Las clases medias y ricas ya suman más de la mitad de la población mundial, algo más de 3.800 millones de personas, una mayoría. Es lo que concluye un estudio de World Data Lab, que cubre un 97% de la población mundial, publicado en el blog de Brookings Institution. Este dato marca un punto de inflexión en el devenir global.
Kristofer Hamel y Homi Kharas, del World Data Lab, definen como pertenecientes a la clase media aquellos que gastan entre 11 y 110 dólares al día (en paridad de poder de compra de 2011). En pobreza extrema caen los que disponen de menos de 1,90 dólares al día, en situación vulnerable los que están entre las dos categorías, y por encima, los “ricos”. El impacto de estos últimos en el consumo global de los hogares es limitado. Dos terceras partes de este gasto provienen de los desembolsos de la clase media, pues está formada por hogares que pueden decidir comprar bienes duraderos, como una motocicleta, una lavadora o una nevera, todo ello, explican Hamel y Kharas, sin miedo a una recaída en la pobreza. Esta falta de miedo también forma parte de esta pertenencia a dicha categoría socioeconómica. Las perspectivas que se establecen en el modelo van a más: 4.000 millones de habitantes de clase media para 2020 y 5.300 millones para 2030. Según estos cálculos, para entonces cada uno los mercados de estas clases medias en China y la India prácticamente habrán alcanzado al de EEUU.
Es una marcada mejora en la situación global, que va de la mano de la reducción de la pobreza, en buena parte fruto de lo que ha supuesto la globalización en algunas dimensiones (que el antiglobalista Trump ignora). Según los datos de World Data Lab, si cada segundo una persona escapa de la pobreza extrema, cinco entran en la clase media. No obstante, un informe no coincidente elaborado por varias agencias de la ONU apunta que el hambre en el mundo ha crecido en los tres últimos años, afectando a 821 millones de personas, es decir, niveles de hace una década. Un retroceso.
El crecimiento de las clases medias es sin precedentes y sumamente significativo. Sólo en algunos países no se ha registrado y las clases medias se han encogido. Estadísticamente influye mucho lo que está ocurriendo en China y en la India –los dos países más poblados del mundo– y en el conjunto de Asia de donde van a provenir nueve de los 10 próximos nuevos 1.000 millones de consumidores de clase media. Pero el fenómeno es general. Y tiene consecuencias políticas, pues las clases medias son más exigentes hacia sus gobiernos en su demanda de buenas infraestructuras y servicios públicos, de mejoras institucionales y de un Estado de Derecho que funcione y que sea fiable.
Claro que este enorme logro no elimina dos problemas. El primero es que este crecimiento de las clases medias no garantiza que algunos países no caigan en lo que se ha llamado la “trampa del ingreso medio”, es decir, un desarrollo por el que las economías llegan a un nivel medio y se estancan ahí. La manera cómo estos países asimilen la revolución tecnológica será decisiva a este respecto. Para ello, para lograr una justicia tecnológica global, como hemos propuesto, se requiere poner en marcha políticas públicas y privadas al respecto a escala global.
El segundo problema es que este surgimiento de las clases medias en las economías en desarrollo puede chocar con algunos intereses de las clases medias de los países desarrollados, que no quieren ir a menos como ha ocurrido con la reciente crisis y su desigual recuperación. Este tipo de choque alimenta en las primeras algunos de los populismos que se nutren del malestar en las clases medias-medias y medias-bajas venidas a menos. Son necesarias políticas para evitar tal choque. Es un reto si la globalización, aunque reformada, ha de seguir avanzando y generando este enriquecimiento distribuido que ha dado pie al nacimiento de una clase media global, toda una bienvenida revolución.