Lo internacional y lo doméstico se unen más que nunca en la Administración Biden. Sirva como ejemplo su primer discurso ante Naciones Unidas, en el que prometió liderar una renovación global basada en su política nacional. El discurso incluyó referencias al gasto en infraestructuras y a los “empleos bien remunerados”, frases que suele decir en una planta manufacturera de Ohio o ante los periodistas en la Casa Blanca. Aludió a Build Back Better World, un plan global de infraestructuras que sigue el modelo de Build Back Better, su precedente nacional. “Las infraestructuras pueden ser una base sólida que permita a las sociedades de los países de renta baja y media crecer y prosperar”.
Pero aquellos líderes mundiales que le escuchaban estaban más pendientes de aclarar otros asuntos: la caótica salida de Kabul, junto con dudas sobre las futuras operaciones antiterroristas y el compromiso con los derechos humanos en Afganistán; el anuncio de una nueva asociación estratégica entre EEUU, Australia y Reino Unido –AUKUS– que incluye una flota de submarinos de propulsión nuclear para que Australia asegure su posición en el Mar del Sur de China; y el 20 aniversario del 11-S como cierre del capítulo sobre el intervencionismo liberal occidental. Para sus socios y aliados, o para aquellos que hasta ahora no han prestado suficiente atención, todo esto es una advertencia sobre la futura dirección de la política exterior estadounidense. Se trata de iniciar una nueva etapa y no de una continuación de la política de “América primero” de Donald Trump como algunos denuncian, porque el mundo de Biden está muy lejos de aquél en el que los líderes autocráticos encabezaban la lista de socios preferidos por Washington.
Las prioridades están claras desde hace tiempo: centrar el poder de EEUU y su diplomacia hacia el Indo-Pacífico, proteger la democracia y los derechos humanos pero no con la fuerza militar, y trabajar de manera colectiva para abordar los grandes retos globales como la lucha contra el cambio climático, la sanidad global y los cambios tecnológicos, todo ello con un ojo puesto en mejorar la situación doméstica del país. Se adopta un nuevo tipo de minilateralismo –el principal ejemplo es el AUKUS– que se une al renovado compromiso con varias instituciones multilaterales y regionales, y Biden espera que esta combinación y agilidad le permitan cumplir con su agenda y hacerlo con rapidez. El problema es que está creando una inseguridad y competencia constantes entre los amigos más cercanos de EEUU.
Sobre todo, entre los europeos, a los que todo esto parece pillarles algo desprevenidos, con dudas sobre si EEUU había notificado, pero no consultado, o si había decidido pedir perdón en lugar de permiso. Mientras, el resto del mundo está atento para ver si una nueva ruptura transatlántica se convierte en la gran noticia que distraiga de otros asuntos más urgentes.
Parece, no obstante, que la diplomacia ha evitado que las desavenencias transatlánticas se conviertan en una división más duradera. AUKUS dejó de lado el enfado del Parlamento británico tras la políticamente desestabilizadora salida de Afganistán. Y una llamada telefónica entre Biden y el presidente francés, Emmanuel Macron, que incluyó una promesa de apoyo de EEUU a las operaciones antiterroristas de Francia en el Sahel, ha contribuido a orientar las relaciones entre EEUU y Francia en la buena dirección, al menos de momento.
Los retos domésticos
Donde el nuevo liderazgo de EEUU puede ponerse en peligro es en Washington, donde un puñado de demócratas centristas y progresistas podría arruinar las perspectivas de un paquete de medidas que harían más fuerte al país y que contiene el tipo de inversiones que Biden querría realizar en todo el mundo, como afirmó en Nueva York.
Ante la propia Asamblea General de la ONU Biden subrayó la urgencia de abordar los retos que “esconden enormes oportunidades” y afirmó que la democracia está “en todas partes” y que sigue siendo la mejor herramienta para “liberar todo nuestro potencial humano”. Pero esta “urgencia” y esa “democracia” a la que hizo referencia se está viendo agravada por los retos a los que EEUU se enfrenta en casa. En concreto, el desafío para aprobar un presupuesto de 3,5 billones de dólares –el denominado Build Back Better Act– y un plan de infraestructuras que garantice la agenda doméstica de Biden. Además, la COVID-19 sigue haciendo estragos en todo el país, la frontera está desbordada y los índices de aprobación del presidente han bajado de forma considerable. Cualquiera que haya pensado que los números iniciales de las encuestas al comienzo de la Administración Biden se mantendría durante cuatro años, no comprende el clima partidista y polarizado en el que vive EEUU.
Y el principal reto del presidente proviene de su propio partido. Los demócratas tienen un margen muy estrecho en la Cámara, de tres o cuatro escaños, y un margen de cero escaños en el Senado. Son necesarios todos y cada uno de esos demócratas para no hacer descarrilar la aprobación de una legislación que tiene el potencial de ser transformadora para millones de familias estadounidenses. Biden necesita una gran victoria de sus compañeros, cuya unidad inicial en torno a su presidencia se ha visto afectada a medida que el verano se convertía en otoño.
En el centro de la incertidumbre se encuentra el acuerdo al que llegó Nancy Pelosi con los moderados y los progresistas del partido, para vincular el proyecto de ley de infraestructuras –que ya fue aprobado por el Senado con apoyo bipartidista y que financiaría carreteras, banda ancha y otros proyectos de infraestructuras– a esta propuesta política de “reconstruir mejor”, que incluye una ampliación de la red de seguridad social del país y una revisión del código fiscal y en la que los demócratas comparten, en general, la visión de Biden, pero con disputas sobre el tamaño y medidas clave para combatir el cambio climático y ampliar la asistencia sanitaria.
Después de prometer que se votarían ambas medidas al mismo tiempo, Pelosi dijo a su grupo que la Cámara debería proceder a la aprobación del proyecto de ley de infraestructuras mientras el Senado intenta alcanzar un consenso sobre el plan de gastos, después de que un par de moderados se opusieran a su precio. Los progresistas se enfurecieron por el cambio de estrategia, y algunos lo calificaron de “traición”. Varios miembros del grupo progresista del Congreso dijeron que planeaban oponerse al proyecto de ley de infraestructuras el jueves, a menos que también se votara la ley de 3,5 billones de dólares.
Los líderes demócratas, no obstante, continúan proyectando públicamente su confianza mientras trabajan entre bastidores para elaborar una propuesta de compromiso que satisfaga las demandas e intereses contrapuestos que han puesto en peligro su aprobación. Con los republicanos unidos en su oposición, necesitarán el voto de todos los demócratas del Senado y de casi todos los demócratas de la Cámara.
Pero el debate no es sólo entre progresistas y moderados. También es entre la Cámara y el Senado. Y si eres un miembro de la Cámara, sabes que a veces las cosas que apruebas acaban muriendo en el Senado. Y eso es especialmente lo que los progresistas están desesperados por que no ocurra.
Con esta agenda económica de Biden pendiendo de un hilo, los demócratas también están luchando para evitar un cierre del gobierno y evitar una crisis financiera con la deuda nacional, después de que los senadores republicanos bloquearan una medida que habría financiado las agencias federales y elevado el límite de endeudamiento del país. Los republicanos dejaron claro que no quieren dejar su huella en el aumento del techo de la deuda. Quieren poder culpar a los demócratas por ello más tarde.
Son días intensos en Washington y aquí es donde ahora Biden se está jugando no solo demostrar a los estadounidenses que el gobierno puede funcionar, sino probar su teoría de que haciéndose más fuertes dentro les ayudará a competir con más fortaleza fuera y a reunir a los aliados y socios a su alrededor ¿Podrán los demócratas salvar la agenda de Biden, mantener el gobierno federal abierto y evitar un desastre fiscal?
“Ya me conocen, soy un optimista nato”, dijo Biden, “vamos a conseguirlo”.