Lidiar con la pandemia del COVID-19 como una enfermedad plantea un desafío para todas las naciones, pero el desafío que enfrentan las economías emergentes y en desarrollo (EMED) es un reto muy diferente. La atención médica es limitada: mientras que los mercados desarrollados gastan en promedio el 14% del PIB en salud, en los mercados emergentes el gasto es solo del 5 al 6% del PIB, lo que en términos per cápita significa que éstos gastan tan solo el 5% de lo que gastan los países desarrollados.
Dado que el sector informal representa el 70% del empleo total en las EMED, la pobreza, la falta de acceso a la sanidad y el hacinamiento son generalizados. Al principio, la ONU estimó 3,3 millones de muertes en África, asumiendo que no hubo intervenciones, pero ahora las cosas están resultando diferentes en África Subsahariana. Parte de esto se debe a su grupo demográfico más joven: el 3% de la población tiene 65 años o más, y el 43% tiene menos de 15 años. Aunque la primera fase se ha gestionado relativamente bien, la prueba más importante aún está por llegar.
El impacto económico en las economías emergentes y en desarrollo superará con creces al de la crisis financiera mundial. Éstas han sufrido una serie de perturbaciones que han agravado los efectos de las medidas de contención internas. La recesión mundial ha provocado una fuerte caída en los precios de las materias primas. Éstos descendieron un 20,4% en las exportaciones de los países en desarrollo entre febrero y marzo de 2020 (la mayor caída registrada). Los países en desarrollo perderán 800.000 millones de dólares de ingresos por exportaciones en 2020. Además, ha habido una enorme disminución en las remesas. Los países que dependen del turismo y los exportadores de petróleo se están viendo especialmente afectados.
Como era de esperar, la actualización de octubre de Perspectivas de la economía mundial del FMI pronostica que las economías de mercados emergentes se contraerán un 3,3% este año: la mayor caída registrada para este grupo de economías. Se desconoce la profundidad y persistencia de esta contracción económica mundial, pero el FMI espera un retorno al crecimiento en 2021, al 5,2% a nivel mundial y al 6% en las economías emergentes y en desarrollo. Esto significa que es muy probable que la producción no se recupere a los niveles de 2019 antes de 2022 en estos países. Este pronóstico económico de débil crecimiento futuro solo perjudica, aún más, a las economías al desalentar la inversión. Sin embargo, algunas economías emergentes de Asia están desempeñando su trabajo de mejor manera.
Es probable que esta situación económica obligue a los países a dejar de pagar. Antes de la pandemia, aproximadamente un tercio de todas las economías de mercados emergentes tenían altos niveles de deuda y poco espacio para emprender una política fiscal discrecional adicional. Por lo tanto, se prevé que los déficits fiscales aumenten drásticamente al 10,5% del PIB en promedio en 2020, más del doble del nivel del año pasado. Se proyecta que la deuda pública promedie el 63% del PIB en 2020, continuando su tendencia ascendente con un aumento de 10 puntos porcentuales con respecto al año pasado. Los mercados emergentes y los países en desarrollo tienen alrededor de 11 billones de dólares en deuda externa y alrededor de 3,9 billones de dólares en servicio de la deuda que vencen en 2020.
La deuda amenaza con crear una emergencia de desarrollo global de la misma manera que la pandemia está creando una emergencia de salud global. A medida que se desarrolla esta crisis, existe un alto riesgo de insolvencia, que no se ve ayudado por los alarmantemente altos riesgos de incumplimiento empresarial. A la luz del dilema emergente de la deuda, ha habido una iniciativa para condonar los pagos de intereses de la deuda de los países en desarrollo para 2020. Las líneas de crédito del FMI también serán útiles para los países que requieren apoyo adicional, pero es posible que el FMI tenga que aumentar estas líneas de crédito. Colombia, por ejemplo, ya ha pedido un aumento.
Los altos niveles de deuda pública y las presiones adicionales inducidas por la pandemia están amenazando a la sanidad debido a la falta de financiación. Muchas personas pueden morir de enfermedades no relacionadas con esta pandemia (como la tuberculosis, la malaria y el SIDA), y aun así los escasos recursos del gobierno deben dirigirse hacia el tratamiento del COVID-19. Por ejemplo, 40 millones de niños no se vacunaron contra la poliomielitis en Pakistán. A largo plazo, esto es muy preocupante, y se puede deducir que los recortes en la financiación afectarán, sin ninguna duda, a los servicios de los que dependen las niñas y las mujeres.
1.500 millones de niños no han recibido educación, lo que supone el 80% del total. Ésta es la mayor emergencia educativa hasta ahora y la educación de muchos niños puede resultar dañada permanentemente. La infraestructura digital del mundo desarrollado, que ha permitido que al menos algunos estudiantes aprendan virtualmente, no es una opción en muchos países con economías emergentes y en desarrollo. Es posible que muchos de estos niños nunca regresen a la escuela.
Se prevé que el COVID-19 sumirá a 420 millones de personas en la pobreza extrema, y correrá el riesgo de revertir tres décadas de mejora de los niveles de vida. Este será un revés significativo para las perspectivas de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 de la ONU. Las medidas de confinamiento causaron un efecto económico inmediato con la desaparición de millones de empleos y medios de vida. El golpe ha afectado especialmente a los trabajadores poco cualificados, que no pueden trabajar desde casa. De los aproximadamente 2.000 millones de trabajadores empleados de manera informal en todo el mundo, la Organización Internacional del Trabajo estima que cerca del 80% se ha visto significativamente afectado. Los intentos de ayuda de los gobiernos no fueron suficientes para la magnitud del desafío. Se proyecta que los ingresos per cápita se contraerán profundamente, provocando el primer aumento neto de la pobreza mundial en más de 20 años. La ONU ha advertido sobre una inminente emergencia alimentaria mundial, con un aumento de 130 millones más de personas que sufren niveles críticos de hambre.
El contexto económico mundial actual se ve agravado con la reducción y la retirada de la inversión extranjera directa que promueve el desarrollo. Los países exportadores ricos en materias primas enfrentarán una caída de entre 2 a 3 billones de dólares de caída en inversiones extranjeras en los próximos dos años. Ya en marzo y abril se ha producido una salida de capitales de unos 100.000 millones de dólares de países emergentes y en desarrollo. Las entradas de financiación privada externa a las economías en desarrollo podrían caer en 700.000 millones de dólares en 2020 en comparación con los niveles de 2019, superando en un 60% el impacto inmediato de la crisis financiera mundial de 2008.
Por grave que sea la crisis actual en España o en otras partes de Europa Occidental, nuestros desafíos palidecen hasta convertirse en insignificantes si los comparamos con los de los países en desarrollo y emergentes. Sin embargo, también debe tenerse en cuenta que no todos los países en desarrollo se ven afectados de la misma manera: algunos han respondido de manera impresionante, por ejemplo, en el caso de Ruanda, que ha utilizado drones y robots como parte de su respuesta y ha aumentado exponencialmente el número de pruebas. En el otro extremo del espectro se encuentran países como Yemen, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, que ya estaban devastados por el conflicto y que ahora enfrentan el espectro de la hambruna.