Desde la toma de Kabul por los talibanes en agosto de 2021, lo que parecía ser una victoria del establishment pakistaní ha derivado en una grave crisis de seguridad. Las desavenencias de los líderes del Emirato Islámico de Afganistán frente a los intereses pakistaníes ya eran manifiestas durante los últimos años de intervención internacional, en el descuento para la retirada de tropas internacionales. En las negociaciones en Doha que se llamaron “proceso de paz”, pero que parecieron más una capitulación, el control de los pakistaníes generó oposición y hartazgo en la cúpula talibán.
Es conocido que el establishment pakistaní albergó durante años a los dirigentes talibanes, la conocida como shura de Quetta, por la ciudad baluchí en la que tenían residencia. Asimismo, en aras de su doctrina de la profundidad estratégica, se utilizó la falta de cobertura estatal en las áreas tribales (no por la ingobernabilidad de la zona, sino por propia estrategia) para formar a la insurgencia como fuerza irregular. El islamismo fue el instrumento con el que combatir la falta de reconocimiento de la frontera común (conocida como la línea Durand) por parte de Kabul y de contrarrestar su respaldo a los nacionalismos étnicos laicos pastún y baluchí. De esta política de seguridad, surgieron los grupos que formaron la base de apoyo a las fuerzas talibán y el origen del futuro Movimiento Talibán de Pakistán (Tehrik-e Taliban Pakistan, TTP). Es también un hecho que, desde 2001, los talibanes no habrían sobrevivido como fuerza militar o política si no hubiera sido por esta asistencia. La creencia en la necesidad de cultivar un gobierno hostil a la India en Kabul encontró en el movimiento talibán un activo con el que promover los intereses de Islamabad, cuya prioridad ha estado siempre en la frontera con la India, eje que alimenta su revisionismo respecto al territorio de Cachemira.
Pese a todo, la oposición afgana a la línea Durand está teniendo continuidad con los talibanes, postura que ya mantenían en la década de 1990. Uno de los temores pakistaníes de seguridad es la reavivación de reclamaciones territoriales en las áreas de población pastún, frente al que se suma el nacionalismo separatista baluchí. Las dos provincias con mayor desapego con el gobierno central y focos de las insurgencias vertebran el recorrido del Corredor Económico China-Pakistán (CECP). Los temores a levantamientos populares, tanto de pastunes como de baluchíes, perjudican la estabilidad necesaria para el funcionamiento del CECP y dañan la imagen de Pakistán frente al único socio estable que le queda, China. Pero la relación bilateral está muy dañada, dada la dificultad de proteger a los ciudadanos chinos, víctimas de grupos terroristas. Pakistán, por su parte, responsabiliza de la inestabilidad a un hipotético respaldo de la India al TTP y otros grupos, alegaciones que la India niega.
Como consecuencia, el gobierno de Islamabad utiliza a los refugiados afganos en su territorio como moneda de cambio, realizando expulsiones forzosas no sólo de los llegados tras 2021, sino de aquellos que tienen un estatus regularizado y llevan décadas viviendo en el país. La aprobación en octubre de 2023 del “Plan de repatriación de extranjeros no regularizados” tiene como objetivo presionar al liderazgo de Kabul. Por el momento, han expulsado a cerca de 800.000 refugiados, además de imponer restricciones a la entrada de bienes en la frontera. La postura talibán rechaza que sean refugiados, puesto que, dada la falta de reconocimiento de la frontera, forman parte de Afganistán. Al mismo tiempo, la construcción de un vallado en la parte pakistaní ha exacerbado estos enfrentamientos.
Otro de los principales puntos de discrepancia radica en la amenaza para la seguridad que el TTP supone para Pakistán, cuyos ataques han contribuido a un aumento de la violencia de hasta un 56% en 2023. Según el último Informe del Índice del Terrorismo Global (2024), este país es el cuarto del mundo más afectado por esta lacra. Afganistán se encuentra en sexto lugar. Sin embargo, ambos parecen estar usando la misma estrategia como método de presión para extraer concesiones del otro. Pakistán acusa a Afganistán de dar apoyo al TTP, mientras que, para el régimen talibán, su vecino está dando respaldo al autodenominado Estado Islámico en la provincia del Jurasán (ISIS-K).
Para enviar una señal resolutiva a los talibanes, el gobierno de Islamabad está incrementando sus incursiones militares en Afganistán. El episodio más reciente ocurrió en respuesta a un ataque del TTP el 21 de diciembre que acabó con la vida de 16 soldados pakistaníes. La fuerza aérea pakistaní bombardeó un punto en la provincia de Paktika dejando 46 muertos tres días después en lo que decía ser una base del TTP. Tanto el gobierno afgano como las Naciones Unidas afirman que hay víctimas civiles, mujeres y niños, lo que podría ser considerado un crimen de guerra. La respuesta afgana tuvo lugar unos días después, con bombardeos más allá “de la línea hipotética”, eufemismo con el que se refieren a la frontera.
En un mundo cambiante, quienes eran aliados pueden convertirse en enemigos y viceversa, especialmente si se aprende que las doctrinas del pasado no produjeron los resultados deseados. Este es el caso de la India, cuyo acercamiento a los talibanes, aunque tímido, es decidido. Aprendida la lección del fracaso que supuso el apoyo armado a la Alianza del Norte contra los talibanes (junto a Irán y Rusia), la necesidad de evitar un escenario tan dañino como el que hubo hasta 2001 demanda un plan de acción alternativo. No quiere decir que el gobierno de Nueva Delhi acepte la naturaleza del régimen afgano, sino que prima llegar a la energía centroasiática, cuyo acceso ha sido sistemáticamente vedado por Pakistán. De esta forma, el 9 de enero de 2025, el secretario de Exteriores indio, Vikram Misri, y el ministro de Exteriores afgano en funciones, Amir Khan Muttaqi, se reunieron en Dubái, gracias a la estrecha relación que ambos países tienen con el Estado emiratí.
En esta reunión, entre otros temas, se trató la necesidad de seguridad india en relación con grupos como el Lashkar-e Taiba o el Jaish-e Mohammad, conocidos por tener respaldo del establishment pakistaní. Cabe recordar que Afganistán tiene el potencial de volver a ser núcleo del yihadismo internacional. Es más, tanto Afganistán como Pakistán están demostrando, una vez más, que no son capaces de reinar sobre la miríada de grupos terroristas que aún operan en la región.
Es por tanto una gran ironía que el tan ansiado triunfo talibán tenga el efecto contrario. Los talibanes ya no necesitan a Pakistán como interlocutor con el resto del mundo. Aunque no sean reconocidos internacionalmente, el pragmatismo está llevando a que diversos países interactúen con el Emirato Islámico. Si bien China es el más relevante, el resto de la región ve en sus propios intereses la clave para evitar repetir los errores del pasado, cuestionando la conveniencia de su aislamiento internacional. Para Pakistán, el deseo de reinar en Kabul y alejar a Delhi está más lejos que hace décadas.