Con Xi Jinping se está consolidando un cambio profundo en la orientación de la política exterior china. La política de perfil bajo que preconizó Deng Xiaoping ha dado paso a una política mucho más firme y asertiva, que comporta elementos positivos para la estabilidad internacional, pero también elementos negativos o cuanto menos preocupantes.
Hasta hace unos años la política exterior china había seguido las pautas marcadas por Deng Xiaoping: una política de perfil bajo, en la que China debía evitar un excesivo protagonismo en la escena internacional y, sobre todo, evitar conflictos que pudieran poner en peligro su objetivo central, que era el crecimiento económico y la modernización (esta política se plasmó en la denominada “estrategia de los 24 caracteres” de Deng Xiaoping: “observar con calma, afianzar nuestra posición, afrontar los problemas con tranquilidad, ocultar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno, mantener un perfil bajo, y nunca buscar el liderazgo”).
Con la era de la reforma iniciada en 1978, el objetivo básico de la política china fue el crecimiento económico. A este objetivo central se supeditaron todas las líneas de acción del país, incluida la política exterior –con alguna línea roja como Taiwan. China intentó evitar por todos los medios conflictos exteriores que pudieran poner en peligro la prioridad del desarrollo económico.
Con Xi Jinping esta orientación está cambiando de forma radical. China ha empezando a asumir un papel mucho más activo en la política internacional.
Este cambio es una consecuencia de la transformación de la situación de China. Hace 25 años China era mucho más débil y pobre. Su prioridad, por delante de cualquier otra, era crecer y modernizarse. Desde entonces ha registrado un espectacular crecimiento. La China actual ya no es un país pobre, sino una de las primeras economías del mundo, y una potencia militar y política. Las condiciones se han modificado de forma radical.
La nueva orientación de la política exterior china presenta una doble vertiente: una positiva y otra negativa.
Es positivo que China haya decidido asumir un papel más activo en los asuntos globales, en consonancia con su peso. China quiere influir en la configuración del orden institucional internacional. De ahí su mayor protagonismo en las negociaciones sobre cambio climático o en el G-20, por poner un par de ejemplos. O iniciativas como el lanzamiento del Banco Asiático para Inversiones en Infraestructura (AIIB, en sus siglas en inglés), que supone un claro reto al sistema de instituciones financieras multilaterales establecido y dominado por los países occidentales, y la ambiciosa estrategia para desarrollar el comercio y las relaciones euroasiáticas a través del proyecto OBOR (“One Belt, One Road”).
Ha recibido poca atención el reciente anuncio de que China va a establecer una base militar en Yibuti –aunque, en un reflejo de su pasada mentalidad, el gobierno chino no ha querido utilizar la denominación de base militar, sino de instalaciones de apoyo a los barcos que están participando en las misiones contra la piratería de la ONU. El establecimiento de esta base en un país extranjero marca un cambio radical en relación con la orientación de la política exterior china desde hace mucho tiempo, al menos desde que existe la República Popular China. Se trata de un cambio que muestra esa mayor involucración de China en los problemas internacionales.
Esta vertiente positiva se ve acompañada de una vertiente negativa, vinculada con la creciente agresividad y unilateralidad con la que China defiende sus reinvindicaciones territoriales.
Xi Jinping ha impulsado en los últimos años una política de reivindicaciones territoriales que le ha llevado a una fuerte tensión con Japón, Vietnam, Filipinas y otros países asiáticos. China ha construido instalaciones militares en zonas en disputa. Los riesgos de un enfrentamiento –que podría iniciarse con un choque “accidental” pero podría derivar hacia un conflicto bélico de mayor envergadura– han aumentado de forma preocupante.
Para muchos observadores esta nueva política china, que defiende sus posturas de manera intransigente, innegociable, en base a unos derechos históricos ambiguos y poco claros sobre zonas muy alejadas de su territorio, ignora las normas internacionales sobre resolución de conflictos marítimos. Y, desde luego, supone una ruptura con la política exterior prudente y moderada que China mantuvo durante décadas.
En términos de análisis coste-beneficio se cuestiona la racionalidad de la nueva asertividad de la política exterior china. ¿Compensan estas aspiraciones territoriales los riesgos de las consecuencias catastróficas que podría tener un conflicto militar?
No es exagerado decir que el agravamiento de las tensiones territoriales en Asia, derivado en buena medida de la actitud china, se ha convertido en uno de los focos potenciales de conflicto más importantes, no sólo para Asia sino en general para la estabilidad internacional.