El antiguo yihadista Ahmed al-Sharaa está estableciendo metódicamente los mecanismos básicos de transición política, cumpliendo aparentemente con las mínimas expectativas de las potencias occidentales. Esto no será suficiente para frenar las amenazas a la estabilidad de Siria que crecen a diario, pero sus decisiones y acciones demuestran un entendimiento profundo de las lecciones de las fracasadas revueltas árabes.
El pluralismo, su inclusividad, es el principal parámetro con el que se está midiendo la transición política que dirige al-Sharaa (…).
Nuevo gobierno
El gobierno que al-Sharaa presentó el pasado 29 de marzo es el último ejemplo del cuidadoso equilibrio que mantiene. Los miembros del consejo administrativo de Idlib, el llamado Gobierno de Salvación, donde el grupo islamista suní Hayat Tahrir al Sham (HTS) gobernó hasta derrotar al régimen de Assad y tomar el control del país el pasado 8 de diciembre, siguen formando la espina dorsal de las nuevas autoridades sirias. En sus manos continúan las principales carteras (Interior, Defensa y Exteriores) y no está previsto el nombramiento de un primer ministro, con lo que el Ejecutivo –y el Poder Legislativo– continúa bajo su control casi absoluto.
No obstante, fue recibido positivamente, por su inclusión de representantes de las principales minorías –cristianos, drusos, alauíes y kurdos–. El pluralismo, su inclusividad, es el principal parámetro con el que se está midiendo la transición política que dirige al-Sharaa y de ello depende en parte el levantamiento de las sanciones económicas internacionales, pieza clave para el éxito de la transición.
Con tan sólo una mujer, el nuevo Ejecutivo es sin duda un gobierno dominado por hombres, con una grave deficiencia en el ámbito de la igualdad de género. Pero este hecho no es excesivamente anómalo en la región; en el actual gobierno jordano, de 31 ministros, sólo cinco son mujeres; en el Líbano, cinco de 26; y en la Autoridad Nacional Palestina, cuatro del total de 23.
De hecho, la presencia de Hind Kawabat como ministra de Asuntos Sociales y Trabajo concede al nuevo gobierno legitimidad en ese y otros ámbitos. Kawabat, que es además la representante cristiana, ya formaba parte del comité de siete miembros que preparaba la Conferencia de Diálogo Nacional. Afiliada a múltiples universidades norteamericanas, Kawabat pertenece a la élite de la diáspora siria y durante años formó parte del movimiento de la oposición a Assad como jefa adjunta de la Comisión de Negociación Siria, trabajando, entre otras cosas, con activistas sirias.
Otro elemento para considerar es la inclusión de miembros del antiguo régimen en el gobierno, lo cual es visto como señal de su intención reconciliadora para forjar una Siria unida. Este es un mensaje que se ha transmitido desde el primer día, cuando al-Sharaa inauguró su nueva Siria con una amnistía general de los reclutas del ejército de Assad. La inclusión de ministros vinculados con el antiguo régimen también sirve a un relato de la meritocracia sobre el nepotismo faccionalista.
Declaración constitucional
La declaración constitucional emitida el pasado 13 de marzo ha tenido un recibimiento similar. Aunque contiene elementos alarmantes, la comunidad internacional ha decidido fijarse en las partes positivas, especialmente en lo relacionado con los derechos básicos y su adopción de todos los tratados internacionales ratificados por Siria.
El texto es estructuralmente casi igual que la declaración constitucional libia del 3 agosto de 2011. Está dividida en las mismas secciones y tiene una longitud parecida. Pero las diferencias en el contenido son evidentes. En el texto libio, la palabra “democracia” se repite siete veces, incluido el artículo 1, en el que se definen las características básicas del Estado. En el texto sirio, esa palabra no existe. La declaración constitucional libia incluye un detallado plan, con un calendario de fechas, de la transición política y, en particular, los preparativos para el proceso electoral y la elaboración de una constitución permanente. La declaración siria hace tan sólo una referencia muy general a elecciones y una constitución permanente en dos artículos. Más allá de los cinco años que designa al periodo de transición que “termina tras el establecimiento de una constitución permanente y la celebración de elecciones de acuerdo con ella” (artículo 52), y 30 meses “renovables” del parlamento, no existe ningún otro calendario o preparativo. Una de tantas preguntas que subyacen es cómo se establecerá un paisaje político plural y cuándo se verá una nueva ley de partidos políticos y otra electoral.
Es cierto que al-Sharaa ha superado esa crítica al menos una vez durante el breve periodo de estos meses que lleva dirigiendo el país. El anuncio constitucional fue aprobado 11 días después de que al-Sharaa emitiese un decreto presidencial en el que anunciaba la formación de un comité para crear una constitución provisional –incluyendo una activista y académica kurda–, decreto que ya fue criticado en su momento por no contener un calendario de fechas.
Mientras que el texto libio pone el énfasis en el Consejo Nacional Transicional y el Congreso Nacional General, como sucesor, estableciendo un sistema parlamentario de facto, en la declaración siria domina la figura del presidente. El texto va mucho más allá de establecer las bases de un sistema presidencial, muy preliminar de todos modos, ya que no se hace mención alguna al sistema electoral. La concentración de poder en manos del presidente con, por ejemplo, la capacidad de declarar en cualquier momento un estado de emergencia, es muy elevada.
Masacres de alauíes
Demostrando su capacidad de reacción, la declaración constitucional fue emitida días después de los actos de violencia interconfesional más graves desde la caída del régimen baazista. Grupos armados vinculados a las nuevas autoridades sirias, mataron a más de 1.000 personas, la mayoría civiles alauíes, en las dos provincias costeras sirias de Latakia y Tartus entre el 6 y el 9 de marzo. Al día siguiente, al-Sharaa firmó un acuerdo histórico con las Fuerzas Democráticas Sirias, la milicia kurda que controla el noreste del país y que supone un tercio del territorio sirio. Interpretado como una respuesta a la carnicería en la zona costera y una maniobra dirigida a diluir la tensión interconfesional, en ese acuerdo se reconocía a “la comunidad kurda como una comunidad indígena en el Estado sirio”, en contraste con el régimen de Assad, que negaba tal derecho a los kurdos.
Pero este tipo de acuerdo no podrá suplantar un sistema de justicia transicional. A pesar de la repetida referencia a ello, incluso en el anuncio constitucional, la ausencia de mecanismos da pie a actos de venganza que amenazan con volver a ahogar el país en violencia.
Lecciones aprendidas
Al-Sharaa ha seguido un camino metódico, sorprendentemente estructurado para el exdirigente de una organización yihadista con vínculos directos con al-Qaeda y Estado Islámico. El carácter personalista del proceso ha comenzado a preocupar seriamente desde que se autoproclamó presidente, el pasado 29 enero. Pero tampoco ha causado excesiva conmoción debido, entre otras cosas, a que responde a una serie de lecciones aprendidas dolorosamente durante y desde las fracasadas revueltas árabes que rebajaron considerablemente las expectativas.
Los repetidos esfuerzos de efectuar procesos transparentes con la mayor participación posible de la población y sus distintos sectores sociales, políticos, étnicos y económicos, fueron un estruendoso fracaso. Los diálogos nacionales y, en particular, los procesos de reescribir la constitución se convirtieron en catalizadores de conflictos. En Libia, donde el proceso constitucional comenzó casi inmediatamente después de la caída de Gadafi, todavía no se ha promulgado un nuevo código. En Túnez se han aprobado dos constituciones (2014 y 2022) desde la caída del régimen de Ben Alí en 2011, ambas en el centro de las crisis políticas más graves del país. En Yemen, el diálogo nacional se prolongó durante casi un año y produjo 1.800 recomendaciones imposibles de aplicar y de traducir en una hoja de ruta para la transición política.
La suma de estos fracasos se puede resumir en la falta de un liderazgo claro. Las revueltas fueron protestas populares por definición y la rivalidad entre los diferentes centros de poder –principalmente las élites preexistentes– lapidó su éxito. En este sentido, el caso de Siria, con la caída de Assad a manos de al-Sharaa y la HTS, es radicalmente diferente de sus predecesores. La Conferencia de Diálogo Nacional es un buen ejemplo. Con unos 900 participantes, fue presentado como un proceso inclusivo, que al-Sharaa concluyó en un solo día. Utilizando el lenguaje de la inclusividad característico del orden neoliberal posdemocrático, las intenciones de al-Sharaa parecen evidentes: permanecer en el poder con un sistema autoritario ligero. Algo cada vez más en boga en la región. Y fuera de ella.