El pasado 30 de octubre tuve la oportunidad de participar en una reunión que convocaba Intermón Oxfam para debatir el problema de la creciente desigualdad en el mundo y en España. Este encuentro, en el que se dieron cita a puerta cerrada políticos de distintos partidos, periodistas, profesores universitarios, representantes de algunas empresas y los principales responsables de Oxfam España se produjo horas después de la presentación del informe IGUALES: Acabemos con la desigualdad extrema. Es hora de cambiar las reglas, con el que Oxfam ha lanzado una campaña internacional para combatir la desigualdad.
El debate fue muy interesante. Hubo acuerdo en que la desigualdad será, probablemente, el gran tema de la agenda internacional de la próxima década, ya que su aumento durante los últimos treinta años (agudizado especialmente tras el estallido de la crisis financiera de 2008) está alcanzando niveles difícilmente asumibles por la opinión pública. Los datos hablan por sí mismos: el informe constata que siete de cada diez personas viven en países en los que la desigualdad económica es peor hoy que hace 30 años, o que las 85 personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza como la que comparten la mitad más pobre de la población mundial. Y en España, siempre según datos de Oxfam, 20 personas acumulan tanta riqueza como el 30% más pobre de la población.
Siempre ha habido desigualdad económica, pero este informe se suma a otros estudios (ver aquí y aquí) que demuestran que una desigualdad tan elevada (y creciente) dificulta la lucha contra la pobreza, impone trabas al crecimiento económico, y deslegitima la democracia, por lo que combatirla aparece como un bien público global.
Las soluciones no son fáciles. Por una parte, el tema no es lo suficientemente “sexy” para los medios de comunicación, por lo que pasa desapercibido en el debate social y político, salvo cuando se logra contar historias de personas concretas, la única forma de que las grandes cifras alcancen la conciencia de la población. Por otra, la reducción de la desigualdad exige una profunda reforma fiscal, que requiere una mayor progresividad en los impuestos (en particular sobre las personas con mayor renta y patrimonio, y sobre las grandes empresas multinacionales), pero esto no es sencillo de llevar a la práctica, sobre todo cuando no hay una suficiente cooperación transnacional para evitar la evasión fiscal, o cuando la población rechaza frontalmente las subidas de impuestos. Por ello es especialmente importante que en foros como el G-20 o Davos se empiece a plantear el tema (en el G-20 se debate la reforma fiscal, y en el Banco Mundial el crecimiento inclusivo, que son formas eufemísticas de referirse a la desigualdad). Una vez que se habla del problema se pueden reconocer mejor sus riesgos y plantear soluciones: deja de ser un asunto que ponen sobre la mesa solo los grupos extremistas o radicales para formar parte del discurso dominante, y solo entonces, se hace posible actuar al nivel internacional.
España no es, en absoluto, ajena a este debate. Es el segundo país de la UE donde más ha crecido la desigualdad en los últimos años. Además, se ha vuelto evidente que el Estado del Bienestar que hemos construido tiene algunas debilidades importantes de diseño que no ayudarán a reducirla. Por una parte, como demuestran aquí José Fernández Albertos y Dulce Manzano, nuestro Estado de bienestar no redistribuye demasiado (las clases medias pagan la mayoría de los impuestos, y utilizan la mayoría de los servicios públicos), lo que no contribuye a luchar contra la exclusión. Por otra, el sistema protege bastante bien a los mayores (con sistemas de pensiones y sanidad bastante buenos), pero es muy deficiente en cuanto a su protección a la infancia y a las mujeres, que son los grupos que más están cayendo en la pobreza como resultado de la crisis. Ello exige, en esta época de reformas, repensar bien cómo rediseñar el Estado del Bienestar para reducir este brutal aumento de la desigualdad y de la pobreza y exclusión de los niños. Y quien no quiera ver el tema de la pobreza infantil como una obligación moral, puede verlo como un problema de crecimiento económico futuro. Lo importante es tomar decisiones para resolverlo, es decir, establecer programas específicos de transferencias y apoyo a estos grupos excluidos.
Si no se toman medidas fiscales será muy difícil frenar el aumento de la desigualdad. El advenimiento de la robótica durante los próximos años contribuirá a aumentarla todavía más, puesto que muchos empleos que hoy realizan trabajadores poco cualificados serán sustituidos por máquinas.
Pero también se puede adoptar una perspectiva positiva. Según los trabajos de Branco Milanovic, la desigualdad está aumentando tanto entre países como dentro de los mismos (tanto en países ricos como pobres), pero a nivel global, la desigualdad interpersonal se está reduciendo ligeramente por el gran número de habitantes de China e India que están saliendo de la pobreza. Esto, evidentemente, no es un consuelo para quienes lo están pasando mal en todo el mundo.