Desde el pasado 11 de diciembre, tras las elecciones legislativas en Macedonia, el parlamento de dicho país balcánico no ha sido capaz de formar un gobierno basándose en los resultados electorales. La causa aparente es que ninguno de los dos partidos mayoritarios consiguió la mayoría absoluta. El partido conservador VMRO-DPMNE, liderado por el primer ministro Nikola Gruevski, sacó un 51% los votos y el partido socialdemócrata SDSM, cuya lista encabezaba Zoran Zaev, un 49%. Así que sólo podrían formar gobierno en coalición con los partidos minoritarios albaneses (que representan a una cuarta parte de una población de 2,2 millones). Dado que Gruevski no consiguió hacerlo, Zaev, sin contar con el mandato del actual presidente y después de muchas semanas de negociación, anunció que contaba con el apoyo de los albaneses para un gobierno de coalición a cambio de convertir al albanés en segunda lengua oficial en todo territorio macedonio y aumentar los derechos de la minoría albanesa. Gjorge Ivanov, actual presidente de Macedonia, rechazó el nuevo gobierno formado indicando que “representa una amenaza para la unidad nacional de Macedonia”. El pasado 27 de abril, el nombramiento de Talat Xhaferi, representante de los partidos albaneses de la coalición, como presidente del Parlamento macedonio, provocó una batalla campal con 80 heridos fuera y dentro de la cámara.
Las manifestaciones de los ciudadanos macedonios y de una parte de su élite política contra el gobierno de coalición, así como el rechazo del presidente Ivanov, demuestran que los albaneses no son considerados leales ciudadanos macedonios. Desafortunadamente, las declaraciones del primer ministro de Kosovo, Hashim Thaçi, realizadas el pasado 19 de abril señalándo que “todos los albaneses de la región vivirán en un solo país con el fin de seguir adelante con su integración en la familia europea”, y el hecho de que la plataforma política de los miembros de la coalición gubernamental (Declaración de los Partidos Albaneses sobre el aumento de los derechos de los albaneses en Macedonia) fuera firmada con mucho fanfarreo en Tirana, alimentan el argumentario de la propaganda nacionalista macedonia.
Sin embargo, la crisis política del país no se debe a la actual “cuestión albanesa”. Su raíz está en el Acuerdo de Ohrid, firmado entre macedonios y albaneses en agosto de 2001, que puso fin a una guerra de siete meses pero que no se ha cumplido del todo 16 años después. Las exigencias de los partidos albaneses a cambio del apoyo al gobierno de coalición de Zoaran Zaev no se desprenden de lo estipulado en el Acuerdo de Ohrid.
Otra de las causas de la actual situación es la crisis que se produjo en mayo de 2015, cuando el gobierno del partido VMRO-DPMNE fue acusado por los partidos de la oposición de corrupción, crimen organizado y escuchas ilegales a más de 20.000 personas. El gobierno actuó como suelen actuar todos los gobiernos de los Balcanes desde los años 90: para no perder poder recurrir a una retórica nacionalista que desvíe la atención de sus ansias de poder y de sus fracasos e ineficacia.
El 19 de mayo es el último día para que el presidente Ivanov reconozca al nuevo gobierno. Si esto no ocurriera, las tensiones nacionalistas aumentarían peligrosamente y el país se alejaría aún más de una solución institucional de la crisis.
Lo que está ocurriendo en Macedonia demuestra que el Acuerdo de Ohrid (como el de Dayton para Bosnia-Herzegovina) fue un arreglo a corto plazo. Sin el fortalecimiento de las instituciones democráticas de los países balcánicos, la volatilidad seguirá siendo la principal característica de la situación política de la región, como lo ha sido durante los dos últimos siglos.