¿Es verosímil que, tras la quiebra del régimen de Muamar el Gaddafi, Libia se convierta en un escenario favorable para el yihadismo?
No es un escenario que siquiera queramos imaginar tras la inesperada y súbita quiebra del opresivo régimen de Muamar el Gaddafi. Pero que grupos y organizaciones de orientación yihadista extiendan tanto sus redes como sus actividades de violencia por el territorio de Libia es desde luego una hipótesis verosímil, aunque únicamente se trate del peor de los escenarios posibles, sobre la que se debe reflexionar con mesura y sin catastrofismos carentes de fundamento. Para que ese país norteafricano termine por convertirse en un escenario favorable para semejantes islamistas belicosos sería necesario que concurriesen al menos dos circunstancias. Por una parte, que se produzca un vacío efectivo de poder por desintegración de las estructuras estatales y que el caos se generalice en las principales zonas pobladas del país o en una porción sustancial de las mismas. Por otra parte, que haya actores relacionados con al-Qaeda o inspirados por la ideología de esta estructura terrorista con voluntad y capacidad para aprovecharse de una situación así.
¿Pero cabe realmente imaginar que Libia llegue a desintegrarse como Estado y reine el caos en todo el país?
La desintegración del Estado ha sido, en distintos casos pasados y actuales, una condición facilitadora del terrorismo. No es algo impensable que en Libia lleguen a desintegrarse las estructuras oficiales y cunda el desorden por todo el país. En este sentido, las diferencias son notables respecto a Túnez o Egipto. La fragmentación constitutiva de instituciones estatales fundamentales como las Fuerzas Armadas o los servicios de seguridad es evidente y se ha agudizado desde el inicio de la crisis. Además, décadas de férrea dictadura han atomizado a la sociedad libia, al margen de los ligámenes primordiales que no han dejado de existir. Las movilizaciones de protesta popular no parecen haber sido el resultado de un disentimiento político articulado, con liderazgo y estrategia. Así las cosas, está por ver si los desafectos del régimen de Muamar el Gaddafi con alguna capacidad de gestión pública, las propias comunidades locales y, sobre todo, el complejo sistema tribal propio de Libia atemperan las consecuencias negativas de un eventual vacío de poder o actúan favoreciendo las rivalidades clánicas y el enfrentamiento civil.
¿Qué actores relacionados con al-Qaeda podrían aprovecharse de una situación de inestabilidad y deorden en Libia, caso de producirse?
A partir de algunos datos conocidos es posible deducir que hay determinados actores yihadistas que tratarán de beneficiarse de una coyuntura propicia en Libia. Buena parte del liderazgo de al-Qaeda, por ejemplo, está compuesto por libios. En su mayoría proceden del Grupo Islámico Combatiente Libio, formado a inicios de los años noventa por, fundamentalmente, individuos de origen libio que habían combatido en Afganistán durante la década precedente. Unos dos centenares de miembros de esta organización, presos en Libia, renegaron el año pasado de sus acciones armadas contra el régimen de Gaddafi y fueron excarcelados. Otros muchos siguen encerrados y puede inquietar lo que ocurra con ellos en una situación de autoridad estatal muy débil o inexistente que tenga implicaciones sobre los centros penitenciarios. Debería preocupar, además, si la desradicalización de aquellos es reversible en un contexto político distinto. Además, al-Qaeda en el Magreb Islámico cuenta con militantes libios y una partida, la de la antigua Brigada de los Mártires, en Libia. Donde hay numerosos individuos, establecidos sobre todo en localidades del Este del país, donde las revueltas populares contra el régimen de Gaddafi han sido particularmente intensas y exitosas, que fueron terroristas o se adiestraron para serlo en Irak.
¿Quiere todo eso decir que Libia podría convertirse en un nuevo Afganistán o en una nueva Somalia al sur de la Unión Europea?
Libia no es el Afganistán que cayó bajo dominio talibán y cobijó a al-Qaeda, ni tampoco la Somalia que, fracasada como proyecto de Estado, derivó en un espacio controlado en buena medida por Al Shabaab, una organización yihadista asociada con al-Qaeda. Libia tiene una población altamente urbanizada, la inversión extranjera se ha dejado sentir muy sensiblemente, aunque no sin producir acusadas desigualdades, desde 1999, cuando se levantaron las sanciones que recaían sobre el país como consecuencia de la implicación de sus autoridades en el atentado contra una aeronave comercial estadounidense mientras sobrevolaba la localidad escocesa de Lockerbie en 1986, y el país está clasificado por Naciones Unidas entre los que registran un índice de desarrollo humano alto, significativamente mayor que la media del mundo árabe o el sur de Asia y mucho más elevado que el del África Subsahariana. Los manifestantes libios enarbolan banderas que evocan la independencia nacional y la monarquía previa al golpe de Estado de 1969, no enseñas que se correspondan con el universo simbólico del yihadismo global. Ello, junto esos otros indicadores socioeconómicos, sugieren que la evolución del país hacia una situación favorable al yihadismo es únicamente el peor de los escenarios imaginables.