Tras los anuncios de las visitas de François Hollande y Mateo Renzi a la Argentina mucho se ha especulado con la pérdida de peso, presencia y prestigio de España en América Latina. La sensación de catástrofe fue amplificada por la existencia de un gobierno en funciones y la imposibilidad de planificar y realizar visitas de Estado o viajes oficiales. Una vez más la autoflagelación y la culpa aparecen como constantes en la relación con la región latinoamericana.
En este sentido hemos podido leer en la prensa madrileña una serie de titulares bastante tremendistas, del estilo: “Francia e Italia toman la delantera a España en América Latina”, “Una diplomacia a medio gas deja a España marginada”, “Francia se pone al frente del acercamiento europeo a Cuba”.
La idea de la crisis se une a la de una “influencia menguante”, un concepto que refuerza el momento de interinidad político que se vive. De este modo, la debilidad de la política exterior española quiere ser aprovechada por sus rivales para reforzar, o potenciar, su presencia en América Latina y tomar ventaja de su más fuerte competidor europeo.
Como consecuencia de los fuertes recortes que han afectado a la ayuda estatal al desarrollo español, la presencia oficial en los diversos países latinoamericanos se ha visto seriamente afectada. Sin embargo, las relaciones económicas han sabido mantener su fortaleza.
Con todo, es importante señalar, una vez más, que la principal base de sustentación de las relaciones hispano-latinoamericanas, no son ni los contactos oficiales ni los económicos (inversiones y comercio fundamentalmente), sino una tupida red de vínculos personales, familiares y sociales, complementados por un fuerte entramado cultural y de unas sociedades civiles en contacto constante que hablan el mismo idioma y comparten numerosos valores culturales.
Buena prueba de ello es la amplia cobertura que la prensa latinoamericana dio en su día a la entrega de los Premios Goya a la producción cinematográfica, donde se vertieran conceptos como “Darín, la estrella latina de los Goya” o unos Goya con “sabor latino”. En prácticamente todos los países latinoamericanos, sin importar la naturaleza de los periódicos (nacional, provincial o local), ni su soporte (papel o digital), se cubrió la gala y sus resultados, bien con información de agencias (EFE fundamentalmente), o bien con información propia, en algunos casos gracias a la labor de los corresponsales asentados en España, o también al visionado directo, en televisión, del evento.
La presencia de Ricardo Darín entre los nominados, y finalmente premiado, como mejor actor, y la existencia de un galardón a la mejor película iberoamericana, también ayudaron. Es importante subrayar que con la excepción de la chilena “La once”, todas las películas nominadas en esa categoría tenían participación española.
La peruana “Magallanes“ es una coproducción de la madrileña Nephilim —responsable también, hace un par de años, de la chilena “Gloria“’—; la cubana “Vestido de novia” está coproducida por el Instituto Cubano de Cine y la productora bilbaína Bitart; y, por supuesto, “El clan”, es una producción de los hermanos Almodóvar (El Deseo) y Telefónica Studios. Eso sin mencionar que la fluida relación que el Programa Ibermedia ha creado desde 1998 en el espacio audiovisual iberoamericano estaba detrás de muchas otras cintas, como la hispanodominicana “El Rey de La Habana” o la gran triunfadora de la noche, “Truman”, impulsada por la productora de Cesc Gay y la argentina BD Cine.
El impacto de la entrega de estos premios hay que relacionarlo con la llegada y el conocimiento que existe en los distintos países del cine español, estimulada durante dos décadas por la coproducción entre cinematografías de las dos orillas. Sus protagonistas son sumamente conocidos, aunque sin llegar a los niveles de clubes y futbolistas de la Liga de fútbol profesional, especialmente el Real Madrid y el Barcelona, cuyos encuentros tienen una amplia cobertura en las televisiones regionales.
Si olvidamos estas cuestiones menos mensurables pero tanto o más visibles que las visitas de un presidente o un primer ministro, se puede perder la perspectiva sobre el estado o la naturaleza de la relación de España con América Latina. Es verdad que lo que se hace es manifiestamente mejorable y que con el sustento que tiene esta relación se podrían hacer más y mejores cosas, por ejemplo, en todo lo relacionado con la diplomacia pública y el reforzamiento de la imagen de España. Ahora bien, a la hora de pontificar sobre nuestros defectos, múltiples y horrorosos, también habría que incluir en el balance las virtudes y los puntos fuertes, comenzando por la lengua, la cultura y las relaciones personales.