La victoria de Trump: la micro le gana a la macro

Seguidores de Donald Trump en un mitin diurno de campaña 'Make America Great Again' en el aeropuerto de Phoenix Goodyear, Arizona (EEUU). En primer plano, un cartel azul con el lema 'Make America Great Again' (Hagamos a América grande de nuevo) en letras blancas; al fondo, partes de aviones. Victoria de Trump
Seguidores de Donald Trump en un mitin de campaña 'Make America Great Again' en el aeropuerto de Phoenix Goodyear, Arizona (EEUU). Foto: Gage Skidmore (CC BY-SA 2.0).

Sobre el papel, la economía de Estados Unidos (EEUU) tenía un comportamiento macro impecable antes de las elecciones del 5 de noviembre. La Administración Biden, con Kamala Harris como vicepresidenta y candidata demócrata a la Casa Blanca, mostraba unos números espectaculares. Un crecimiento del PIB del 3%, pleno empleo, con una tasa de paro del 4% y una inflación cercana al objetivo del 2%, consiguiendo así evitar una recesión pese a los elevados tipos de interés. A esto se unía un elevado dinamismo, en particular en el sector tecnológico, una política exterior y comercial para la “clase media” y una bolsa en máximos históricos. Muchos decían que con estos números macro, el titular siempre gana.

Pero la gente o, por lo menos, la mayoría de los votantes, que además afirmaban que la economía era una de sus principales preocupaciones, no lo ha visto así. En el Real Instituto Elcano nos gusta decir que “datos matan relatos”. Pero este es un ejemplo de que a veces “los relatos matan los datos”, por lo menos en política. Una interpretación de lo ocurrido en EEUU es que las cifras macroeconómicas son buenas, pero las percepciones sobre la economía son negativas y eso ha decantado la balanza a favor de Donald Trump. Como bien explica, Roger Senserrich, la mayoría de los americanos dicen que su economía doméstica va bien, pero dos tercios opinan que la situación económica del país es mala. Sólo hace falta viajar un poco por EEUU para darse de cuenta. La percepción de muchos es que se trata de un país en decadencia. Las infraestructuras son viejas, los aeropuertos parecen las estaciones de autobuses de Europa, los centros de las cuidades están llenos de vagabundos y drogadictos, y las infracciones de tráfico son frecuentes. Esta sensación de desorden y caos domina el día a día.

Esto explicaría por qué Trump ha podido aglutinar una gran coalición de trabajadores, no sólo blancos, sino también latinos y afroamericanos. Además, al centrarse únicamente en los aspectos positivos de la economía y enfatizar las guerras culturales de la agenda woke (feminismo, LGTBIQ+, cambio climático, etc.), que atraen a la élite cultural adinerada de las metrópolis de ambas costas, Kamala Harris ha desmovilizado a muchos de sus votantes de clase media, especialmente hombres jóvenes y ciudadanos de zonas rurales. Pero esto no va sólo de “percepciones”, “sensaciones” y “relatos”. Hay muchos datos que explican el enfado de la sociedad americana con su clase política y, por lo tanto, de la nueva apuesta por un Trump que promete un cambio radical.

“La percepción de muchos es que se trata de un país en decadencia. Las infraestructuras son viejas, los aeropuertos parecen las estaciones de autobuses de Europa, los centros de las cuidades están llenos de vagabundos y drogadictos, y las infracciones de tráfico son frecuentes”.

La inflación fue muy elevada en 2021-2022, con un pico cercano al 10%. Eso deja secuelas y, como argumenta Noah Smith, quizá fuese determinante para decantar el resultado de las elecciones. Aunque la mayoría de los salarios reales han recuperado poder adquisitivo, sobre todo en la parte baja de la distribución de ingresos, los precios no han bajado. Y la gente sigue viendo precios elevados, lo que les recuerda que antes “eran más ricos” cada vez que van al supermercado o la gasolinera. Como indica Jason Furman, si Trump hubiera sido el presidente durante los últimos cuatro años, los demócratas habrían denunciado que el ingreso mediano real de un hogar americano ha caído un 0,7% y que hay tres millones más de pobres hoy que en 2020, precisamente porque los mismos republicanos no han renovado las ayudas que se establecieron durante la pandemia del COVID-19.

Hay que destacar que hay cuatro partidas que no entran en el cálculo del IPC y han subido mucho. El seguro médico (que en EEUU es carísimo), las guarderías (que cuestan de media 18.000 dólares al año por niño), el precio de la vivienda (alquiler y compra) y los cuidados (lo que en España llamamos dependencia). Las matrículas de la universidad también se han disparado. Además, en EEUU muchos programas de ayuda social sólo son para los muy pobres, por lo que la clase media y media baja no tiene acceso a los mismos y sí ve la subida de precios.

Esto ha alimentado el descontento. Y es que a veces desde Europa sólo se ve lo bueno de EEUU. Su elevada renta per cápita (más de 81.000 dólares en 2023), Silicon Valley y sus grandes empresas tecnológicas, sus dinámicos mercados de capitales, sus buenas universidades y su capacidad para investigar e innovar. El Informe Draghi es un buen ejemplo de esa admiración. Pero hay una realidad estadounidense que es muy deprimente y que se viene gestando desde hace décadas. La esperanza de vida en EEUU ha caído en los últimos tiempos a 76 años, un nivel no visto desde hace casi dos décadas, está muy por debajo de la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y se sitúa al nivel de países como Colombia. En España es de 83 años.

En gran medida, esto se debe a que el sistema sanitario estadounidense es muy caro y deficiente (EEUU tiene unas tasas de mortalidad infantiles y maternales en nacimientos muy altas si se comparan con las de otros países desarrollados) y que las tasas de mortalidad por drogas y homicidios son también muy elevadas. EEUU presenta, de lejos, la ratio más alta de muertes por drogadicción del mundo, con más del doble de muertes que Canadá, que es el segundo país en esa clasificación. España, otra vez como referencia, está en el puesto 104. En cuanto al ratio de homicidios, EEUU se sitúa con seis muertes por cada 100.000 habitantes, entre Rusia y Mongolia, es decir, está entre los países con más violencia mortal, mientras que España e Italia no llegan a una muerte intencionada por 100.000 habitantes.

Otra estadística a tener en cuenta es que la participación de la población activa en el mercado laboral en EEUU es relativamente baja. Es decir, hay mucha gente que no trabaja, bien porque no encuentra el empleo que busca, bien, especialmente tras la pandemia, porque ya ni siquiera busca. Y eso es un problema estructural preocupante. Con sólo un 78%, la participación en EEUU está por debajo de la media de la OCDE, que es del 82%, y seis puntos por debajo de la de Alemania, con un 84%. En España está cerca del 82%. Es decir, al final, hay datos suficientes para explicar los resultados de estas elecciones y también para sacar ciertas lecciones desde el punto de vista europeo.

La economía estadounidense tiene muchos aspectos estructurales de los que Europa debería aprender, pero intentar emular o copiar el modelo americano, o incluso tenerlo como referencia, como suele suceder con mucha frecuencia entre algunas élites europeas, podría ser contraproducente. En la mayoría de las clasificaciones, tanto públicas como privadas, sobre calidad de vida, desarrollo humano y buen gobierno, los países europeos siguen apareciendo en los primeros puestos. Quizá sería bueno, por lo tanto, tomar Suecia, los Países Bajos o Dinamarca, como ejemplos, antes que EEUU. Si se quiere salir de Europa, Australia, Corea del Sur y Canadá también podrían ser modelos interesantes. 

En cualquier caso, es importante diferenciar la macro, y los datos agregados, de la microeconomía de muchos ciudadanos, comunidades y sectores. Y no hay que analizar sólo la parte material. Los intangibles también cuentan, por supuesto, para explicar la victoria de Trump. Y no es sólo importante analizar la seguridad económica, también es crucial entender bien la seguridad ciudadana y de dónde salen esas “percepciones” y “relatos” negativos sobre la marcha de un país. En Europa también hay una brecha cada vez mayor entre las élites y el ciudadano común, y en algunos países entre datos macroeconómicos y percepciones a pie de calle.

Trump, con el control del Senado y posiblemente de la Cámara de Representantes, tendrá vía libre para poner en práctica su política económica: bajadas de impuestos (sobre todo a los ricos), aranceles (que elevarán el coste de los bienes de consumo) y desregulación (que aumentará los beneficios empresariales y podría generar nuevas subidas de las bolsas). Eso puede traer números macro positivos.

Pero, como explica Adam Tooze, estas medidas serán muy perjudiciales para todos los ciudadanos que se ubican en el 50% inferior de la distribución de la renta. Habrá que ver si, en el futuro, el relato transformador de Trump puede o no con los datos. Lo podremos comprobar en la próxima cita electoral en EEUU, las elecciones de medio término a la Cámara de Representantes de 2026.