Atrás queda 2016, un año histórico (no en el buen sentido de la palabra) para el proceso de integración: por vez primera, y como consecuencia del referéndum del 23 de junio, un socio decidió dejar el club. Los británicos rechazaron entonces enfrentarse a la globalización junto al continente. Prefirieron aislarse. El año 2016 fue también el de otros referendos en la UE, que siguieron el mismo patrón de rechazo: el de los Países Bajos sobre el Acuerdo de Asociación con Ucrania y el de Hungría en relación con la obligatoriedad en las cuotas de refugiados. Además, el pasado año consolidó el giro en las prioridades comunitarias, poniendo la seguridad (terrorismo, crisis de refugiados, gestión de fronteras y conflictos en el exterior) en el centro de la agenda política, al tiempo que reforzó la visión intergubernamental de la UE, dado el cada vez mayor papel protagonista del Consejo Europeo, también en el proceso de reflexión que se abre tras el Brexit.
El nuevo año se presenta incluso más difícil para la UE. A la preocupación por el terrorismo, el manejo de la crisis de refugiados o los riesgos económicos existentes, se suma la delicada gestión de la salida del Reino Unido, la imprevisibilidad del nuevo presidente de EEUU y, sobre todo, un ciclo electoral que no dará tregua. Al menos en la República Checa y tres de los Estados fundadores (a los Países Bajos, Francia y Alemania se les podría sumar una Italia que está en plena crisis interna tras la dimisión de Matteo Renzi) se celebrarán elecciones, determinando en gran medida hacia dónde se dirige la UE. De particular importancia es el caso de Francia, donde todas las encuestas señalan el pase a segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Marine Le Pen, la candidata del Frente Nacional. Si llegase a vencer, el golpe para la UE podría ser definitivo. No son tampoco menores los efectos que podrían ocasionarse de producirse un buen resultado de Geert Wilders en los Países Bajos o del AfD en Alemania, aunque en ambos casos resulta muy difícil imaginar un escenario en el que estas fuerzas populistas y euroescépticas se pudiesen hacer con el poder.
Habrá que seguir con atención a lo largo de 2017 el proceso de reflexión que iniciaron los Estados miembros tras el referéndum británico y que impulsaron, tras un receso veraniego lleno de reuniones, con la denominada Declaración de Bratislava, donde reiteraban su compromiso por establecer unas líneas rojas claras con el Reino Unido en adelante, que incluirían, al menos, la no iniciación de las negociaciones de salida hasta que Theresa May se decida por activar el artículo 50 del Tratado de la UE (cuestión que ha prometido sería antes de finales del mes de marzo), y la indisolubilidad de las cuatro libertades fundamentales de la UE, incluyéndose la libre circulación de trabajadores. Estas negociaciones serán, sin duda alguna, seguidas muy de cerca por España, tanto por la importancia de la relación bilateral en un sentido puramente económico como por los intensos lazos que unen a ambos países (incluyéndose el irresuelto contencioso de Gibraltar).
No hay que olvidar tampoco que en estos momentos está en vigor el procedimiento conocido como “Mecanismo de Estado de Derecho”, activado el pasado año por parte de la Comisión Europea para tratar de controlar el giro iliberal que se está produciendo en Polonia. A la Recomendación de la Comisión del pasado verano se ha venido a añadir otra complementaria en diciembre que le da al gobierno polaco un plazo de dos meses para actuar. En caso contrario no es descartable la activación del artículo 7 del Tratado de la UE, que podría incluso llevar a Polonia a perder sus derechos de voto en el Consejo. Asimismo, 2017 será testigo un año más de los intentos por avanzar en la gestión efectiva de la crisis de refugiados, tras un 2016 en el que lo más destacable quizá sea el polémico acuerdo con Turquía que buscaba cerrar la ruta del Egeo (y lo conseguía, pues se ha producido un descenso del 72% en las entradas irregulares, aunque al mismo tiempo los índices de mortalidad en el Mediterráneo aumentaban un alarmante 38%) y el acuerdo para crear la conocida como Guardia Europea de Fronteras y Costas. Para el éxito de ambos dosieres será fundamental el compromiso de los Estados miembros con los valores europeos.
“La UE debe aprovechar la llegada de Trump para llevar a cabo avances en materia de seguridad y defensa que la hagan menos dependiente”
Otros asuntos serán importantes en 2017 de igual manera. La llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU llena de incertidumbre la relación entre dicho país y la UE, también en el marco de la OTAN. La gran apuesta de los últimos años entre las dos potencias comerciales han sido las negociaciones por la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (TTIP por sus siglas en inglés). Las críticas de Trump a la política comercial estadounidense (junto con las dudas expuestas por parte de la sociedad civil europea) hacen que sea difícil que se acabe cerrando dicho acuerdo. La UE, en cualquier caso, debe aprovechar la llegada de Trump para llevar a cabo avances en materia de seguridad y defensa que la hagan menos dependiente de su socio norteamericano, al tiempo que ha de convertir el nuevo contexto en una oportunidad real para sacarle el máximo potencial a la Estrategia Global de la UE, recientemente aprobada bajo el liderazgo de la alta representante, Federica Mogherini.
En materia exterior tampoco hay que perder de vista la política de ampliación de la UE, donde como era previsible no se han producido grandes novedades últimamente, excepción hecha de la recomendación para abrir negociaciones con Albania. La salida de los británicos, tradicionalmente favorables a ampliar la UE, puede complicar aún más el horizonte para los países balcánicos. No obstante, existen riesgos aquí también para una UE que debe manejar la situación con inteligencia, dados los intereses de Rusia en la región y su demostración de que no dudará en intentar desestabilizar los intereses europeos en lugares como Montenegro, Serbia o Bosnia. Por su parte, la incorporación de Turquía al club comunitario se complica por momentos y más aún tras un intento fallido de Golpe de Estado que ha provocado una mayor radicalización del presidente Erdoğan, quien ha llegado a hablar de una posible reinstauración de la pena de muerte. Si esto se llegase a dar, acabaría por provocar casi de forma automática la salida de Turquía del proceso de adhesión.
Por todo lo expuesto aquí, la UE se enfrenta en 2017 a uno de sus momentos más complicados, coincidiendo con la efeméride que celebra el 60 aniversario de los Tratados de Roma. Retos internos (gestión del Brexit, aplicación del Mecanismo de Estado de Derecho a uno de sus miembros, ciclo electoral con buenas perspectivas para los euroescépticos, proceso de reflexión incierto sobre el futuro de la integración) y externos (redefinición de la relación transatlántica tras la victoria de Trump, creciente asertividad de la Rusia de Putin, también en los Balcanes, y la gestión de la crisis de refugiados, incluyéndose el necesario fin de la Guerra en Siria y la colaboración con Turquía para frenar los flujos) que probablemente van a marcar un antes y un después en el proceso de integración. Hasta la fecha, si bien con dificultades, la Unión ha sabido superar todos los obstáculos. Los de 2017 no serán menores en absoluto.