Una mala modulación de las sanciones a Irán podría tener un impacto considerable en los precios del petróleo y repercusiones muy negativas para la economía mundial. Desde el 28 de junio, EEUU aplica sanciones financieras que impiden el acceso a su sistema bancario de los bancos extranjeros que procesen transacciones de crudo con el banco central iraní, salvo exenciones prorrogables. Ambas medidas fueron anunciadas a principios de año para que los consumidores pudiesen procurarse nuevos suministradores y reajustar su logística. Las sanciones financieras estadounidenses suponen un salto cualitativo al impedir, en principio, que los clientes de Irán paguen sus importaciones de crudo. Las nuevas medidas se añaden a una larga lista que abarca la prohibición de exportar determinados productos (desde gasolina a gafas de buceo), invertir en sectores como el energético o el bloqueo de cuentas. La experiencia muestra que las sanciones son menos efectivas cuando se aplican por un solo país y que difícilmente hacen que un régimen abandone un objetivo estratégico.
El 1 de julio entró en vigor el embargo de la UE, que incluye la prohibición de importar crudo de Irán y la de asegurar sus fletes. Debe destacarse que la UE haya sido capaz de realizar este ejercicio poco común en el campo de las políticas energética y exterior comunes. Dígase de paso que la presión de EEUU no ha sido ajena a esa demostración de europeización, y que el grueso del coste lo soportan las vapuleadas economías de Grecia, España e Italia, principales importadores de crudo iraní. La efectividad económica del nuevo paquete radica en la conjunción de sanciones financieras estadounidenses y embargo europeo, quea fectan a los demás consumidores. Ese impacto se ha hecho notar desde su anuncio: según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), las exportaciones iraníes habrían pasado de 2,5 millones de barriles diarios en 2011 a 1,5 millones en mayo de 2012, una pérdida de ingresos de más de 2.500 millones de dólares mensuales. España ha pasado de importar más del 14% de su crudo de Irán en 2011 a cesar sus importaciones en abril de este año, un esfuerzo notable que ha obligado a buscar nuevos proveedores.
El embargo europeo afecta significativamente a Irán, que destinaba a la UE el 20% de sus exportaciones de crudo en 2011. Pero el grueso de su mercado está en Asia: China, Japón, India y Corea del Sur absorbieron en 2011 más del 60% de dichas exportaciones, que representan cerca del 10% de sus respectivos suministros. Así, el mayor impacto de las nuevas sanciones europeas y estadounidenses no es el bilateral, sino el que afecta a sus clientes asiáticos, que se han visto obligados a reducir sus importaciones para obtener las exenciones (waivers) de EEUU que les permitan seguir abasteciéndose de Irán. La prohibición de asegurar los fletes ha tenido un impacto más rápido, pues la actividad de seguro y reaseguro se concentra en Europa, básicamente Reino Unido, y hoy es casi imposible asegurar fletes de petróleo iraní. Algunos países que han recibido exenciones estadounidenses han instrumentado procedimientos alternativos garantizados por los estados, como Japón o la India, y China prepara medidas semejantes. Aunque todos hayan reducido sus importaciones, la principal incógnita es China, principal cliente de Irán. China redujo sus importaciones a la mitad entre 2011 y marzo de 2012, en parte por una conveniente disputa comercial entre Sinopec y la compañía petrolera nacional iraní, pero en mayo habían vuelto a niveles de 2011.
En cualquier caso, los obstáculos a la exportación del petróleo iraní irán en aumento, dificultando su cobro y erosionando la capacidad de negociación del país, lo que podría obligarle a aceptar precios por debajo del mercado. Buena parte del éxito de las sanciones radicará en su modulación. La comunidad internacional debe evitar optar entre dos posiciones extremas que representan sendos escenarios adversos: sancionar sin modular y alimentar una espiral de tensiones geopolíticas y de precios del crudo; o modular sin llegar a sancionar y dar argumentos a los defensores de medidas más drásticas, lo que podría desembocar en un escenario similar al anterior. Una respuesta a este dilema pasa por abrir un resquicio a la diplomacia que rebaje las tensiones y evite la materialización de ambos extremos. El actual contexto de debilidad económica global puede parecer propicio para encajar un millón de barriles iraníes diarios menos pero, precisamente por esa debilidad, un mal cálculo en la gradación de las sanciones podría resultar fatal para la economía mundial, como muestra la escalada de precios en el barril de crudo registrado desde la aplicación de las nuevas medidas.