La última cumbre del G-20 celebrada en San Petersburgo ha estado “capturada” por la crisis Siria. Este selecto grupo de países, convertido tras la crisis financiera global en 2008 en el nuevo directorio de la gobernanza económica global, ha ido desinflándose poco a poco y ahora ha sucumbido a la tentación de ir más allá de los temas económicos. Si bien es cierto que el grupo emitió un amplio comunicado en el que abordaba distintos asuntos que tienen en jaque a la economía mundial, así como que planteó un plan de acción para enfrentarlos, no hubo acuerdos concretos que permitieran calificar la reunión de éxito. De hecho, los medios internacionales prácticamente no subrayaron nada más allá de Siria.
Sería una pena que el G-20 continuara en esta línea. Ampliar su agenda solo servirá para evitar que logre resultados palpables en un momento en el que la economía internacional se enfrenta a importantes incertidumbres que requieren mejorar la coordinación económica entre las principales potencias, que es para lo que se supone que sirve el G-20. Ya le pasó lo mismo al G7. Se creó a mediados de los años setenta para hacer frente al caos económico y financiero que siguió a la ruptura del sistema del Bretton Woods y a las dos crisis del petróleo y logró generar estabilidad y crecimiento (sobre todo con la cumbre de Bonn de 1978) mediante la coordinación de políticas económicas de las grandes potencias. Sin embargo, desde los años ochenta extendió su agenda hacia temas como la proliferación nuclear, el terrorismo o la lucha contra el SIDA, lo que le impidió llegar a acuerdos sustantivos.
Aunque el riesgo de un colapso de la economía mundial como el que se vivió en 2008 ha quedado atrás, persisten un gran número de interrogantes que requieren de una actitud coordinada por parte de las grandes potencias. Entre ellos destacan las incertidumbres macroeconómicas ante la retirada de los estímulos monetarios en Estados Unidos; el impacto de la desaceleración en los mercados emergentes, cómo evolucionará la crisis del euro cuando los bancos tengan que hacer públicos los agujeros en sus balances a lo largo de 2014 o cómo afectarán a la economía mundial (vía precios del petróleo) la inestabilidad en Oriente Medio y el norte de África. En todos estos casos hay espacio para la coordinación de políticas económicas. Y como ponen de manifiesto algunos capítulos de este informe del Council of Councils publicado en los márgenes de la cumbre del G-20, Europa está muy interesada en que este grupo se consolide y legitime mediante acciones concretas. El G-20 no resolverá los problemas del mundo, pero su alternativa es el G-2 (China-Estados Unidos) o el desgobierno de la economía mundial.