“Por fin podemos dejar el Brexit atrás y la Unión Europea puede seguir avanzando”, fueron las palabras de la presidenta de la Comisión Europea tras anunciar el acuerdo de relación definitiva entre el Reino Unido y la UE en Nochebuena. En realidad, más allá de que el Brexit es una pequeña tragedia, poder mirar al futuro es lo más importante. Tras cuatro años y medio en los que la Unión ha estado enfangada en una complicadísima negociación (primero por el acuerdo de salida, el Brexit político, y después por el de relación futura, el Brexit económico), puede por fin dedicarse a lo importante: buscar su lugar en un mundo de gigantes.
“Lo que empezaremos a vivir en 2021 es un Brexit duro, un acuerdo de libre comercio raquítico que prácticamente no cubre los servicios, restringe la movilidad de personas y que tiene importantes flecos abiertos (…)”.
Poco sentido tiene repetir lo que ya sabemos. Que el Brexit es un error; que seguramente la mayoría de los británicos –sobre todo los jóvenes– se van a arrepentir (de hecho, según un reciente estudio del Pew Research Center, el apoyo a la UE entre los británicos es hoy del 60%, el mayor de la historia, y el rechazo del 37%); que sus costes económicos serán significativos y se sentirán sobre todo a largo plazo; que los sufrirá más el Reino Unido por ser más pequeño; que como consecuencia del Brexit no está claro si Irlanda del Norte y/o Escocia seguirán formando parte del Reino Unido dentro de unos años; y que el día a día de los británicos y comunitarios que hasta ahora pasaban de un lado al otro del Canal de la Mancha casi sin darse cuenta se va a convertir en un quebradero de cabeza, sobre todo si lo hacen para algo más que para pasar unos días de vacaciones.
Aunque muchos soñemos con que en el futuro los británicos rectifiquen y vuelvan a la Unión, esto no va a pasar en los próximos años, por lo que es mejor centrarnos en lo que hay. Y lo que hay es un acuerdo de mínimos que evita el caos a corto plazo. Además, permite mantener la confianza sobre la que construir una relación económica más intensa en el futuro, al tiempo que facilita sostener la cooperación en seguridad y defensa, algo esencial habida cuenta que en los grandes temas geopolíticos los valores e intereses del Reino Unido van a seguir coincidiendo con los de la UE. Pero no nos engañemos. Lo que empezaremos a vivir en 2021 es un Brexit duro, un acuerdo de libre comercio raquítico que prácticamente no cubre los servicios, restringe la movilidad de personas y que tiene importantes flecos abiertos que no permiten eliminar la incertidumbre, por ejemplo, en lo que respecta a qué rutas podrá hacer Iberia. Pero como la geografía marca el destino, la UE y el Reino Unido están condenados a entenderse, por lo que haber evitado el divorcio a las bravas (algo que parecía muy difícil hace unas semanas) puede considerarse un éxito. Con la negociación fuera de los focos y la nueva relación asentándose, seguramente se podrá avanzar hacia un mayor nivel de integración en temas en los que es fácil encontrar ganancias mutuas, por ejemplo, la vuelta de algunas universidades británicas al programa Erasmus.
“Si el Brexit ha tenido algo bueno, es que ha hecho posible la aprobación del plan de recuperación europeo, que es un ejercicio de solidaridad sin precedentes que a buen seguro los británicos habrían vetado”.
Echando la vista atrás, la Unión puede estar orgullosa de varias cosas. Primero, de que el Brexit haya sido más una vacuna que una pandemia. No ha habido contagio a otros países de la Unión, y es poco probable que lo haya a partir de ahora, cuando los ciudadanos europeos, aún los más nacionalistas y escépticos de la integración, vean los daños que supone desengancharse de la Unión en aras de una quimérica recuperación de la soberanía, que además no se va a producir a menos que uno opte por convertirse en Corea del Norte. Segundo, de que se ha mantenido unida a lo largo de toda la negociación, y que de esa unión ha emanado una fortaleza que le ha permitido obtener casi todo lo que pretendía, tanto en el acuerdo de salida como en la relación futura. Así, a lo largo de las negociaciones, los británicos han aceptado prácticamente todo lo que quería la Unión en relación a la competencia leal, la pesca y la gobernanza de futuros conflictos. La integridad del mercado interior ha quedado salvaguardada, como también lo ha hecho, como pretendía el Reino Unido, la soberanía regulatoria británica (habrá que ver cuánto daño económico le hace esto al Reino Unido). Y es que la Unión, con su enorme mercado interior, su capacidad y experiencia negociadora, su solidez técnica y su complejo sistema legal, puede llegar a ser una apisonadora en cualquier negociación. Por último, si el Brexit ha tenido algo bueno, es que ha hecho posible la aprobación del plan de recuperación europeo, que es un ejercicio de solidaridad sin precedentes que a buen seguro los británicos habrían vetado.