Como señala el sociólogo alemán Ulrich Beck, en el mundo actual, caracterizado por crisis y amenazas globales, los contornos entre “nosotros y los otros”, entre lo nacional y lo internacional, se difuminan, perdiendo eficacia las respuestas basadas en esas fronteras. Según Beck, para poder abordar las tensiones derivadas de esta nueva realidad se hace necesaria una nueva mirada cosmopolita, que nos permita ver el mundo en su nueva dimensión, superando nuestra mirada nacional.
Esta nueva sociedad del riesgo, caracterizada por mayores dosis de incertidumbre e impredictibilidad, adolece también de un gran vacío político e institucional. La emergencia de nuevos actores sociales, al margen de los Estados, que reclaman participar en el diseño de las decisiones que les afectan; y, más recientemente, una sociedad en red, cada vez más interconectada, definen, en buena medida, el nuevo escenario internacional en el que hay que actuar. Un escenario mundial que requiere de una mayor cooperación entre los antiguos Estados-nación, pero también, y al mismo tiempo, de diálogos cruzados entre todos los actores, de manera que se genere una mayor cohesión internacional.
Sin embargo, lejos de avanzar en esa dirección, la tendencia parece justamente la contraria. En un mundo apolar en lo político, y multipolar en lo económico, la dificultad para alcanzar acuerdos globales se ha incrementado. Adicionalmente, el ritmo acelerado en el que se desarrollan los acontecimientos requiere de una urgencia en la toma de decisiones que casa mal con la gestación de los consensos que deriven en soluciones globales ampliamente aceptadas, estables y duraderas.
En un trabajo publicado por el think tank estadounidense Brookings, bajo el título Informe sobre el estado del orden internacional firmado por Bruce Jones, y Thomas Wright, con Jeremy Shapiro y Robert Keane, se evalúa el estado de la cooperación internacional en los ámbitos económico, diplomático, y de seguridad, cinco años después del inicio de la crisis económica y financiera de 2008.
El Informe identifica once características del actual orden internacional (a destacar “el regreso de la competencia geopolítica; o la llamada “década perdida de Europa”), y señala algunos desafíos: construir un conjunto de mecanismos robustos que protejan frente a nuevas situaciones de inestabilidad financiera –muchos de los acuerdos del G20 no se han implementado-; resolver la “reducida capacidad y voluntad de Europa para influir en el orden mundial emergente”; abordar la escasa perspectiva de crecimiento económico de los BRIC, el riesgo de caer en la “trampa de ingresos medios” y el previsible desencanto de sus sociedades; o los riesgos de seguridad en Asia (en particular entre China y Japón), entre otros.
Sólo con más cooperación internacional es posible abordar estos desafíos. Sin embargo, la incapacidad de la comunidad internacional para hacer frente a los conflictos actuales es evidente. La situación en Siria, con más de 4 millones y medio de desplazados internos; más de 2 millones de refugiados; y más de 140.000 víctimas mortales, es ya, según ha afirmado el Alto Representante de Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, la gran tragedia de este siglo. La crisis que acontece en Ucrania, cuya deriva se atisba peligrosamente incierta, revela la falta de mecanismos eficaces de diálogo y distensión, que parece ser la gran constante de la sociedad del riesgo que caracteriza este siglo XXI.
En el nuevo orden mundial que no termina de nacer, un diálogo y coordinación estrecha entre la Unión Europea –que debería ser capaz de resolver los problemas de su espacio supranacional sin perder la mirada cosmopolita- y los Estados Unidos, junto con otros socios estratégicos en América Latina y el Atlántico sur, son imprescindibles. Fortalecer los mecanismos de gobernanza mundial –política, económica, social, medioambiental, y de seguridad– parece ser el único camino seguro, aunque, sin duda, sea desesperantemente lento, y plagado de obstáculos. Diálogo y cooperación internacional son la única receta posible para afrontar los retos y amenazas actuales que, aunque alejados de nuestras fronteras nacionales, son, en este siglo XXI, extraordinariamente cercanos. La línea entre “nosotros” y “los otros” es tan delgada que se ha hecho invisible. Ucrania y Siria son buenos ejemplos. Es urgente recuperar la mirada cosmopolita.