Lectura europea de una Francia fragmentada

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Los europeos están preocupados por lo que pueda ocurrir en las elecciones legislativas en EEUU en noviembre próximo, y en las presidenciales dos años después, en términos que determinarán el tipo de liderazgo que pueda ejercer la superpotencia, más incluso que su poder. Pero también EEUU puede estar empezando a preocuparse por lo que está ocurriendo en Europa en el terreno electoral y sus consecuencias sobre las capacidades de la UE para manejarse en un mundo cambiante y ser un aliado provechoso y fiable. Francia es uno de los países centrales de la UE. Por ello, la fragmentación interna que han reflejado las elecciones presidenciales y legislativas, sin una mayoría clara en el Parlamento para el reelegido presidente Macron, puede tener impacto en la marcha de la UE, en este semestre bajo su presidencia y más allá. Francia ha aparecido dividida. Los electores mandan mensajes confusos, en una situación preocupante, allí y en otros lugares, con la inflación desbocada y el horizonte de contracción de la economía.

Han aparecido cuatro Francias. La primera, fenómeno que ya se produjo cinco años atrás y que empieza a cundir en la UE, es la de la abstención (más de la mitad) una tendencia que asoma desde hace un tiempo en varios otros países, que socava las democracias, y es a la vez síntoma y causa de un profundo malestar. La segunda Francia es la de los socioliberales del propio Macron, que pretende superar la tradicional división entre izquierda y derecha, aunque para gobernar, para lograr una Francia gobernable –como allí se plantea– va a tener que contar con los restos de esta última. La tercera es la de una izquierda recompuesta por Mélenchon, más al estilo Podemos y menos por un socialismo/socialdemocracia en crisis profunda. Muy atrás queda la idea de Delors de que la construcción europea era el fruto de los amores virtuosos de la socialdemocracia y la democracia cristiana, también en desaparición. La cuarta es la de la extrema derecha de Le Pen, que se ha hecho más “presentable”.

Estas dos últimas harán que haya dos oposiciones contrapuestas en la Asamblea Nacional, y también en la calle, donde pueden reaparecer parte de los abstencionistas; a lo que hay que añadir el hecho de que los críticos con la UE o los abiertamente antieuropeos son en Francia bastantes más que los europeístas clásicos, lo que socava la base de Macron para hacer política europea, y no digamos ya para reformar los tratados de la UE, como sería necesario, pero que podría tener que someterse a referéndums en varios países, entre ellos y muy destacadamente, Francia.

Es verdad que en Francia (y en varios otros Estados de la UE) la política exterior es mayormente competencia del Ejecutivo, pero en una Europa compleja, muchas de las decisiones europeas han de ser ratificadas por el Parlamento Europeo y por los parlamentos nacionales. Con la situación en que ha quedado, Macron pierde credibilidad y fuerza en una Europa, más integrada, sí, pero también más dependiente de EEUU con la guerra en Ucrania. En este semestre de presidencia francesa del Consejo de la UE y de crisis múltiples en el Viejo Continente (y en el mundo) era importante un ejecutivo fuerte en París; aunque Macron ha entendido que Francia sola no puede, ni siquiera junto a Alemania. La imagen de Macron, Scholz y Draghi en el tren y en Kyiv, es la significativa, aunque sea la del realismo frente a la de la justicia. Imagen que significa una nueva distribución del poder, aunque dependiente de elecciones que producen fragmentación política, fruto de diversas polarizaciones que se solapan, y se pueden ver reforzadas en todas las sociedades europeas.

Francia está en reconstrucción. La UE, también, y aún más ante una inflación y perspectivas de recesión que reclaman solidaridad, también para los suministros de gas, en lo que se volcó la semana pasada el Consejo Europeo con resultados desiguales, aunque, junto a la aceptación de Ucrania y Moldavia como candidatos a la UE debatió, sin conclusiones, la idea Macron de poner en pie una Comunidad Política Europea, el renacer de la idea de Confederación Europea de François Mitterrand (que incluía a Rusia, aunque ahora ya no).

No es sólo Macron el que debe inventar, como ha prometido, una nueva forma de hacer política –más allá de las coaliciones para gobernar, propias de esta época–, sino la propia UE en su conjunto, que es coalición por excelencia, y que ha avanzado en muchas cosas en los últimos tiempos, aunque siempre con camino rocoso por recorrer. La gran consulta popular, la Conferencia sobre el Futuro de Europa, habrá servido de poco. Aunque es verdad que los que no están dentro, como Ucrania o muchos de los Balcanes, ansían por estarlo. Ahora bien, confrontada con esta guerra en Ucrania, no es viable o atractivo para la UE y para los ciudadanos europeos tener que optar entre el “multilateralismo y la muerte”, o la guerra, como dijo Iván Krastev en la cumbre anual del European Council on Foreign Relations (ECFR) en Berlín. Pero Europa no se ha percatado aún de cómo ha cambiado el mundo, no sólo Rusia o China, sino un Sur Global que busca emerger (más allá de la actual crisis), reivindicarse y reivindicar sus derechos, incluidos sobre su pasado. Y esa falta de percepción de la UE “puede destruirla”. El mayor peligro, en esta visión, es “el fracaso a la hora de responder con efectividad a estos cambios” y de ser efectiva, defendiendo sus intereses y valores, al menos para sí misma, en este nuevo mundo. Y este fracaso puede empezar no en las instituciones, sino en las propias sociedades europeas. Como la francesa.


Imagen: Bandera de Francia. Foto: Anthony Choren (@tony_cm__).