Si nos dejáramos llevar por las apariencias parecería que la causa de la paz en Palestina recobra impulso. Bastaría para ello con fijarse en el nuevo acuerdo entre Hamas e Israel para poner fin a la dinámica de violencia que ha registrado Gaza a lo largo de agosto, o en el reciente acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) para normalizar sus relaciones. Pero eso supondría volver a caer en un error muy común cuando del conflicto árabe-israelí se trata. Porque basta con hurgar un poco más en los titulares para concluir, por el contrario, que la paz sigue tan lejana como siempre y que acuerdos como esos no suponen ningún avance.
En el primer caso, la mediación de Qatar solo le ha servido a Hamas para salvar la cara ante los más de 1,8 millones de gazatíes, simulando ser la autoridad real de un territorio en el que, por un lado, diferentes grupos yihadistas demuestran a diario que no se subordinan a sus directrices y, por otro, en el que Israel puede seguir adelante con su estrategia de hechos consumados sin sufrir ningún contratiempo por ello. Una estrategia que le permite tanto cerrar a cal y canto una Franja que la ONU ya ha declarado inhabitable, como castigar colectivamente a la población (lo que supone un acto ilegal), bombardeándola indiscriminadamente o dejándola a su antojo sin combustible (el suministro eléctrico apenas ha sido de cuatro horas diarias en el pasado mes), o sin medicamentos y suministros sanitarios ante una pandemia que ya ha hecho acto de presencia. De poco sirve en esas circunstancias las tan altisonantes como inoperantes expresiones de preocupación por parte tanto de la ONU como de la Unión Europea, testigos impotentes de una deriva que empobrece hasta el extremo a la población palestina, sigue alimentando opciones violentas condenadas al fracaso y, en el fondo, tampoco sirve a los intereses de Israel (a no confundir con los de Benjamin Netanyahu y sus adláteres).
De ahí que este provisional y vaporoso acuerdo no significa que Hamas y la Autoridad Palestina estén hoy más cerca de cerrar la fractura fratricida que se abrió en 2007, ni que dispongan de medios suficientes para mejorar el bienestar de su población o de potencial político para negociar una paz justa, global y duradera con el ocupante. Y, por supuesto, tampoco significa que Israel vaya a modificar su rumbo hasta que logre el dominio total de la Palestina histórica (con cuantos menos palestinos sea posible dentro de ella).
En el segundo caso, la escenificación del primer vuelo comercial (de la compañía israelí El Al) entre Tel Aviv y Abu Dhabi, con una delegación conjunta israelo-estadounidense a bordo, ha querido presentarse como el inicio de una nueva etapa que conduce a la paz en la región. La realidad es que la decisión de Mohamed bin Zayed- en lo que cabe interpretar como una alianza, más que como un acuerdo de paz- supone tirar definitivamente a la papelera la propuesta planteada en 2002 por la Liga Árabe (normalización de relaciones con Israel a cambio de su retirada a las fronteras de 1967). Implica, asimismo, un giro geoestratégico por parte de Abu Dhabi (y los que pronto se sumen a esta dinámica) interesados en estrechar lazos con Tel Aviv tanto en el terreno comercial y tecnológico como, mucho más, en su compartida percepción de Irán como el enemigo por antonomasia. Todo ello sin olvidar la conveniencia de hacer un regalo electoral a un Trump del que esperan continuidad en la provisión de una cobertura de seguridad que, por sus propias debilidades, no están en condiciones de cubrir por sí solos.
Visto así, de inmediato se viene abajo el discurso emiratí, cuando pretende hacer pasar el acuerdo por el mejor modo para lograr que Israel detenga su anunciada anexión de buena parte de Cisjordania. Como ya se ha encargado de decir abiertamente el propio Netanyahu a sus fieles, la anexión no se detiene, sino que, en todo caso, se retrasa su oficialización. En realidad, como se demuestra cotidianamente, la usurpación de tierras palestinas- incluyendo la aprobación de otras 650 órdenes de demolición de casas palestinas en Jerusalén en lo que va de año- es una práctica diaria irreversible. En resumen, ni hay intención de poner fin a la ocupación- lo que niega de raíz la posibilidad de la paz- ni cabe esperar que hechos como estos sirvan para que los palestinos miren el futuro inmediato con mínimas esperanzas de mejora.
A pesar de todo ello, vuelve a comprobarse cómo esas apariencias son suficientes para engatusar a algunos que parecen deseosos de engañarse a sí mismos. Y así, la Unión Europea se ha apresurado a mostrar su voluntad de reactivar el Consejo de Asociación UE-Israel, paralizado desde julio de 2012, como recompensa por el abandono de la idea de anexión del territorio palestino. A veces cuesta trabajo entender en qué mundo viven los Veintisiete.