Los próximos días 23 y 26 más de 400 millones de europeos están llamados a las urnas en uno de los mayores ejercicios de democracia del mundo (lo supera India) para elegir el Parlamento Europeo, una cámara que en la UE co-legisla con el Consejo Europeo en muchas cuestiones, y hace de caja de resonancia para una naciente conciencia europea. ¿Cuántos votarán? La participación en estas elecciones ha ido a menos desde que empezaron en 1979, entonces con un 61,99%, para caer al 42,61% en 2014. Esta vez hay mucho en juego, con el ascenso de los nacional-populismos. Pero ¿será suficiente para movilizar el voto?
Justamente, ese resultado de los nacional-populismos y otros euroescépticos, será, tras la participación, el segundo dato a mirar, a escala europea junto con su traducción en escaños en la Eurocámara, y en cada país. Pues pueden influir en algunas cuestiones, como la elección del próximo presidente de la Comisión Europea, para la que se puede estar rompiendo el tradicional acuerdo entre populares/democristianos y socialistas/socialdemócratas, ambos en declive, ante el ascenso de liberales, verdes y de la izquierda más radical. Pueden impulsarse nuevas combinaciones. Algunos de los líderes populares, como Angela Merkel, están de salida en sus países. ¿Se la rescatará para el Consejo Europeo? El crecimiento de los nacional-populismos también podría influir en algunas tomas de decisiones del Parlamento Europeo como las sanciones a aplicar contra países en retroceso democrático y del Estado de Derecho, donde justamente, los euroescépticos son fuertes, como Polonia y Hungría.
Muchos de estos euroescépticos han cambiado de registro en esta campaña. Saben que la UE ha ganado en popularidad, incluido en Hungría y aún más en Polonia donde la ciudadanía hace una lectura positiva de su pertenencia a la Unión. En Francia, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen ya no propugna una salida del euro, aunque sí el regreso a fuertes fronteras nacionales y a una Europa de Estados soberanos.
Podría darse el caso de que los gobiernos de esos países díscolos, Italia incluida, designasen personalidades fuertemente antieuropeas como candidatos al colegio de comisarios, lo que podría generar disfunciones en esta institución, incluso si el nuevo presidente les relegase a funciones menores. Hay precedentes. En algunos casos se han rechazado a candidatos a comisarios por su pasado, aunque antes de que se hicieran oficiales.
Dicho esto, tampoco hay que pensar que los nacional-populistas o la extrema derecha forman una unidad. Estas fuerzas son aún demasiado dispersas y diferentes entre sí –el que más lo debe lamentar es Steven Bannon y su Movimiento– como para romper el Proyecto europeo a escala de la UE, pero no así en algunos países, en el marco nacional, donde ya están contribuyendo a transformar el esquema de partidos hasta ahora dominante.
A este respecto, tercer punto, el resultado estatal que puede atraer más atención es el de Francia si la Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés) de Marine Le Pen saca en estas elecciones más votos/escaños que En Marche! del presidente francés Emmanuel Macron. Es quizá el dirigente que en estos momentos en los países de la UE tiene una visión más desarrollada de la construcción europea, aunque algunos socios clave, como Alemania con Merkel, no la compartan del todo. Macron necesita ganar estas elecciones para cobrar élan en la UE, y en la propia Francia. Las encuestas están reñidas.
En cuarto lugar, hay que mirar a estas elecciones en el Reino Unido. Ya hemos señalado que se pueden convertir en una divisoria de aguas para la cuestión del Brexit, si ponen en marcha nuevas dinámicas. Las encuestas muestran que la formación que más está subiendo para estas elecciones es el Partido del Brexit del resucitado Nigel Farage, mientras los laboristas caen, con su inconcreción, especialmente sobre un segundo referéndum, y los conservadores se derrumban, abriendo la perspectiva de una sustitución de la primera ministra Theresa May, previsiblemente por un duro del Brexit. Los partidarios de quedarse en la UE renquean.
Estas elecciones europeas marcarán un nuevo tiempo más complejo, con más retos, pero también con nuevas posibilidades si los partidos más europeístas, más allá de la elección del presidente de la Comisión, se aúnan después con un proyecto ilusionante para la UE que pueda no ya frenar, sino hacer retroceder a los nacional-populismos. Claro que para ello se requerirá liderazgo y acertar en la elección de los/las presidentes/tas de las instituciones.