El único que, de momento, se ha puesto en marche de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019 y con un discurso a favor de bastante más Europa, es el presidente francés Emmanuel Macron. Contaba con que Angela Merkel le acompañara en este camino, pero la canciller alemana está atrapada por la derecha de su partido –la CDU–, sus socios de coalición socialdemócratas –que, con Martin Schulz, se han librado de su mayor europeísta– y, en el Bundestag, una oposición encabezada por el partido euroescéptico AfD al frente de la oposición y unos liberales renuentes.
Aunque aspira a lograr de 20 a 30 eurodiputados y romper con la dinámica habitual de la Eurocámara para construir una gran coalición transversal a favor de más Europa, Macron lo va a tener difícil, incluso si cuenta con la Comisión Europea. En el Este, los de Visegrado y otros son cada vez más euroescépticos y opuestos a una política migratoria común, más nacionalistas y algunos de ellos menos demócratas. En el Norte, con el holandés Mark Rutte a la cabeza, un grupo de siete países ricos, que ya no pueden esconderse detrás de los británicos, se resisten a avanzar en todo lo que pueda significar transferencias de fondos. Y en el Sur, Italia se ha vuelto euroescéptica e ingobernable. Portugal está sacando la cabeza. Y hay una nueva oportunidad, si sabe aprovecharla, para una España con un amplio consenso político y social en materia europea y un duro ajuste realizado. Mariano Rajoy puede aclarar las cosas cuando acuda próximamente al Parlamento Europeo.
Macron estuvo valiente, aunque poco preciso, en su primera comparecencia en el Parlamento Europeo. Puso al frente la democracia y un concepto “reinventado” de “soberanía europea”, “complementaria y no de sustitución” a la nacional. Si citó 23 veces la palabra “soberanía”, el término “federal” no fue mencionado, si bien quizá la idea planeó en la sesión. El presidente francés habló de cinco dimensiones o pilares de soberanía para Europa: la de la seguridad interior exterior y de defensa, la económica y comercial, la climática y energética, la de salud y la de la alimentación, y la digital. Quizá sea esta última –¿quién controla los datos, los algoritmos y la Inteligencia Artificial?– la que acabe tirando de una mayor unidad europea. Nuevos impuestos al respecto pueden acabar nutriendo las arcas comunitarias, como espera Macron, dispuesto a que Francia aporte más a las arcas comunitarias si se reforma el presupuesto europeo, una batalla por librar.
Cuando más se vuelve a hablar del renacer de la primera dimensión, la de la defensa, la operación quirúrgica contra Siria por el supuesto uso de armas químicas por parte de las fuerzas gubernamentales ha puesto de relieve algunas realidades. Fue llevada por EEUU, con Francia y el Reino Unido. Con Brexit o sin él, los británicos van a seguir pesando en términos militares en la nueva Europa. La Alemania de Merkel se ha escondido. Y los 28 no han sido capaces de apoyar la acción abiertamente.
En cuanto al impulso a la Eurozona, las propuestas que Macron lleva esbozando desde hace meses –garantía de depósitos, transformación del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) en un Fondo Monetario Europeo (FME), un presupuesto significativo para el área, un ministro de Finanzas europeo y una convergencia de los tipos impositivos sobre las empresas– están recibiendo una ducha fría por parte de Berlín y de otros. Olaf Scholz, el socialdemócrata sucesor del democristiano Wolfgang Schäuble al frente del poderoso ministerio alemán de Finanzas, se ha mostrado tan escéptico como su predecesor. Ni la derecha de la CDU ni la CSU bávara quieren convertir el Mecanismo de Estabilidad en ese FME –que Merkel quiere que siga siendo intergubernamental y exige antes una difícil y lenta reforma de los tratados–, ni un presupuesto común significativo de la Eurozona. La cuestión es si ésta se reformará antes o habrá de esperar a verse espoleada a ello por la próxima crisis. La propuesta de Merkel de que el Eurogrupo incorpore a los ministros de Economía y Finanzas agigantaría esta formación –ya se habla de jumbo– sin aportar valor añadido evidente. Parece tener más de señuelo que de sustancia.
Macron ha ganado peso europeo, aunque lo tendrá que confirmar en la manera en que gestione las reformas internas en su propio país ante las que se multiplican las resistencias. Merkel, con las largas negociaciones para formar gobierno de coalición, ha perdido una parte de su auctoritas. Aunque por detrás de todo hay en Francia y en otros países, pero no en Alemania, cansancio social con la austeridad. Macron quiere más “solidaridad”, Merkel más competitividad, aunque el francés también la busca. ¿No debería defenderse más solidaridad para una mayor competitividad?
Como se ha señalado, “Macron tiene las ideas, pero Merkel el boli rojo”. Sin embargo, a pesar de sus dificultades internas y externas, Macron y Merkel han vuelto a reafirmar en su cita en Berlín que presentarán una propuesta conjunta de reforma de la UE, y en especial de la Eurozona para el Consejo Europeo de junio. No es el final de la luna de miel franco-alemana, como se ha dicho, pues nunca la hubo, sino el principio de una negociación por un compromiso, por un entendimiento seguramente a medio camino. Los grandes compromisos europeos entre Alemania y Francia, más que en coincidencias, han consistido en concesiones cruzadas. Parten ahora de una premisa común: hay que reformar la Eurozona. Discrepan en cómo. Ahora bien, en esta Europa, el eje franco-alemán sigue siendo esencial, pero no es el único. Y no hay realmente una alianza por más Europa. Quizá las elecciones europeas de 2019 sirvan para dinamizarla y evitar que el Parlamento Europeo se llene de antieuropeos.