Desde el pasado 14 de septiembre, y por espacio de una semana, fuerzas armadas rusas desarrollan los ejercicios militares Zapad-2017 (Occidente). Lo que en principio debería ser una más de las maniobras rutinarias que cada cuatro años Moscú lleva a cabo en su Distrito Militar Occidental –rotando anualmente entre el Central, el del Este y el del Cáucaso– ha encendido todas las alarmas en el cuartel general de la OTAN y en las capitales de los países más próximos a los escenarios elegidos para su desarrollo.
Y esto es así, en primer lugar, porque Moscú ha incumplido los términos del Documento de Viena (2011), auspiciado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE), que establece que todo ejercicio militar que implique a más de 9.000 efectivos debe ser comunicado con una antelación mínima de 42 días y que si sobrepasa los 13.000 debe ir acompañado de una invitación formal a los otros 56 Estados miembros de la OSCE para que envíen dos observadores cada uno. Esta es una de las tradicionales medidas generadoras de confianza y seguridad que transmiten la necesaria transparencia cuando se activan unidades militares y que sirven para evitar malentendidos que puedan desembocar en choques militares reales.
Aunque Moscú pretende defenderse de las acusaciones, sosteniendo que no ha invitado a observadores internacionales porque las maniobras no van a implicar más que a 12.700 efectivos, ya habría incumplido como mínimo la necesidad del preaviso citado. Pero es que además, según fuentes de la OTAN, todo indica que finalmente Rusia está empleando en realidad en torno a los 100.000 efectivos. Así ha sido el caso en desarrollos anteriores de estos mismos ejercicios, tanto en este como en los otros tres distritos militares, sin que logre engañar a nadie con su recurso de presentarlos como ejercicios aislados en los que nunca se superan los límites marcados si se toman por separado.
Las maniobras se realizan no solo en el propio territorio ruso, sino también en Bielorrusia y, por supuesto, en el enclave ruso de Kaliningrado. Eso supone de inmediato una percepción de amenaza tanto por parte de Ucrania y Polonia como de los tres Estados bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, inmediatamente vecinos. Una amenaza que se alimenta del recuerdo de la toma de Crimea, en 2014, como simple continuación a unas maniobras militares, o, de igual manera, de lo ocurrido en 2008 con la intervención rusa en Georgia.
Si se confirman estas previsiones, Zapad-2017 serán los ejercicios militares más importantes que se realizan en la Europa Oriental desde el final de la Guerra Fría. Y todo ello en un contexto de creciente tensión entre Rusia y la OTAN, con Estados Unidos en cabeza. Es bien cierto que Moscú, además de su implicación directa en el conflicto ucranio, ha ido incrementando los mensajes de intimidación a la Alianza, con maniobras militares, por así decirlo, fuera de programa, y con sobrevuelos desafiantes en los bordes del espacio aéreo de algunos de sus miembros (hasta el punto de que en 2016 las salidas de interceptores aliados superaron las 800). Pero también lo es que la OTAN viene realizando ejercicios militares similares, como Anaconda 2016 –activando 31.000 efectivos de 24 países, el pasado verano– y Saber Guardian –con unos 25.000, en este mismo verano–, que son percibidos por Moscú con la misma aprehensión. En esa misma línea, y con el trasfondo de una expansión estratégica que aprovechó la implosión soviética para situarse a las puertas de Rusia, Estados Unidos ha desplegado importantes componentes de su escudo antimisiles en territorio de los nuevos miembros de la Alianza y, desde principios de este año, se ha decidido desplegar de manera rotatoria cuatro grupos de combate en Polonia, Estonia, Letonia y Lituania –con unos 4.000 efectivos en total–. En paralelo, Washington ha aplicado nuevas sanciones económicas contra Moscú, por su intromisión en las últimas elecciones presidenciales, añadidas a las existentes por su injerencia en el conflicto ucranio.
La algarabía, más mediática que real, creada en torno a Zapad-2017 apunta a que Moscú pueda aprovechar estas maniobras para llevar a cabo alguna acción de combate real, por ejemplo a favor de sus aliados locales en Ucrania. Pero es más realista imaginar que tiene otras intenciones. Entre ellas, la más obvia es enviar un nuevo mensaje intimidatorio a la OTAN en su intento por lograr la aceptación de su supuesto derecho a mantener un área de influencia directa en la Europa oriental, de la que deben sacar sus manos los países occidentales (con Ucrania en primer lugar). Menos probable, pero no descartable, es que también esté tentado de aprovechar las circunstancias para, una vez finalizadas las maniobras, mantener parte de sus efectivos en territorio bielorruso, en previsión de que sus intereses se vean finalmente afectados si Alexander Lukashenko termina por inclinarse definitivamente a favor de Occidente. Pero incluso en ese caso, conviene recordar que el estacionamiento de tropas en Minsk necesita la aprobación del propio Lukashenko, un líder que parece cada vez más interesado en mantener un delicado equilibrio en sus relaciones tanto con Moscú como con Bruselas. Por si acaso, el propio Lukashenko ha invitado a observadores internacionales.