En el centenario del nacimiento de Nelson Mandela, su figura se ha visto ligada a los últimos dos presidentes de EEUU, Barack Obama y Donald Trump. El primero fue invitado a pronunciar un discurso en el homenaje a Madiba en un estadio de Johannesburgo. El segundo rondó por la cabeza de los asistentes en varios pasajes de dicho discurso, aunque su nombre no fue mencionado.
La figura y el alcance de Mandela son difíciles de capturar en una única instantánea. Su resistencia, su paciencia y su pasión durante su largo encarcelamiento, su lucha contra el apartheid y su determinación por cambiar la imagen de Sudáfrica le elevaron a icono mundial a pesar de sus contradicciones. Tenía esa mezcla inusual entre conservador y revolucionario; era orgulloso y sencillo; decididamente obstinado y flexible; vanidoso y tímido; sereno e impaciente. Fue nacionalista negro y multirracial; un defensor del principio de la no violencia y de la lucha armada; admirador de principios marxistas y de las democracias occidentales. Su retrato santificado vacía la sumamente compleja y contradictoria historia de su vida y su legado.
Mandela y Obama solo se vieron una vez, en 2005, en Washington, pero sentían admiración mutua. El primero fue el primer presidente elegido democráticamente en Sudáfrica, el segundo el primer afroamericano que llegó a la Casa Blanca. Obama siempre dijo cómo Mandela le inspiró desde que era un estudiante y quizás por ello escogió Sudáfrica y la celebración del centenario del líder sudafricano para dar su discurso más importante desde que abandonara la Casa Blanca. Si Mandela aguantó y se sacrificó por los valores democráticos y los derechos universales de los hombres, ahora que tales valores y derechos están en entredicho era el momento adecuado para que Obama hablara. Además, según su propio entorno, en él sentaría las pautas de su post presidencia. Un discurso para honrar a Mandela que fue una elocuente reprimenda a Trump.
No atacó directamente al actual presidente de EEUU, conforme a la tradición y convención norteamericana, pero tampoco se amedrentó para hablar de todas aquellas controversias que le rodean. Condenó todo aquello que defiende Trump y la reorientación del orden mundial que representa en un momento en el que el legado político de Obama está siendo desmantelado:
“It would make me think that you’re a little insecure about your heritage if you’ve got to put somebody else’s heritage down”.
El azar quiso además que el día anterior Trump y Putin estuvieran juntos en Helsinki escenificando un insólito –vergonzoso para muchos– espectáculo que seguramente estaba en la cabeza de la mayoría de los asistentes al homenaje de Mandela.
Obama alertó de los peligros que acechan a la democracia, como la creciente desigualdad económica y de oportunidades, las cuestiones raciales que continúan dividiendo a las sociedades y el peligro de dar por sentada la propia democracia. Advirtió sobre los hombres autoritarios (“strongmen”) que desde el poder buscan socavar las instituciones y normas que dan sentido a la democracia, y sobre sus políticas del miedo, sobre su resentimiento y su nativismo. Habló de los partidos de ideologías extremas que apoyan el proteccionismo, el cierre de fronteras y un nacionalismo racial. Y de muchos países en desarrollo que prefieren seguir el modelo chino de control autoritario combinado con un capitalismo mercantilista a la confusión democrática.
Barack Obama habló del extraño e incierto momento que estamos viviendo y de la necesidad de creer en los hechos y en las verdades objetivas. Porque en la nueva batalla de las ideas en política, parece que cada vez cuentan menos hechos:
“You see it in the promotion of anti-intellectualism and the rejection of science from leaders who find thinking critical thinking and data somehow politically inconvenient”.
Seguramente teniendo en mente las numerosas polémicas sobre la política y las prácticas migratorias de la Administración Trump, hizo hincapié en la inmigración como fortaleza de un país, poniendo como ejemplo al equipo francés que acaba de ganar la Copar del Mundo:
“Because not all of those folks – not all of those folks look like Gauls to me. But they’re French. They’re French”.
Obama apostó también en su discurso por un sistema de mercado que proteja los derechos de los trabajadores, que rompa con los monopolios e impulse la competencia; por un capitalismo inclusivo dentro de las naciones y entre las naciones frente a un capitalismo salvaje, sin reglas y poco ético.
Para el expresidente de EEUU, el mundo está en una encrucijada en la que hay dos visiones diferentes del futuro de la humanidad, sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser:
“Should we see that wave of hope that we felt with Madiba’s release from prison, from the Berlin Wall coming down –should we see that hope that we had as naïve and misguided? Should we understand the last 25 years of global integration as nothing more than a detour from the previous inevitable cycle of history– where might makes right, and politics is a hostile competition between tribes and races and religions, and nations compete in a zero-sum game, constantly teetering on the edge of conflict until full-blown war breaks out? Is that what we think?”.
Sin embargo, quiso concluir con un mensaje de esperanza. Para el demócrata la mejor manera de promover sociedades inclusivas y democráticas es empoderando a la gente joven, que ésta siga creyendo, construyendo y levantando la voz porque cada generación tiene la oportunidad de rehacer el mundo.
¿Podrá Obama dar un impulso a estos cambios cuando técnicamente ya no está en el poder? ¿Podrá ser una inspiración frente a la arrogancia de los “hombres fuertes”? Quizás lo podamos comprobar en las próximas elecciones de noviembre en EEUU en las que se vota por la renovación de toda la cámara baja, un tercio del senado así como miles de cargos en el ámbito estatal y local. Son elecciones que suelen favorecer a los republicanos porque la participación es muy baja y con una alta abstención entre las bases demócratas, entre ellos los hispanos, los afroamericanos, y la gente joven.
Muchos demócratas esperan contar con el expresidente precisamente para aumentar la participación en las elecciones midterm, sobre todo de los más jóvenes. Y Obama parece reemerger con este discurso en un momento en el que crece la indignación entre los votantes de los dos principales partidos en EEUU. Pero es incierta la efectividad del expresidente porque no consiguió transferir su popularidad a otros demócratas en 2010, 2014 y 2016. Sin embargo, Trump es el vivo ejemplo de que unas elecciones pueden servir para dar un vuelco político en un país. Ahora son los demócratas los que buscan dar ese volantazo. Como dijo Mandela:
“Young people are capable, when aroused, of bringing down the towers of oppression and raising the banners of freedom”.