Texto publicado originalmente el 11/11/2021 en El Mundo.
No son buenos tiempos para el Magreb ni para sus vecindarios al norte del Mediterráneo y al sur en el Sahel. Las dos principales potencias del noroeste africano, Argelia y Marruecos, se encuentran enfrascadas en una espiral de acusaciones, amenazas y gestos hostiles que no tiene visos de remitir en un futuro cercano. Tienen mucho en común en términos humanos y culturales, pero sus regímenes políticos difieren mucho (una monarquía conservadora frente a una república populista). En lo que sí se parecen es en el uso de métodos autoritarios para gobernar y en el poder que acumulan sus respectivos servicios de seguridad. También tienen en común que muchos de sus ciudadanos, si pudieran, abandonarían el territorio para buscar una vida mejor.
Argel y Rabat han tenido unas relaciones difíciles desde sus independencias a mediados del siglo XX, en parte debido a las consecuencias del colonialismo, a la competición vecinal por la hegemonía regional y a unos conceptos de soberanía propios de sistemas autoritarios. Entre ambos países ha habido momentos de alta tensión, incluso llegando a breves conflictos bélicos en los años 60 y 70. Pero no todo han sido problemas. También ha habido cooperación a distintos niveles e intentos de avanzar en la construcción regional, como fue la creación de la Unión del Magreb Árabe (con Libia, Mauritania y Túnez) en 1989, aunque su vida útil fue muy limitada.
La construcción del Gasoducto Magreb-Europa (GME), inaugurado en 1996 y que transportaba gas natural desde Argelia a la Península Ibérica a través de Marruecos, fue un intento de vertebrar el Mediterráneo occidental a través de grandes infraestructuras estratégicas, así como de generar confianza e intereses comunes entre Argelia y Marruecos. Salvando las distancias, si ese fue el momento CECA magrebí (pensando en lo que supuso la Comunidad del Carbón y del Acero para la construcción europea), el cierre del GME justo cuando cumplía un cuarto de siglo de vida certifica la defunción de ese intento. Hoy el gasoducto entre ambos países está cortado, las fronteras cerradas, los espacios aéreos vetados y las relaciones diplomáticas rotas.
«En la actualidad estamos ante un pico elevado de conflictividad entre Marruecos y Argelia, con tendencia al alza y en niveles que no se habían visto en casi cuatro décadas.»
En la actualidad estamos ante un pico elevado de conflictividad entre Marruecos y Argelia, con tendencia al alza y en niveles que no se habían visto en casi cuatro décadas. Los detonantes son varios y tienen que ver con la situación interna de ambos países (golpeados por los efectos económicos y sociales de la pandemia de COVID-19), la geopolítica regional (con una competición acentuada y unas posiciones endurecidas) y la influencia de actores externos, con el conflicto del Sáhara Occidental como telón de fondo.
Cada uno a su manera, los regímenes de Marruecos y Argelia están exhibiendo un nacionalismo cada vez más militante y dirigido principalmente contra el vecino. Ambos se enfrentan a una situación socioeconómica interna desfavorable, agravada por los efectos de la pandemia, con caídas significativas del producto interior bruto y pérdidas de empleo. También hay un cuestionamiento interno de los sistemas políticos y de la capacidad de los Estados de cumplir con sus funciones con eficacia (proveer servicios públicos, crear oportunidades económicas y luchar contra la corrupción). Esa suma de factores suele estar asociada a la búsqueda de elementos de distracción que, con frecuencia, se encuentran al otro lado de la frontera. En ausencia de una recuperación económica sólida, cabe esperar una continuación de esta tendencia.
En cuanto a los detonantes de la actual crisis en clave de geopolítica regional, la animadversión que viene de lejos entre los regímenes de Argel y Rabat no ha dejado de crecer y se está manifestando con declaraciones cada vez más agresivas y gestos más hostiles. Argel busca reactivar su política exterior tras un periodo de letargo provocado por la inactividad del anterior jefe del Estado y quiere marcar su terreno frente a una política exterior de Rabat que se ha vuelto más asertiva.
Una causa y también una consecuencia de estas tensiones es la carrera armamentística en la que están sumidos ambos países que, juntos, importan más armas que todo el resto del continente africano. Esto significa que una parte importante del producto interior bruto de Marruecos (4,3%) y de Argelia (6,7%) se está destinando a la compra de armas y al sector de defensa, con el ojo puesto en el país vecino. Esos recursos no se están dedicando a otros proyectos necesarios y urgentes de gasto social, infraestructuras, sostenibilidad y modernización.
Posiblemente, el hecho puntual que más ha elevado la conflictividad en el Magreb en las últimas décadas fueron los tres tuits que el entonces presidente estadounidense Donald Trump publicó el 10 de diciembre de 2020, tras haber perdido la reelección un mes antes. EEUU reconocía de forma unilateral la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental -un territorio que la ONU considera como “no autónomo”- a cambio de que Rabat anunciara que establecería relaciones diplomáticas plenas con el Estado de Israel.
Esa atropellada transacción “trumpiana” ha tenido dos consecuencias principales: 1) hizo creer a Rabat que esa medida ya dejaba el conflicto resuelto a su favor, lo que se tradujo primero en una política exterior más vehemente que desencadenó crisis con Alemania y España, y más tarde en frustración al ver que ningún otro país relevante ni organización internacional (la ONU, la UE, la UA o la Liga Árabe) seguía los pasos de Trump; y 2) rompió el equilibrio inestable entre los dos competidores por la hegemonía regional del Magreb -Argelia y Marruecos- culminando con la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos en agosto de 2021, en medio de una escalada de acusaciones mutuas, muestras de animosidad y amenazas de castigo.
«[…] España se enfrenta a un vecindario sur más complejo, con más problemas añadidos a los que ya existían antes de la pandemia y que no se habían resuelto […]»
Todo lo anterior implica que España se enfrenta a un vecindario sur más complejo, con más problemas añadidos a los que ya existían antes de la pandemia y que no se habían resuelto (de tipo económico y social, en las relaciones bilaterales y con la UE). El autoritarismo, que está en el fondo de muchos de esos problemas, puede sentirse reforzado internamente endureciendo sus gestos hacia el exterior. Sin embargo, difícilmente eso puede contribuir a la construcción de un vecindario de paz, estabilidad y prosperidad compartida.
Aunque no parezca lo más probable, no cabe descartar que el aumento de tensión entre Argelia y Marruecos desemboque en un enfrentamiento armado directo o con la implicación del Frente Polisario. Hace ahora un año este movimiento que reclama la autodeterminación del Sáhara Occidental declaró roto el alto el fuego con Marruecos, vigente desde hacía 29 años, al considerar que el proceso de paz auspiciado por la ONU sólo servía para afianzar el statu quo favorable a Marruecos. En el actual contexto, nada parece indicar que ese proceso se vaya a reactivar con éxito, ni siquiera tras el nombramiento de un nuevo enviado personal del secretario general de la ONU para el Sáhara Occidental.
La creciente tensión de los últimos meses es un recordatorio de que las consecuencias de lo que pasa en el Magreb van mucho más allá del Magreb. Hoy no es un vecindario que transmita estabilidad o avance hacia una mayor integración regional (a la bronca entre Marruecos y Argelia hay que sumar el autogolpe en julio del errático presidente de Túnez y las dudas sobre el proceso político para sanar las profundas fracturas en Libia). A día de hoy, una chispa accidental o provocada adrede puede incendiar el norte de África, desestabilizando sus vecindarios mediterráneo y saheliano.
Existen demasiadas cuerdas tensadas en el Magreb y urge buscar vías de desescalada para evitar males mayores. Hoy más que nunca en décadas se requieren esfuerzos decididos y coordinación entre capitales que tienen algo que decir en Europa y Norteamérica. La duda es si los actores que podrían contribuir a cambiar la actual tendencia le están dedicando la atención necesaria al Magreb, en medio de tantos retos que se acumulan sobre el tablero internacional.