Cada fin de semana desde el pasado 9 de agosto, cientos de miles de personas salen a las calles de Minsk y de otras ciudades de Bielorrusia para protestar por el presunto fraude en las elecciones presidenciales. Los datos oficiales dieron la victoria, con un 80% de los votos, a Alexandr Lukashenko, presidente desde hace 26 años. El futuro del sistema político de Bielorrusia depende principalmente de tres factores: de la estrategia de Lukashenko para mantenerse en el poder; de la capacidad de la oposición para capitalizar el descontento popular; y del apoyo de los países occidentales.
“El futuro del sistema político de Bielorrusia depende de la estrategia de Lukashenko para mantenerse en el poder; de la capacidad de la oposición para capitalizar el descontento popular; y del apoyo de los países occidentales”.
La oposición de Bielorrusia
Los partidos de la oposición no reconocen los resultados electorales y consideran que su candidata Svetlana Tikhanovskaya es la presidenta electa. Sus objetivos principales son conseguir la convocatoria de unas nuevas elecciones, cambios constitucionales que posibilitarían una transición democrática y la liberación de los presos políticos.
Sin duda, hay un despertar cívico en Bielorrusia, acompañado por la pasión, la perseverancia y el coraje, pero no está claro, por ahora, que los partidos de la oposición estén a la altura y que tengan una estrategia viable para conseguir sus objetivos. Salir a la calle con el lema “Lukashenko debe irse”, sin otro programa, no es una estrategia digna de tal nombre. Las manifestaciones no son suficientes, como lo demostraron, a comienzos de los años 80, las protestas organizadas por el sindicato Solidaridad en Polonia, que fueron sólo el primer tramo de un duro y complicado camino hacia la democratización, que llegaría casi una década después. La comparación no es descabellada, dado que los bielorrusos no han tenido ninguna experiencia democrática desde la desintegración de la Unión Soviética y que Lukashenko es un viejo e irreductible comunista.
Tikhanovskaya, la portavoz más visible de la oposición, ha huido a Lituania por temor a la seguridad de su familia, pero ha pedido a la ONU que envíe observadores internacionales a Bielorrusia para unas nuevas elecciones presidenciales. Esta iniciativa tiene pocas posibilidades, toda vez que Rusia, como miembro del Consejo de Seguridad, lo evitará.
Lukashenko: “el último dictador de Europa”
El objetivo principal de Lukashenko es mantenerse en el poder. Para cumplir su objetivo dispone de todos los instrumentos que le pueden ofrecer los cuerpos de seguridad del Estado –el KGB–, el servicio de inteligencia, la policía y el ejército.
Apela sobre todo al uso de la fuerza policial, mostrando su negativa a abandonar el cargo cuando aparece vestido con ropa militar y un fusil en mano, lo que simboliza su disposición a usar la fuerza necesaria para ahogar las protestas, desacreditar a la oposición definiéndola como “delincuentes callejeros”, controlar a los medios de comunicación, domésticos y extranjeros, y asegurarse el apoyo de Vladimir Putin y Rusia para el caso de que la “situación se descontrole”.
“El dictador bielorruso es consciente de que está perdiendo el apoyo popular, pero no considera oportuno hacer reformas políticas porque éstas debilitarían su poder personal”.
Su estrategia del uso de los cuerpos de seguridad ha evolucionado desde el comienzo de las manifestaciones: en los primeros días el comportamiento de la policía fue brutal y las detenciones de ciudadanos que provocaban “las desordenes en las calles”, violentas e indiscriminadas. Pero después de tres semanas de protestas Lukashenko ha imitado lo que fuera la estrategia del Kremlin en 2011, la de la “estabilidad flexible”, cuando miles de rusos salieron a la calle para protestar por el supuesto fraude electoral en las elecciones municipales en Rusia. El dictador bielorruso es consciente de que está perdiendo el apoyo popular, pero no considera oportuno hacer reformas políticas porque éstas debilitarían su poder personal. Recientemente prometió hacer cambios constitucionales y reformar el poder judicial, pero a la vez rechazó hablar con los representantes de la oposición, por lo que su promesa perdió toda credibilidad. Lukashenko aspira a mantener dicha “estabilidad flexible”, esto es, el sistema político actual, con concesiones mínimas y represión dirigida contra blancos concretos: los líderes de los partidos de la oposición, las ONG y los periodistas, aunque cualquier ciudadano sospechoso de colaborar con una entidad extranjera puede ser detenido arbitrariamente. El régimen ya ha encarcelado u obligado a abandonar el país a seis de los siete miembros de la Junta Presidencial del Comité de Coordinación de la oposición. Sólo Svetlana Alexiévich, la premio Nobel de literatura, sigue aún libre por ser una figura reconocida internacionalmente. Han sido detenidos o expulsados del país 90 periodistas extranjeros. También periodistas bielorrusos han sido sustituidos por rusos que han venido al país como “expertos” y en calidad de “apoyo técnico”. El control de los medios de comunicación es fundamental para conservar el régimen, y no es de extrañar que Lukashenko haya solicitado al Kremlin “expertos” rusos, ya que éstos últimos son los mejores en el campo de la desinformación.
El presidente bielorruso ha reorganizado el liderazgo de la KGB, la principal agencia de seguridad, y ha nombrado un nuevo jefe, Ivan Tertel, conocido por sus estrechos vínculos con el Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB). Las visitas mutuas entre políticos rusos y bielorrusos se han intensificado, culminando con una visita de Lukashenko a Putin en Moscú el pasado 14 de septiembre.
La solicitud de Lukashenko de asesoramiento al Kremlin para mantenerse en el poder y de una hipotética intervención de Rusia en el caso de que se produzca una guerra civil ha despertado muchas especulaciones sobre cuál sería el precio de la ayuda rusa.
Bielorrusia, un espejo de Rusia
A pesar de la declaración pública de Vladimir Putin en la televisión estatal rusa de que tiene preparadas las fuerzas especiales para apoyar al “gobierno legítimo de Alexandr Lukashenko”, el Kremlin no tiene un interés particular en que él en persona continúe en el poder. Sus objetivos principales, por los que apoyaría a Lukashenko o a cualquier otro gobierno que pudiera controlar, son dos: (1) impedir el acercamiento de Bielorrusia a la OTAN –ya que Moscú lo consideraría la peor amenaza a su seguridad nacional–; y (2) evitar que el despertar cívico bielorruso contagie a los rusos.
“Bielorrusia se ha convertido en el espejo de Rusia, un adelanto de lo que pudiera ocurrir. Ambos líderes, Putin y Lukashenko, están perdiendo el apoyo popular”.
Conseguir el primer objetivo requeriría colapsar el cambio democrático en el país vecino e imponer una gradual anexión política, económica y militar, supervisada por “expertos” de toda índole del servicio secreto mediante la propaganda y la desinformación, y de agentes de inteligencia encubiertos. Para cumplir con el segundo propósito el Kremlin no se privará de ningún instrumento, incluida la eliminación física del adversario, como demuestra el caso del envenenamiento de Alexey Navalny, el conocido opositor del régimen de Putin. Bielorrusia se ha convertido en el espejo de Rusia, un adelanto de lo que pudiera ocurrir. Ambos líderes, Putin y Lukashenko, están perdiendo el apoyo popular. En Khabarovsk, en el lejano oriente ruso, se han producido manifestaciones contra Putin a causa de la destitución de su gobernador. Si el virus democrático penetra en Rusia la sociedad rusa dejará de soportar el sistema autocrático del “putinismo”.
¿Por qué la gradual anexión de Bielorrusia es más probable que una anexión territorial o una ocupación militar directa? Primero, porque Putin ya ha demostrado su excelente habilidad para hacer suyo el consejo de Maquiavelo al príncipe sobre “economizar el poder”. El Kremlin no va a sobreactuar, y por eso es mucho más rentable una anexión gradual que una intervención militar que conllevaría la condena y sanciones de la comunidad internacional. Una nueva intervención militar (hay tropas y mercenarios rusos en Ucrania y Siria) sería inconveniente en términos políticos y económicos para el Kremlin. Además, Moscú no va a arriesgarse a perder el apoyo de un pueblo muy cercano al ruso (cultural, lingüística y socialmente), como ocurrió en Ucrania.
“La situación económica de Bielorrusia es grave, y está claro que una línea de crédito no vendrá del FMI o de la UE mientras Lukashenko esté en el poder”.
Probablemente el Kremlin insistirá en las demandas, no atendidas hasta ahora por Lukashenko, de establecer una nueva base militar en territorio bielorruso. Las dos bases que actualmente posee Rusia en dicho territorio –en Hantsavitchy y Vileyka– son instalaciones obsoletas heredadas de la Unión Soviética.
El acuerdo firmado entre Moscú y Minsk el 3 de septiembre de 2019 sobre la integración económica y política entre los dos países es un perfecto marco legal para la gradual anexión. El plan prevé una política fiscal y macroeconómica común, un único regulador de gas, petróleo y electricidad, y una armonización de sus códigos civiles y sistemas bancarios. La situación económica de Bielorrusia es grave, y está claro que una línea de crédito no vendrá del FMI o de la UE mientras Lukashenko esté en el poder, por lo que, desafortunadamente, el destino de los bielorrusos sigue estrechamente vinculado a los intereses del Kremlin.
¿Apoyan los países occidentales a la oposición bielorrusa?
“La UE y EEUU siempre han apoyado el desarrollo de la democracia en las sociedades no democráticas. Pero, en el caso de Bielorrusia, tal apoyo ha sido prudente, porque pretenden evitar otro conflicto con Rusia”.
La UE y EEUU siempre han apoyado el desarrollo de la democracia en las sociedades no democráticas. Pero, en el caso de Bielorrusia, tal apoyo ha sido prudente, porque pretenden evitar otro conflicto con Rusia. La UE ha condenado la violencia que ejerce el régimen, ha exigido nuevas elecciones con observadores internacionales y la liberación de los presos políticos, está preparando un paquete de sanciones contra los líderes políticos bielorrusos y está promoviendo la idea de que la OSCE sea mediadora en un posible diálogo entre el régimen y la oposición. Además, la UE debería ofrecer un asesoramiento en materia de cambios constitucionales para asegurar una transición pacífica del poder y dotar de mayor financiación a las organizaciones de la sociedad civil y a los medios de comunicación independientes.
Los cambios políticos en Bielorrusia acaban de empezar. Una sociedad que nunca ha tenido la experiencia de vivir en un sistema democrático no puede convertirse en una democracia plena en un mes. Pero, como sabemos, el camino se hace andando, y la comunidad internacional debería hacer lo posible para acelerar la marcha de los bielorrusos hacia la libertad.
Recomendaciones para España
“(…) la situación actual de Bielorrusia es una excelente oportunidad para que España corrija una situación anómala, un anacronismo heredado del pasado soviético”.
España, como Estado miembro, apoyará las medidas que adopte la UE. Sin embargo, la situación actual de Bielorrusia es una excelente oportunidad para que España corrija una situación anómala, un anacronismo heredado del pasado soviético. Paradójicamente, España carece de una embajada residente en Minsk. Un país de su importancia y peso no puede estar ausente de un Estado europeo de 10 millones de habitantes y menos en la situación actual. Es necesario establecer una embajada bilateral en Minsk cuanto antes. Esto también sería un simbólico y real apoyo al despertar cívico de los bielorrusos.