La nueva administración Bush tendrá que enfrentarse a varios desafíos. La lucha contra el terrorismo islámico y la resolución de la crisis en Iraq son solo los desafíos con mayor proyección mediática. Pero los desafíos más profundos son los económicos. De su resolución va a depender la verdadera posibilidad de hacer frente a cualquier problema percibido en el terreno de la seguridad. Si no, la llamada “guerra contra el terror” se hundirá por el colapso de las bases económicas.
De momento, la economía estadounidense da una impresión superficial de tener una robusta salud. EEUU sigue siendo la fuente principal de demanda en la economía mundial y su ritmo de crecimiento sigue alto (casi el 4%). La tasa publicada de desempleo es un módico 5,4% y los mercados han reaccionado positivamente a la victoria de Bush.
De todas formas, EEUU ha mezclado un cóctel explosivo con su política económica reciente. El precio de haber moderado la recesión de 2001 con unas políticas macroeconómicas tan excesivas ha sido que la recuperación depende ahora de unas bases frágiles y de unos desequilibrios macroeconómicos que han llegado a límites peligrosos.
Los déficit interno y externo ya están en niveles altos (casi el 4% y el 6%, respectivamente, del PIB) y siguen creciendo. La recuperación está basada en un consumo que se nutre de una alta deuda personal, unas tasas de ahorro en mínimos históricos y unas expectativas del consumidor desorbitadas. Los efectos “riqueza” que apoyaron el consumo en años pasados han llegado al fin de su camino. Los recortes fiscales y la fuerte expansión monetaria han ayudado principalmente al sector corporativo en su búsqueda de restaurar su salud financiera y de devolver fondos a sus inversores, malheridos por el pinchazo de la bolsa. Pero la creación de empleo sigue siendo demasiado débil como para mantener el consumo sin el apoyo de más recortes fiscales para la clase media. Al fin y al cabo, el ritmo de crecimiento bajará a un nivel inferior a su nivel potencial.
A partir de ahora, la administración Bush se enfrentará a un dilema agudo entre la necesidad de reducir los déficit gemelos y el deseo de seguir con crecimiento rápido. Si el mercado de trabajo no repunta significativamente en los meses venideros, la administración se verá fuertemente tentada a seguir utilizando políticas de estímulo con el fin de dinamizar el mercado de trabajo y crear bases más estables para el crecimiento. Lo más probable es que este estímulo llegará en forma de más recortes fiscales y más gastos militares y de seguridad. Ya que tiene una mayoría más amplia en el Congreso, la administración en principio tendrá el poder de llevar adelante esta política.
Pero incluso en el caso de que una política fiscal expansiva tenga éxito en mantener un fuerte consumo interno, el impacto sobre los déficit puede ser nefasto. El crecimiento en EEUU ya esta ralentizándose y tendrá que volver a aumentar durante bastante tiempo antes de que el déficit disminuya por el aumento de ingresos federales que pueda proporcionar un crecimiento rápido. No obstante, esta evolución posible solo empeorará un déficit externo que ya apunta hacia una posible caída fuerte y desordenada del dólar.
La Fed se enfrentará con su propio dilema: seguir normalizando los tipos de interés –lo que iría en contra de los deseos de la administración de lograr un crecimiento fuerte– o sucumbir a la tentación de acomodar las políticas fiscales expansivas –lo que puede crear la sensación de una economía robusta, pero que también sembrar las semillas de una crisis más profunda en el futuro–.
Asia también se enfrenta a un dilema. Aunque China es el único actor relevante que formalmente mantiene un tipo de cambio fijo respecto al dólar (lo que bloquea un reajuste en el tipo de cambio efectivo del dólar y en el déficit externo de EEUU), los demás países asiáticos gestionan sus tipos de cambio para mantener sus monedas estables frente al yuan para que sus exportaciones al gran motor de China sigan siendo competitivas. Por su parte, China todavía depende de la demanda de EEUU para sus exportaciones, y tiene que reciclar sus grandes reservas de dólares a EEUU –junto con los otros países asiáticos –para financiar los déficit gemelos y para mantener los tipos de interés en EEUU a niveles bajos a fin de que el consumo en EEUU siga tirando–. Este arreglo informal de flujos y déficit –llamado Bretón Woods II por algunos analistas– tiene la ventaja de mantener un statu quo conveniente para los dos bloques económicos, pero también conlleva el riesgo de contribuir a profundizar una futura crisis si, y/o cuando, este sistema informal se deshace.
Finalmente, esta situación presenta a Europa con su propio dilema –posiblemente el más agudo de todos–. Los crecientes déficit en EEUU solo pueden buscar su reajuste natural frente a las monedas grandes que son flexibles, es decir el euro y la libra. Aunque la depreciación del dólar en los últimos años no ha afectado de forma significativa las exportaciones europeas, si el dólar sigue depreciándose, principalmente frente al euro, la recuperación europea puede abortarse. La creciente debilidad del sector exportador –todavía el motor de crecimiento en Europa– puede generar un aumento de presiones proteccionistas –lo mismo que puede pasar en EEUU– y el ya tenue liderazgo del dúo EEUU-UE puede deshacerse, minando toda posibilidad de seguir adelante con la liberalización comercial.
Este escenario implica por lo menos un crecimiento cada vez más débil en Europa. Solo sería una cuestión de tiempo antes de que cayéramos en una recesión mundial y que una fuerte caída del dólar desestabilizara el mundo.
¿Qué se puede hacer para evitar este escenario más pesimista? Primero, EEUU tendrá que empezar a recortar su déficit fiscal, incluso si esto implica una desaceleración fuerte. Asia tendrá que aceptar una revalorización de sus tipos de cambios frente al dólar, aunque este cambio produjera un crecimiento más lento. Europa no tiene más alternativa que continuar con sus reformas del mercado laboral y de otras áreas para cumplir con los objetivos de Lisboa.
Pero cada bloque tiene unos fuertes incentivos a corto plazo para evitar estos ajustes. Primero, todos los casos implicarían un menor crecimiento y posiblemente un mayor desempleo por lo menos durante unos años. Segundo, ninguno tendrá motivos para actuar exclusivamente en términos unilaterales porque los beneficios hipotéticos de estos ajustes para cada uno dependen de los ajustes de los demás. Esto implica que necesitamos algo como un Bretón Woods II, pero que tendría que ser una colaboración multilateral de verdad para generar la confianza esencial entre todos los actores para que sus políticos se enfrenten a los riesgos necesarios.
Esta diplomacia económica precisará del liderazgo de EEUU y el pleno compromiso de Europa y Asia. El desafío implícito es tan grande que no tenemos motivos para ser optimistas. Pero si no se logra, lo que puede estar esperándonos será mucho más grave. Como dicen los neoconservadores, “el statu quo no se puede mantener”. Pero la gran aventura de arreglar el statu quo en Oriente Medio no tiene muchas posibilidades de éxito si las grandes potencias no empiezan a arreglar el statu quo de la economía mundial. No se sabe si la administración Bush se da cuenta de la gravedad de este statu quo. Y no se sabe si tiene el mismo coraje moral para enfrentarse a él como el que supuestamente tiene en su liderazgo en la lucha contra el terrorismo islamista. Pero Europa y Asia no pueden esperar a Bush. Tendrán que trabajar juntos para seducir al Presidente más seguro de sí mismo en la historia.