del “crimental” (thoughtcrime en inglés): el control no ya de la libertad de expresión, no ya de la libertad de pensamiento, sino de la intimidad de ese pensamiento, del propio proceso de pensar. Ya es posible, en un grado limitado, conocerlo a través de los datos que generamos con nuestra interacción digital con múltiples dispositivos. Pero aún lo será más a medida que las tecnologías de control de la mente avancen y sean más intrusivas. No se trata sólo de que los regímenes autocráticos puedan llegar a controlar las mentes de sus ciudadanos sino incluso las propias democracias o las empresas. Ya dijimos hace tiempo que, por ejemplo, Google era lo más parecido a Dios en que sabe todo, y cada vez sabe más que lo sabe. Estas tecnologías influyen ya en nuestros deseos, incluso en los deseos que no sabemos que deseamos. Y muy pronto, mucho más.

Esta problemática entra en la nueva neurociencia y en los nuevos neuroderechos que hay que diseñar y poner en práctica antes de que sea demasiado tarde. Como indica la abogada de derechos humanos Susie Alegre en un libro exhaustivo, Freedom to Think: The Long Struggle to Liberate Our Minds (“Libertad de pensar la larga lucha para liberar nuestras menes”, 2022), “sin libertad de pensamiento u opinión, no tenemos humanidad, ni democracia”. “Hacer realidad estos derechos”, añade, “requiere tres cosas: 1. la capacidad de mantener tus pensamientos en privado; 2. la libertad de manipulación de tus pensamientos; 3. que nadie pueda ser penalizado por sus pensamientos”. Cabe recordar que algunas religiones y sistemas políticos penalizan como pecado o equivalente los malos pensamientos, ejercidos de forma personal o colectiva.

La privacidad de la mente, la privacidad del pensamiento y la libertad de pensar van más allá de la libertad de expresión, que es lo que suelen recoger las constituciones liberales, y las declaraciones citadas. Los redactores de la ejemplar Constitución de EEUU consideraron que sin libertad de pensamiento no puede haber sabiduría, pero no lo recogieron en el texto básico. La libertad de expresión quedó garantizada por la Primera Enmienda, mientras la Cuarta versó sobre la privacidad.

La revolución digital ha revolucionado muchas cosas, y más que revolucionará. Vivimos en lo que la socióloga Shoshana Zuboff llama “la era del capitalismo de vigilancia”. Las grandes empresas del sector, las big techs, intentan todo el rato leer nuestras mentes para monetizar el proceso, para vendernos deseos, o, en el caso de los gobiernos (no sólo autocráticos), controlar. El sistema del “crédito social” no se da sólo en China, tiene varias formas según los contextos. Todo ello va a ir a más con nuevas tecnologías neurodigitales. Los seres humanos empiezan a ser, en expresión del historiador Yuval Noah Harari, “hackeables”. Las tecnologías de manipulación cognitiva, como se llaman, se están desarrollando rápida y profundamente. Por ejemplo, el “microtargeting” de comportamiento (behavioral microtargeting) es una herramienta tecnológica para entrar en nuestra mente y cambiarla. Y en el horizonte están las posibilidades inmersivas que implicará el o los metaversos y la gran revolución transhumanista que supondrá la combinación inmersiva de lo digital y la biotecnología.

Algunos lo vieron hace tiempo: 1984 es de 1949. Un mundo feliz (Brave New World) de Aldous Huxley es incluso anterior, de 1932. En 1958, en una reflexión sobre su propia obra (y la de Orwell), Huxley consideró ya entonces que “la tecnología moderna ha conducido a la concentración del poder económico y político, y al desarrollo de una sociedad controlada (despiadadamente en los Estados totalitarios, educada y discretamente en las democracias) por las Grandes Empresas y el Gran Gobierno”. Ello antes de la revolución digital, de Internet y otros sistemas de comunicación como el móvil, y del surgimiento de la Big Tech, las enormes empresas de tecnología, sobre todo estadounidenses y chinas. Pero claro, hace ya una docena de años Mark Zuckerberg, fundador de Facebook consideraba que la privacidad ya no era una “norma social”.

Algunas instituciones internacionales están luchando contra estas tendencias que parecen irrefrenables. Para el Tribunal Europeo de Derechos Humanos el derecho a la libertad de pensamiento es “el fundamento de la sociedad democrática”. En su informe de septiembre de 2021, la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, incluyó el derecho a la libertad de pensamiento en su informe sobre las amenazas inmediatas a nuestros derechos planteadas por la Inteligencia Artificial (IA). Y la UE, en sus propuestas incluso pretende ir más lejos y prohibir la IA que trata de penetrar nuestras mentes, como recuerda Alegre, para la cual “la big tech nos lee a todos en todas partes, todo el tiempo”, por mucho que “extraer nuestros pensamientos sin nuestro consentimiento informado sea una violación absoluta de nuestro derecho a la libertad de pensamiento”. Con consecuencias, además, sobre nuestras intenciones de voto en democracia, como ya se ha visto ya en varios casos (Cambridge Analytica). Y cuidado con la aplicación de estas tecnologías a la justicia para condenar, o incluso evitar, crímenes.

Hay que incluir y reforzar en nuestros sistemas democráticos, y en otros, el respeto a la intimidad de la mente y a la libertad de pensamiento –además de expresión– no ya sólo frente a la capacidad de control y manipulación de los poderes públicos, sino también frente a unos poderes privados que han crecido sobremanera, y unas máquinas que no lleguemos a entender. Un mundo a la vez de Orwell y de Huxley.

Despedida

Aquí, al cabo de ocho años, terminan estas entregas de El Espectador Global. Espero, lectora o lector, haberle interesado. Pasado este tiempo y en ciertos estadios de la vida, hay que saber emprender otros caminos. Seguiré escribiendo artículos y libros, para lo que hay que disponer de tiempo y concentración. Han sido, con El Espectador Global, y los análisis y actividades con los que espero haber contribuido a desbrozar nuevos terrenos, ocho años en el Real Instituto Elcano muy enriquecedores en lo humano y creativos en lo intelectual. Seguiré participando en algunos de sus grupos de trabajo. Gracias.


Imagen: Introspección. Hombre con camisa gris mirando los edificios de una ciudad durante el día. Foto: Norbert Kundrak (@trebron).