El debate sobre política energética en EEUU presenta dos modelos bien diferenciados con implicaciones para el funcionamiento futuro del sistema energético internacional. Aunque el debate se ha centrado en cuestiones domésticas, como el aumento del precio de los combustibles, su verdadero eje en el plano internacional se articula en torno a dos puntos muy interrelacionados: (1) la consecución de la independencia energética; y (2) la futura composición del mix energético para alcanzarla.
El objetivo de independencia energética figura en las propuestas de los dos candidatos, pero las políticas para conseguirla difieren parcialmente. Es, además, un objetivo irreal en términos absolutos, pese al fuerte aumento durante la última década de la producción de gas y petróleo no convencionales, que ha reducido considerablemente las importaciones estadounidenses. Las proyecciones manejadas por la Energy Information Administration (EIA) muestran que, en el caso de los combustibles líquidos, las importaciones seguirán aportando en 2035 entre el 25% (precios altos del crudo) y el 50% (precios bajos) del consumo estadounidense. Es decir, la independencia energética está lejos de producirse, pero la dependencia estadounidense del petróleo importado va a tender a disminuir de manera que puede ser importante en función de la evolución de los precios del crudo. En el escenario de referencia, las importaciones netas pasarían del 49% del consumo en 2010 al 36% en 2035 (véase la Figura 1).
En el caso del gas, el auge del gas no convencional sí que plantea la autosuficiencia para 2020, hasta el punto de plantear la construcción de plantas de GNL para exportar los eventuales excedentes de gas futuros, que en 2035 serían de un 5% del consumo doméstico, como muestra la Figura 2. La Figura muestra también como el precio del gas ha caído a la cuarta parte en la presidencia de Obama, desplazando del mercado de generación eléctrica al carbón, pero planteando también una nueva competencia a las renovables.
El aumento de la producción doméstica es también un objetivo intermedio compartido. Pese a las acusaciones de Romney y su equipo sobre la incapacidad de Obama para aumentar la producción de hidrocarburos, la realidad que reflejan las Figuras 1 y 2 es que ésta ha aumentado durante su presidencia de manera importante, aunque la tendencia se hubiese iniciado anteriormente. Tras el pico alcanzado en los 70, la producción de crudo estadounidense entró en un acelerado declive que se tornó en aumento a mediados de la década de 2000 y se aceleró a finales de la misma; como se ha comentado, la revolución del gas no convencional ha causado un aumento mucho más fuerte (y temprano) de la producción doméstica. En cualquier caso, la producción estadounidense de hidrocarburos seguirá aumentando independientemente del resultado de las elecciones.
Las principales diferencias se dan en la intensidad con que ambos candidatos pretenden aumentar la producción nacional de hidrocarburos y, en consecuencia, su papel en el mix energético futuro estadounidense. Romney ha insistido en la necesidad de reducir la carga regulatoria federal y facilitar la producción doméstica de petróleo y gas (convencional y no convencional), así como la de carbón y la generación nuclear para alcanzar la independencia energética en 2020. Entre las medidas Republicanas se encuentran abrir la producción al Golfo de México, nuevas zonas en Alaska y la costa Atlántica y completar el polémico oleoducto Keystone XL, que transportaría el crudo canadiense a las refinerías estadounidenses del Golfo de México. Con ese fin también ha propuesto mantener los incentivos fiscales a los productores de gas y petróleo. En su única concesión a la política energética internacional, más allá de sus promesas fechadas de independencia energética, se encuentra el apoyo al desarrollo del gas no convencional en el resto del mundo, especialmente en Europa.
El programa de Obama cubre también estos aspectos, apoyando la simplificación de la regulación sobre la producción no convencional y comprometiéndose a encontrar una solución al oleoducto Keystone. Pero introduce un elemento de mayor respeto medioambiental al no contemplar perforaciones en espacios protegidos y, sobre todo, en una apuesta diferencial por las energías renovables y la eficiencia energética. El apoyo a las renovables es, de hecho, uno de los puntos de discusión que mejor revela las preferencias de los candidatos y su posicionamiento respecto al cambio climático. Mientras que Romney no lo tiene en cuenta y se ha mostrado en contra de mantener al apoyo a las renovables y penalizar al carbón, la política energética de Obama aborda el tema de forma más cauta. No parece que una segunda presidencia Obama avanzase en la imposición de impuestos al carbono, ni mucho menos en la recuperación de esquemas de cap and trade abandonados al principio de su primer mandato tras quedar bloqueadas en el Senado. Pero sí ha llevado a cabo políticas de apoyo a las renovables, sobre todo entre 2009-2011 bajo el programa ARRA (American Recovery and Reinvestment Act), de las que se han beneficiado entre otras las empresas españolas. Obama quiere mantener los mecanismos de apoyo (Production Tax Credits e Investment Tax Credit) a la generación solar y eólica, mientras que Romney aboga por suprimirlos y someter enteramente a las renovables a la competencia de las energías tradicionales.
No obstante, la capacidad de Obama de llevar a cabo sus propuestas dependería de su aprobación en el Congreso, lo que plantea un escenario complejo. El equipo Demócrata ha conseguido equilibrar mejor su programa energético para cubrir aspectos desdeñados por los Republicanos, articulando un mayor compromiso con el medio ambiente con el objetivo de independencia energética. A modo de ejemplo, la Administración Obama acaba de aprobar un nuevo estándar que duplica los requerimientos de eficiencia para los automóviles hasta las 54,5 millas por galón en 2025. Y su historial en materia de promoción de renovables puede apreciarse en la Figura 3, donde se aprecia cómo la generación eléctrica renovable se ha duplicado durante su presidencia debido a la importante expansión de la energía eólica.
Las implicaciones internacionales pueden ser importantes en al menos tres aspectos: (1) la geopolítica de la energía; (2) la cooperación en materia de cambio climático; y (3) el ritmo de despliegue de las energías renovables. Bajo cualquier presidencia, EEUU tenderá a reducir su dependencia de las importaciones de hidrocarburos, reduciendo su interés por proveer seguridad energética a nivel global. Sin embargo, este impacto tiene un límite, en la medida en que la independencia absoluta es inalcanzable y por tanto el país seguirá siendo vulnerable a los acontecimientos geopolíticos: su vulnerabilidad se verá minorada menos que proporcionalmente dado que seguirá conectado a un mercado mundial fungible como el del petróleo, que le transmitiría sus impactos de precio. Esta realidad puede alterar a largo plazo la política estadounidense frente a productores mundiales clave como los del Golfo y Venezuela, al contar el país con un mayor margen de autoabastecimiento. Pero no son previsibles modificaciones drásticas ni inminentes dado el amplio horizonte temporal de los cambios proyectados. En todo caso, la elección de uno u otro candidato no supondría grandes diferencias y se situaría en línea con los escenarios ya descritos: una progresiva reducción de la interdependencia energética estadounidense con implicaciones estratégicas de largo plazo que trascienden el ciclo electoral… pero sobre las que la UE no parece haber empezado a reflexionar.
En los otros dos aspectos mencionados sí hay claras diferencias, en parte fruto de un exceso de politización de la política energética. Obama tendría una actitud más proclive a luchar contra el cambio climático, aunque no deberían esperarse grandes medidas del tipo de las anunciadas al principio de su primer mandato. Su reelección podría dar una nueva oportunidad a las negociaciones internacionales sobre el cambio climático, pero a corto plazo entrañaría sobre todo mantener el apoyo a las energías renovables. Esto enviaría la señal de que el mercado de renovables sigue creciendo, reforzando su despliegue a nivel internacional por el aumento de la escala de producción y el mayor esfuerzo en investigación y desarrollo. Todo ello tendría externalidades internacionales, incluyendo a las empresas españolas, que cuentan con importantes capacidades en ese sector, tanto en EEUU como a nivel internacional. Una victoria de Romney, en cambio, supondría una mayor incertidumbre sobre el papel de las renovables en el mix energético estadounidense y una postura poco favorable a la asunción de compromisos internacionales en materia de cambio climático.
Finalmente, pese a las diferencias programáticas en las dos últimas cuestiones, el margen presidencial de actuación frente al Congreso puede seguir siendo tan reducido como en los últimos años, lo que abunda en un escenario de continuidad en las grandes líneas de la política energética con cambios limitados en la regulación del sector.