El año 2030 puede ser un horizonte temporal como cualquier otro, pero es una buena cifra redonda para preguntarse cómo será América Latina en un futuro próximo. El ejercicio adquiere mayor sentido si tomamos como punto de referencia el comienzo del siglo XXI y los 15 años que han pasado desde entonces. Pensando en el medio y largo plazo, los cambios que se han producido en la región son de tal calado que han conformado una realidad totalmente diferente de la existente a finales del siglo XX, moldeando un paisaje que para muchos podría definirse como irreconocible.
Desde un punto de vista político se ha hablado, en su momento, del “giro a la izquierda” y también de la emergencia de gobiernos populistas. Más o menos próximos al gobierno bolivariano de Hugo Chávez en Venezuela, lo cierto es que a lo largo y ancho del continente se implantaron una serie de gobiernos que al menos reivindicaban para sí mismos la condición de progresistas. Algunos fueron más lejos y manifestaron tajantemente su voluntad de construir el “socialismo del siglo XXI”, un concepto que ha ido cayendo en desuso en los últimos años, junto a su menosprecio por los derechos de las minorías.
La economía comenzó a crecer a “tasas chinas” y se llegó a hablar de la “década de América Latina”. Impulsado por el viento de cola que supuso el elevado precio de las commodities, las transformaciones económicas se enmarcaban en lo que parecía un inagotable círculo virtuoso de expansión y crecimiento económico. La demanda china, las inversiones del mismo origen y un comercio bilateral sin freno dieron lugar a nuevos paradigmas de desarrollo. Algunos llegaron a pensar incluso que China podía ser el caballero andante que acabara de una vez y para siempre con la influencia negativa de la dependencia y el imperialismo.
Socialmente ambos fenómenos dieron lugar al aumento de las clases medias o a la emergencia de nuevas clases medias. Inclusive allí donde no hubo gobiernos de izquierda, populistas o no, también pudo contemplarse este fenómeno. Y todo esto en medio de procesos de consolidación democrática. Es verdad que asistimos al surgimiento de fuertes pulsiones autoritarias en algunos casos, pero las vigas maestras de los sistemas democráticos parecen permanecer en su lugar. Hay alguna excepción notable como Venezuela, pero de momento no parece ser la norma.
Si situamos a 2015 como un punto de inflexión y con la referencia de los 15 años pasados resulta pertinente que nos preguntemos por los próximos 15 que están por venir. ¿Cómo impactarán sobre una región afectada por lo que se dio en llamar la reprimarización de sus exportaciones la reducción de la demanda de materias primas y la desaceleración de la economía china? ¿Qué consecuencias políticas tendrá el declive económico? ¿En qué medida aquellos gobiernos que han centrado sus políticas públicas en los subsidios y programas sociales asistenciales podrán mantenerlos en un contexto de menores ingresos fiscales?
Comienza a haber algunos indicios de que algunos presidentes que llevan un tiempo al frente de sus gobiernos tendrán mayores problemas para ser reelegidos. De una u otra manera el cambio de ciclo económico, como puede entreverse en Brasil, anticipa el fin de gobiernos largos, tanto de caudillos como de partidos. Finalmente en el flanco social, la gran duda gira en torno al futuro de las clases medias emergentes. ¿En qué medida lograrán conservar su nuevo estatus social o se verán inmersos en un nuevo proceso descendente? Es de sobra conocida la fragilidad de muchos de estos grupos que se mueven en un margen muy estrecho entre la normalidad y la pobreza, una frontera que a veces puede ser franqueada en un sentido o en otro gracias a un mero cambio estadístico.
Estas cuestiones nos llevan a preguntarnos por el porvenir latinoamericano. En la dilatada historia del continente los golpes de péndulo son la norma, acompañados por una inveterada tendencia al adanismo. Por eso, ante estas constantes la gran duda es si en 2030 no quedará nada de lo construido en los 15 años pasados especialmente de lo bueno, y el nuevo paisaje será totalmente irreconocible, o se habrá podido dar el gran paso, que la región tanto necesita, de comenzar a conservar aquello que sí vale la pena.