Esta vez (14 de septiembre) han sido 26 los salvados de un total de 250 náufragos ante la costa libia. En lo que va de año Italia lleva contabilizados ya más de 100.000 rescatados (en la operación Mare Nostrum), mientras los muertos y desaparecidos se cuentan por miles. Libia se desangra sin remedio y este es solo uno de los indicios sobre el nivel de desesperación que impulsa a huir por cualquier vía a quienes allí habitan o tocan su suelo.
Solo como un ejemplo entre muchos similares, hoy los habitantes de Warshefana (localidad ubicada en las inmediaciones orientales de la capital) están sometidos a una guerra de atrición por parte de milicias encuadradas en la coalición proislamista Fajr Libya (también conocida como Dawn Libya), que no solo bombardean indiscriminadamente a la población civil atrapada en la localidad, sino que impiden la entrada de alimentos y medicinas. Fruto del generalizado extremismo violento que domina Libia desde hace ya más de tres años, la milicia de Zawiyah- liderada por Shaaban Hadia (responsable del secuestro exprés, en octubre pasado, del entonces primer ministro, Ali Zeidan)- solo ve a esa población como un reducto conformado por miembros de la poderosa tribu Warshefana, alineada en su día con el régimen de Muamar el Gadafi. Y, como es bien sabido, ni aquí ni en el resto del país hay una autoridad central capacitada para imponer el orden y desarmar a las innumerables milicias que han hecho del uso de las armas su modus vivendi.
Lo que sí hay, en primer lugar, es una poderosa dinámica de fragmentación entre una Tripolitania (con Trípoli como referencia) y una Cirenaica (con Bengasi como centro) históricamente confrontadas- con Fezam, al sur, como una marginada región de mayoría tuareg. A esta inexistencia de un Estado unido se añade la realidad de dos gobiernos y dos parlamentos. Por un lado, existe un gobierno encabezado por Abdullah al Thani y la Cámara de Representantes, que algunos quisieron ver como un paso adelante en el proceso de transición política tras las elecciones de junio pasado (olvidando que el nivel de participación no superó el 17%). El hecho de que ese parlamento ni siquiera haya podido constituirse en Trípoli, sino en Tobruk (con 188 diputados y sus familiares alojados en el buque de lujo Elyros, como señal evidente de su inseguridad y de su desconexión de la calle libia), es una buena muestra de su debilidad. Por otro, el pasado día 7 se reconstituyó el Congreso Nacional General, en Trípoli, apoyando a un gobierno generalmente tildado de proislamista, liderado por Omar al Hassi.
Esa fractura política– en la que no cabe suponer que los actores no islamistas son necesariamente demócratas- tiene su correspondencia plena en el terreno militar, con dos grandes coaliciones de fuerzas (Fajr Libya, en términos generales respaldando a Al Hassi y al Congreso Nacional General, y Operación Dignidad, alineado a grandes rasgos con Al Thani y la Cámara de Representantes). Así, en la zona de influencia de Trípoli se enfrentan las llamadas milicias de Misrata- integradas en las fuerzas de Fajr Libya, junto a grupos como las Libya Shield Forces (para Occidente), Libyan Revolutionary Operations Room, Al Swehli, Halbous y Fursan Jansour– con las conocidas como milicias de Zintan- que integran a grupos como las Airport Security, Sawaeq, Qaaqaa, Al Madani y Barq al Nasr. Simultáneamente, en la zona oriental de Libia se enfrentan grupos ligados a Fajr Libya- el Islamic Shura Council es aquí la marca más conocida, en la que se integran milicianos de Ansar al Sharia con los de la Libya Shield Forces, Brigada 17 de Febrero, Rafallah al Sahat, Islamic Shura Youth Council (Derna), Islamic Army (Derna)- con los liderados por el general Khalifa Hifter, bajo la denominación genérica de Operación Dignidad- entre los que también hay buena parte de los altos mandos de las fuerzas armadas libias y prácticamente toda su fuerza aérea, además de las fuerzas especiales (Saiqa).
Por si no fuera suficientemente indicativo de la complejidad del conflicto este maremágnum de grupos armados- en una mezcolanza de identidades tribales, religiosas y revolucionarias, en las que también caben desertores, mercenarios y bandidos de toda laya-, todavía cabe mencionar el reciente intento de ambas coaliciones de fuerzas por alinear a los tuareg de Fezam, en una tentativa desesperada por inclinar a su favor una balanza que, de momento, apunta más bien a un trágico empate que ya ha provocado en estos últimos meses más de 100.000 desplazados internos y el forzoso regreso a sus países de origen de unas 150.000 personas.
Bastaría con recordar la ubicación central de Libia en el Mediterráneo, su gran riqueza en hidrocarburos (con las mayores reservas petrolíferas de África), sus más de 2.000 km. de costa y su vecindad con Egipto, Túnez, Argelia y varios países sahelianos para concluir que tanto la Unión Europea como la ONU y hasta la OTAN deberían asumir una responsabilidad directa en el esfuerzo por restablecer la estabilidad libia, su desarrollo y su bienestar. Y, sin embargo, ni por exigencia ética o humanitaria ni por simple temor a la contaminación desestabilizadora de un conflicto cuyo control escapa a los actores libios se vislumbra algo así. ¿Hay que esperar a que reviente por completo?