Las protestas progubernamentales en Serbia

Manifestación organizada por el gobierno de Serbia, el 12 de abril de 2025, bajo el lema “Asamblea popular: no entregamos Serbia”. Al fondo se ve el edificio del Parlamento de Serbia con su cúpula verde, mientras numerosas banderas serbias ondean entre la multitud bajo un cielo despejado. Serbia
Manifestación organizada por el gobierno de Serbia bajo el lema “Asamblea popular: no entregamos Serbia” (12/04/2025). Foto: Filip Stevanovic /Anadolu / Getty Images

El pasado 12 de abril, el gobierno de Serbia organizó una protesta bajo el lema: “Asamblea popular: no entregamos Serbia”. La manifestación, que se prolongó durante tres días en las calles de Belgrado y reunió a ciudadanos serbios de todo el país y de Kosovo, fue un intento del gobierno de Aleksandar Vučić de paliar la crisis social y política que, desde hace más de cinco meses, se expresa a través de protestas antigubernamentales. Las manifestaciones fueron convocadas por el Movimiento por el Pueblo y el Estado, una ONG formalmente registrada en marzo de 2025. Sin embargo, su creación había sido anunciada ya en marzo de 2023 por el propio Vučić y su fundador, el endocrinólogo Djuro Makut, fue nombrado primer ministro de Serbia el 18 de abril. Estos hechos revelan que se trata solo aparentemente de una organización independiente, ya que fue creada por el gobierno para fingir el respaldo de la sociedad civil a sus políticas.

El régimen se encuentra en su etapa agónica. Su duración dependerá de la capacidad de la oposición y de la ciudadanía para articular una alternativa política viable (…).

Durante su intervención, Vučić presentó cinco demandas, que fueron adoptadas automáticamente como las “Demandas de la Asamblea Popular”. Estas exigen, entre otras cosas, el restablecimiento del orden constitucional, la identificación de responsables de disturbios, la garantía del derecho a la educación, la protección de infraestructuras clave y la prevención de cualquier acción que paralice la vida económica del país. “No desistiremos hasta que cada una de estas demandas se cumpla por completo”, afirmó el presidente.

Estas protestas gubernamentales pretenden ser una respuesta simbólica y política a las movilizaciones estudiantiles y académicas que comenzaron tras el colapso de una estación de tren en Novi Sad, hecho que puso de manifiesto los niveles de corrupción y clientelismo del gobierno. No es difícil deducir que Vučić no está dispuesto a ceder el poder y, por ello, intenta identificar su figura y su gobierno con la propia Serbia.

Aunque formalmente convocadas por una ONG, fue el propio Vučić quien instó públicamente a la ciudadanía a acudir a Belgrado, presentando el acto como una expresión patriótica en defensa de la unidad nacional. Los medios de comunicación –en su mayoría controlados por el gobierno– lo calificaron como “una manifestación sin precedentes en la historia de Serbia”.

Vučić también fue la figura central de las protestas gubernamentales. Durante su discurso, adoptó un tono emocional y grandilocuente: “Este es el acto más importante en el que he hablado. Hemos superado noches difíciles. Sin ustedes, no soy nadie. Con ustedes, juntos, podemos lograrlo todo”. También destacó el papel de las mujeres: “Ellas salvaron Serbia… siempre fueron más responsables que los hombres”. Este supuesto patriotismo y feminismo se enmarcan en la narrativa oficial de “salvar Serbia” de quienes exigen responsabilidades políticas y jurídicas, y parece un acto desesperado que sugiere que el régimen ha entrado en su fase terminal.

Durante los últimos cinco meses, la sociedad serbia ha experimentado una transformación profunda: ya no acepta estar gobernada por un régimen corrupto, autoritario e incapaz de gestionar el relevo democrático. Aunque esta fase de declive puede prolongarse durante años, la polarización social ha alcanzado un punto crítico, la popularidad del partido gobernante disminuye lentamente y la confianza en Vučić –incluso entre sus propios votantes– se encuentra en su nivel más bajo en una década. La gestión de la crisis ha mostrado que Vučić ha abandonado incluso la apariencia de un régimen híbrido. El uso de la violencia contra los manifestantes, la sumisión de la policía y el Poder Judicial, y la persecución a docentes y universidades han dejado en evidencia la descomposición democrática del sistema.

Más relevante aún es que la ciudadanía, especialmente los jóvenes, se ha politizado y ha empezado a organizarse. Esto ha animado a otros sectores sociales a sumarse, reflejando que mantener un régimen autoritario en Europa en pleno siglo XXI no sólo conlleva una pérdida de legitimidad interna, sino también internacional, algo que Vučić ha cultivado con especial cuidado durante años.

El régimen se encuentra en su etapa agónica. Su duración dependerá de la capacidad de la oposición y de la ciudadanía para articular una alternativa política viable, lo cual exige la creación de una plataforma que aglutine suficiente apoyo social para superar al régimen actual y construir una nueva mayoría. Sin embargo, no será fácil: en los últimos 13 años, la vida política democrática en Serbia ha sido profundamente erosionada.

Tampoco puede descartarse una posible fractura interna dentro del régimen, entre el Partido Progresista Serbio y su socio menor, el Partido Socialista Serbio. En un sistema funcional, una crisis prolongada alimentaría luchas internas, pero el Partido Progresista carece de una estructura institucional real: no es tanto un partido como una red clientelar dirigida por una figura carismática. Vučić, pese a no ostentar un cargo formal dentro del Partido Progresista Serbio, lo controla por completo y esto dificulta la emergencia de facciones internas.

El nombramiento de Djuro Makut como primer ministro y de un nuevo gabinete el 18 de abril, podría retrasar o impedir esta fractura si Makut logra cumplir el objetivo que se le ha asignado: sofocar las protestas y servir como puente con la oposición. Dado que los partidos opositores tradicionales carecen de credibilidad, los nuevos interlocutores podrían surgir de una combinación de actores existentes e incluso de movimientos nuevos, como el encabezado por estudiantes y profesores universitarios.

Recientemente, los estudiantes han comenzado a promover asambleas locales en todo el país como espacios de organización y articulación política. Esta forma de autoorganización ha servido para distribuir el peso de la protesta más allá de los círculos universitarios. Sin embargo, su capacidad como herramienta sostenida de acción política es incierta: la informalidad y fragmentación dificultan la consolidación de una alternativa nacional. En democracias funcionales, estas demandas suelen canalizarse a través de partidos con estructura local. En Serbia, la desconfianza ciudadana en los partidos políticos y la debilidad organizativa de los mismos obstaculizan esa posibilidad.

Independientemente del futuro del nuevo primer ministro, el régimen de Aleksandar Vučić ha quedado herido. Para que la transición sea posible, la oposición debe tomarse en serio su papel, unirse, recuperar la confianza de la ciudadanía y generar mecanismos que incorporen a los nuevos actores sociales, especialmente a estudiantes y profesores. De no hacerlo, fracasará también el intento de la sociedad serbia de recuperar el espacio cívico y político secuestrado por el poder durante más de una década.

La sociedad serbia se encuentra en un punto de inflexión histórico. El régimen de Aleksandar Vučić, debilitado por una crisis prolongada y por su propia deriva autoritaria, ha perdido tanto legitimidad interna como proyección internacional. La movilización sostenida de estudiantes, profesores y sectores de la sociedad civil ha demostrado que una parte significativa de la ciudadanía no está dispuesta a seguir tolerando un sistema basado en el clientelismo, la represión y el control total del espacio público. Sin embargo, el cambio político real no será automático. La transición democrática en Serbia es posible, pero exigirá compromiso por parte de un gobierno que no está acostumbrado a compartir el poder con los no afines a su régimen y a la articulación y resistencia de la oposición política.