Tras una década de sufrimiento y reiterados fracasos en el intento por poner fin al conflicto, nada permitía el más mínimo optimismo. Sin embargo, el pasado día 5 de febrero, los representantes de las principales facciones enfrentadas en el conflicto de Libia lograron elegir un nuevo gobierno interino. Aunque, como es obvio, eso no resuelve por sí mismo el problema, supone al menos un mínimo soplo de aire en una situación emponzoñada desde 2011.
A ese punto se ha llegado cuando los hechos sobre el terreno han demostrado que no hay solución militar a la vista, sobre todo al rebelde Khalifa Haftar –que no ha tenido más remedio que aceptar el fracaso de su soñada ofensiva final sobre Trípoli. Eso no quiere decir que no siga habiendo violencia en las calles y enfrentamientos constantes entre las decenas de actores combatientes aún activos; pero parece claro que, a partir de la implicación directa de Turquía a favor del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), nadie está hoy en condiciones de imponerse por la fuerza a sus contrarios. Por eso, con el frente congelado a lo largo de la línea Sirte-Jufra, ha vuelto a cobrar fuerza la opción diplomática, reforzada a partir del acuerdo logrado el pasado 23 de octubre en Túnez, cuando se estableció el cese de hostilidades y la exigencia de que salieran del país todas las fuerzas extranjeras (mercenarios incluidos) en un plazo de tres meses. A eso se añadía la fijación de un calendario para desarrollar un proceso político en el marco del Foro de Diálogo Político Libio, que debe desembocar en la celebración de elecciones generales en diciembre de 2021, y en la aprobación de una nueva Constitución, para cuyo referéndum todavía no se ha fijado la fecha.
Es bien sabido que ninguna de las dos primeras condiciones se ha cumplido. Pero, afortunadamente, eso no ha impedido que, con el notable protagonismo de Stephanie Williams –representante Especial interina del Secretario General de la ONU para Libia– el proceso de diálogo político se haya intensificado desde entonces. Y como resultado de ello –a la espera de que eso signifique la disolución inmediata y definitiva del GAN, liderado por Fayed al Serraj y de la Cámara de Representantes, encabezada por Aguila Saleh– fue posible el pasado viernes elegir a los miembros de un nuevo Consejo Presidencial liderado ahora por Mohamed Yunis Menfi (en representación de la Cirenaica), junto a Mosa Koni (en representación de Fezán) y Abdullah Husein Rafi (en representación de la Tripolitania) y un nuevo primer ministro, Abdul Hamid Mohamed Dbeibah.
La tarea de este último es especialmente exigente. En primer lugar, debe ser capaz de conformar un gabinete ministerial en las próximas tres semanas, y lograr la subsiguiente aprobación parlamentaria en otro periodo similar, labor nada sencilla cuando se tiene en cuenta el alto nivel de tribalismo y fracturación interna existente, así como las resistencias que puedan ejercer los que ahora se van a ver privados de un poder que han disfrutado en estos últimos años. A eso se suma la dificultad para implementar un verdadero cese de hostilidades en todos los rincones del país, sin garantía alguna de que los medios de seguridad y militares a su disposición logren imponerse a tantas facciones armadas activas por doquier. Igualmente tendrá que lograr consensuar un nuevo texto constitucional y organizar un proceso electoral creíble, a tiempo para llegar a la fecha ya señalada, y dar contenido a un proceso de reconciliación que permita cerrar tantas heridas y agravios acumulados. Todo ello, sin olvidar la urgencia y la dificultad para revertir la penosa situación económica que arrastra Libia a pesar de su considerable riqueza en hidrocarburos; para reunificar estructuras nacionales tan vitales como la Compañía Nacional de Petróleo o el Banco Central; y para convencer a la población de que la paz se traduce de inmediato en mejores condiciones de vida.
Rápidamente se han multiplicado las felicitaciones a los nuevos designados, tanto desde el exterior (incluyendo la ONU, Francia, Italia, Turquía y Rusia) como desde la propia Libia. Pero los problemas no hacen más que ensombrecer el panorama desde el principio. Cierto es que su victoria –con 39 votos favorables, frente a 34 en contra y una abstención– ha sido incontestable, pero lejos de la unanimidad. También lo es que los elegidos incluso han recibido los parabienes tanto del dimisionario Serraj como, más importante aún, de los que creyeron hasta la última vuelta que ya tenían en sus manos ambos puestos: el ya citado Saleh y Fathi Bashagha (hasta ahora ministro de interior del GAN). Pero lo que queda por saber, y ese es el factor que más puede perturbar el camino hasta diciembre, es la reacción de Haftar, que sigue contando con el apoyo de numerosos jefes tribales y con las armas y los mercenarios que le suministran Rusia, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Por el momento, a la espera de más detalles, todo apunta a su rechazo frontal de la decisión adoptada en Ginebra.