Tras ya más de siete años de conflicto y el nulo resultado cosechado por Francia en la pasada primavera (planteando una imposible convocatoria electoral para el 10 de diciembre), ahora es el turno de Italia. Y así, hoy mismo arranca una nueva reunión internacional que, en palabras de su anfitrión, el primer ministro italiano Giuseppe Conte, pretende no ser una conferencia más sobre Libia, sino una conferencia para Libia. Un lema difícil de llevar a la práctica, cuando se constata que los principales actores sobre el terreno parecen más interesados en mantener las posiciones alcanzadas, no solo políticamente sino especialmente a través de las armas, que volver a abrir las urnas y arriesgarse a que los casi siete millones de libios les vuelvan la espalda.
En todo caso, como resultado de un esfuerzo más inclusivo que el realizado por la diplomacia francesa, todo indica que en el encuentro de Palermo coincidirán los máximos representantes de las facciones más potentes, tanto la liderada por Fayed al Serraj —al frente del Consejo Presidencial, ubicado en Trípoli— como la encabezada por Jalifa Hifter, dirigente principal del Ejército Nacional Libio, con su cuartel general en Tobruk. Con ellos estarán asimismo altos representantes de la Unión Europea, Rusia, Estados Unidos y países vecinos; todos ellos comprometidos, al menos formalmente, con el objetivo de desbloquear el proceso político y acordar un calendario electoral realista.
Eso significa, en términos políticos, apoyar el plan presentado hace apenas unos días por Ghassan Salame, para convocar una nueva conferencia política a principios del próximo año, que permita fijar un calendario electoral (tanto parlamentario como presidencial) y elaborar una nueva Constitución. De momento, y a pesar de varios intentos que incluso han permitido celebrar más de setenta reuniones de trabajo en diferentes niveles de representación política, Libia lleva desde 1969 sin un texto constitucional digno de tal nombre y, por otra parte, desde que quedó trastocado el proceso electoral de 2014, tampoco se ha logrado un acuerdo mínimo para establecer si antes de las elecciones debe someterse a aprobación la Constitución o si debe ser al contrario.
Si algo así saliera adelante supondría que la ONU recobra el protagonismo que siempre debe corresponderle en la consecución de la paz y que, por tanto, se habría superado el contraproducente rifirrafe en el que París y Roma llevan tiempo metidos. Si el primero ha potenciado a Hifter (“olvidando” que el único gobierno reconocido por la comunidad internacional es el liderado por Serraj), el segundo ha apoyado a sus rivales (negando hasta ahora el pan y la sal a Hifter, como si no fuera de hecho la figura dominante en la escena política y militar libia). Ambos parecen haberse dejado llevar más por su afán de protagonismo en el marco comunitario que por su sincero interés por atender a los libios. Pero lo mismo puede decirse de Egipto, Emiratos Árabes Unidos y hasta Rusia, implicados por diferentes razones en un conflicto que ha convertido a Libia en un ejemplo más de Estado fallido.
La tarea, en cualquier caso, es ingente. En primer lugar, cabe recordar que los datos muestran un sostenido incremento de la violencia producida por unos actores armados que se resisten a reconocer a ninguna autoridad legítima por encima de ellos. Frente al notable control militar que Hifter ejerce en la Cirenaica, esta situación es más notoria en la Tripolitania, dado que Serraj no logra imponerse a los grupos que allí se mueven, tanto por falta de medios de seguridad propios como por la fracturación que ha sufrido la, en su día, poderosa milicia de Misrata. Igualmente, escapan al control de los gobernantes locales los tejemanejes de las potencias externas interesadas en mover sus peones en función de sus propios intereses. En esas condiciones se hace muy difícil imaginar cómo se puede concretar la idea, que también será discutida en Palermo, de crear una fuerza policial subordinada al gobierno central. Y aún quedaría para más adelante determinar un plan creíble de desarme, desmovilización y reintegración de los miles de milicianos y combatientes que han hecho de la violencia su modo de vida.
Por otro lado, la situación económica sigue siendo deplorable, y lo mismo que cabe decir del respeto de los derechos humanos, en un territorio en el que no existe conciencia de lo público y en el que prevalece la idea de la apropiación y la devastación de lo que no se pueda saquear. Mientras tanto, los precios aumentan sin cesar, las mafias (incluyendo las que trafican con personas) aprovechan el caos y los planes de reparto de las riquezas petrolíferas en beneficio de todos se siguen amontonando en la papelera. Baste recordar en este punto que Serraj no controla ni el puerto de la capital, ni el aeropuerto internacional de Mitiga, ni buena parte de los edificios e instalaciones públicas repartidas por Trípoli y otras localidades.
Aun así, solo cabe desear suerte y acierto a los convocantes y a los asistentes para superar tantos obstáculos y ser capaces de ofrecer a los libios un mejor futuro.