Con Emmanuel Macron, Francia logra un presidente europeísta, incluso cabría decir, románticamente europeísta, desde luego más que François Hollande, pero en una sociedad dividida al respecto. Sin duda le da un respiro al proyecto europeo y abre una ventana de oportunidad con algunas propuestas atractivas, aunque está por ver si Alemania, tras sus elecciones de septiembre, se subirá convencida a ese carro. Los resultados de las elecciones ponen un límite en Francia (que no está sola en esto): no será posible reformar los tratados si hay que someterlos a referéndum. Pues si Marine Le Pen ha logrado un 34% en la segunda vuelta –menos de lo esperado, pero una cifra importante–, en la primera el voto contra la UE, tanto desde las derechas como desde las izquierdas, sumó entre el 40% y el 49%, según se cuente. En todo caso, demasiado en un país que en 1992 estuvo a punto de hundir el Tratado de Maastricht y que en 2005 rechazó por un 54,6% el Tratado Constitucional Europeo en sendos referéndums. No obstante, algunos sondeos indican que el 72% de los franceses quieren guardar el euro, pero en una Europa más francesa. El populismo eurófobo se ha detenido, pero está ahí y con fuerza, aunque previsiblemente no se traduzca en demasiados escaños en las próximas legislativas, dado el sistema electoral francés.
Aun así –y las legislativas marcarán la verdadera fuerza con que podrá contar–, Macron pretende hacer que las cosas se muevan en Europa, utilizando los actuales tratados. Dentro de ellos, o llevándolos al límite, se pueden hacer muchas cosas si se logra la visión para ello. ¿Tiene Macron una gran visión? Es de los que suscribe la teoría de que la integración europea supone no una pérdida sino una recuperación de soberanía –“una herramienta de soberanía en muchos temas”– para un país como Francia. Por ejemplo, con el euro, frente al anterior diktat del Bundesbank, como recoge en su programa, en este capítulo significativamente titulado “Una Europa que proteja a los europeos”. Lo ha manifestado a lo largo de la campaña: “Europa nos hace más grandes. Europa nos hace más fuertes”. Lo contrario de lo que pretendían Le Pen y Mélenchon con su crítica, desde perspectivas dispares, a la “sumisión” de Francia a Europa. Aunque Macron ve el euro como un “marco alemán débil”, necesitado de reformas, o fracasará.
El próximo presidente francés tiene tres propuestas centrales al respecto: completar la Unión Bancaria; un presupuesto europeo para inversiones de futuro, ayuda financiera de urgencia y respuesta a las crisis económicas, es decir, una unión fiscal; y un ministro de Economía y Finanzas para la Eurozona. Alemania apoya la primera a medias, y rechaza la segunda. Asimismo –un tema que abordó como ministro–, propone impulsar la Europa digital con un fondo de inversión en capital riesgo de 5.000 millones de euros, entre otras medidas.
También propugna Macron una Europa que proteja de la globalización, con instrumentos antidumping contra la competencia desleal de países como China y la India, junto a un Buy European Act y un fiscal comercial europeo. Quiere lograr una UE que resulte más atractiva, por ejemplo, revitalizando el programa Erasmus de intercambio de estudiantes para que se acojan a él un 25% de los franceses en edad de hacerlo, o con un estatuto europeo de la formación en prácticas que facilite la movilidad.
Macron ha hecho suya la idea italiana de que, tras el Brexit, los 73 escaños de los británicos en el Parlamento Europeo vayan a una lista pan-europea que todos votaran. Y ante la imposibilidad y peligrosidad de una convención para la reforma de los tratados, sugiere la celebración, ya a finales de este año, de “convenciones democráticas” nacionales –según normas a fijar por cada país– para establecer hojas de ruta breves para la UE. Las conclusiones las debatirían los gobiernos en el Consejo Europeo.
No olvida que la UE ha de hacer más por su seguridad, por ejemplo, reforzando con 5.000 efectivos suplementarios la nueva Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas e impulsando la cooperación policial y judicial a escala europea. Sugiere también la puesta en pie, entre los que quieran, de un Fondo Europeo de Defensa, un cuartel general (que se coordinará con la OTAN) y un Consejo de Seguridad Europeo (con los principales responsables militares, diplomáticos y de la inteligencia de los Estados miembros). Alemania también apoya la Europa de la defensa.
Macron se suma así a la idea de la Europa a varias velocidades. Con una perspectiva bastante intergubernamental. En esto se puede acercar a una Alemania, con la que quiere desatascar las relaciones, como dejó claro en su conferencia en la Universidad Humboldt de Berlín el pasado enero (pronunciada en inglés). Sabe que sólo ganará credibilidad en Berlín si logra reformar Francia. Es decir, que la política europea de Macron empieza en casa.
En esta perspectiva, a la que hay que añadir el Brexit, España tiene un papel que jugar. Junto a Italia, puede aliarse con Francia, no contra, sino para presionar a Alemania. Sin embargo, las realidades de una sociedad alemana envejecida, pero aún en una ola de éxito económico, limitan el margen de maniobra en materia de reducción del doble superávit, fiscal y comercial que daña al conjunto de la Eurozona. Vale tanto para la democristiana Angela Merkel como para su rival socialdemócrata Martin Schulz (si es que no repiten una Gran Coalición).
Europa ha sido uno de los ejes, quizá “el” eje, de la campaña electoral francesa. Algunos sondeos previos indicaban que dos tercios de los electores pensaban que la cuestión europea pesaría en su decisión. Y ha pesado. Aunque también ha quedado de manifiesto que para recuperar el apoyo a un proyecto europeo y levantar cabeza la UE, éste se ha de construir no de arriba abajo, sino de abajo a arriba, y sin que los de arriba olviden a los de abajo. Pues en Francia el debate no ha terminado, Le Pen no está políticamente muerta (como bien saben los alemanes) y lo que ocurra en cinco años en Francia, en 2022, dependerá en buena parte de lo que logre Macron y de la evolución del conjunto de la UE.