La celebración de la XXIV Cumbre Iberoamericana en Veracruz marcó la inauguración de un nuevo y esperado formato del sistema de Cumbres. Al mismo tiempo supuso la incorporación formal al mismo de dos importantes protagonistas. Se trata de la nueva Secretaria General Iberoamericana, Rebeca Grynspan, y del rey de España, Felipe VI, que tomó el relevo de su padre, Juan Carlos I, que había acompañado todo el proceso iberoamericano desde el momento mismo de su fundación.
A partir de esta ocasión las cumbres se celebrarán cada dos años, comenzando por Colombia en 2016. Se ha buscado que la bienalidad permita intercalar las Cumbres Iberoamericanas, a celebrarse en los años pares, con las UE – CELAC, que tendrán lugar en los impares. Tanto ésta como otras propuestas de reforma son producto del “Informe Lagos”, producido por una comisión encabezada por Ricardo Lagos, Enrique Iglesias y Patricia Espinosa y que fue presentado en la Cumbre de Panamá, en 2013. El principal objetivo buscado con esta iniciativa es actualizar todo el sistema iberoamericano de forma de hacerlo compatible con los profundos cambios ocurridos en América Latina, la UE y el mundo en general en el casi cuarto de siglo transcurrido desde el momento de su creación.
En palabras de Rebeca Grynspan se trata de “latinoamericanizar” lo iberoamericano, de modo de que los países de la región se identifiquen plenamente con el proyecto y lo hagan propio. En un Informe del Real Instituto Elcano de 2005 [1] ya se decía: “las Cumbres sólo serán útiles a España, por paradójico que parezca, si los países latinoamericanos, especialmente los más grandes, las viven como algo propio. Por el contrario, si se mantiene la imagen de que son un instrumento de nuestra política hacia la región su recorrido será́ muy corto”.
¿Cuáles son las palancas más útiles para lograr esa mayor “latinoamericanización” de lo iberoamericano? En primer lugar, implantar un reparto más equitativo del presupuesto. La corresponsabilidad presupuestaria va asociada al compromiso con el proyecto. Hasta ahora la contribución española ha estado por encima del 60% del total y es muy difícil que en el medio plazo se baje del 50%. Sin embargo, como apuntaba Juan Pablo de la Iglesia, se trata de un paso en la buena dirección.
Al mismo tiempo hay que impulsar una mayor descentralización de la SEGIB, de modo que su imagen deje de estar únicamente asociada a España. Es por eso que se pretende que las cuatro delegaciones actuales (“oficinas de representación” ubicadas en Brasilia, México, Montevideo y Panamá) cobren un mayor protagonismo. Junto a ello se busca dotar de una mayor presencia a la cultura, la educación, la innovación y la cooperación, ejes en torno a los cuales deberá girar buena parte de lo iberoamericano.
Tras la celebración de la Cumbre de Veracruz y de las grandes expectativas que ésta había generado, una de las preguntas más repetidas fue si la reunión había servido para sentar las bases de la regeneración del sistema. En general las respuestas escuchadas tuvieron un sesgo más bien negativo, centrado en las importantes ausencias registradas en esta ocasión. Si bien es cierto que la asistencia fue superior a la de las Cumbres de Asunción (2011) y Panamá (2013), se confiaba en el buen trabajo realizado por la diplomacia mexicana y la gran inversión de capital político del presidente Peña Nieto.
Sin embargo, una vez más pesaron la excesiva confrontación ideológica y la fragmentación existentes en América Latina, que explican algunas de las ausencias más relevantes, como las de Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Argentina, países vinculados al ALBA o muy próximos a ella. La situación de Brasil es diferente, aunque la concepción que su gobierno tiene del proyecto la muestra el hecho de que en Itamaraty, el ministerio brasileño de Exteriores, las Cumbres Iberoamericanas dependen de la Dirección General que lleva los asuntos europeos. En muchos círculos brasileños existe el temor de que el proyecto iberoamericano es claramente contradictorio, y hasta incompatible, con el de Unasur.
Como he señalado en tantas otras ocasiones, al hacer un balance de varias de las pasadas Cumbres Iberoamericanas, si bien las ausencias no deben ser determinantes para evaluar el mayor o menor éxito del encuentro, si son un buen indicador del interés que en el mismo tienen los mandatarios regionales. La explicación de que no hubo sillas vacías, todos los gobiernos han estado representados, en sí misma no es suficiente, y más si se está apostando por la renovación del sistema.
Una vez más se ha insistido a la hora de evaluar las Cumbres en la falta de resultados concretos. Ahora bien, en procesos como estos los cambios llevan tiempo, y más si tenemos en cuenta que el nuevo equipo al mando de la SEGIB recién comenzó a trabajar en abril de 2014. Puestos los cimientos de los cambios propuestos es ahora cuando hay que trabajar duro para llevarlos a cabo. Hay dos años por delante para la próxima Cumbre y recién entonces veremos si lo iberoamericano toma cuerpo como instancia supranacional en este complicado contexto que nos toca vivir en el siglo XXI o, por el contrario, inicia un prolongado proceso de declive hacia ninguna parte.
Uno de los hechos positivos de esta Cumbre fue la mayor concreción de la Declaración Final y el menor número de Comunicados Especiales en relación a ocasiones anteriores. Como no podía ser de otra forma, no podían faltar en esta oportunidad ni la condena al bloqueo contra Cuba y la ley Helms Burton, ni el apoyo a la postura argentina sobre las Malvinas, que también fue reforzado con otro comunicado sobre los “fondos buitres”.
Es evidente que las Cumbres Iberoamericanas no pueden plantearse como una coalition of the willing, pero si se condicionara la aprobación de los comunicados especiales a la presencia del jefe de estado o de gobierno que lo impulse probablemente podríamos estar en otro escenario, muy distinto al conocido en las últimas Cumbres, donde los ausentes se prodigan y, a veces, hasta se ufanan de ello. El caso de Evo Morales y su diatriba republicana y antimonárquica va en esa dirección
Es evidente que la unanimidad y el consenso son deseables y necesarios, y más en un proyecto como el iberoamericano. Pero, cuando de determinados socios lo único que se obtiene es el bloqueo y las zancadillas hay que valorar mucho los esfuerzos que vale la pena realizar. Lo deseable es atraer a Brasil, por una parte, y a los países del ALBA, a la centralidad iberoamericana, pero hasta que esto se logre hay que ver si es posible, o deseable, aprender a vivir con la realidad existente.
De todos modos, lo iberoamericano no es una invención de las Cumbres, sino que las Cumbres son consecuencia de una sólida presencia de la realidad iberoamericana. Esto significa que lo iberoamericano existirá con Cumbres o sin ellas y que no se trata sólo de una creación superestructural impulsada por los gobiernos. Muy por el contrario, estamos ante una realidad sostenida por una lengua común y un pasado compartido y por sólidos lazos personales, familiares y sociales productos de múltiples procesos migratorios en ambas direcciones y que descansa en centenares de asociaciones iberoamericanas de todo tipo. Es curioso que muchos presidentes latinoamericanos rechacen a la “España oficial” pero que de forma casi simultánea intenten reforzar los lazos con la España alternativa. Si bien cada cual arma y concibe la relación a su medida y recibe y rechaza a quien quiere, es innegable la solidez de unos lazos que mantienen su fortaleza más allá de los avatares económicos, políticos o ideológicos.
[1] Carlos Malamud (coord..), “La política española hacia América Latina: Primar lo bilateral para ganar en lo global”, Informe Elcano Nº 3 (2005).