La redefinición del Orden Mundial, la proliferación de riesgos de distinta naturaleza e intensidad, la reducción de la brecha militar con sus adversarios y la crisis financiera en Estados Unidos ha obligado al Pentágono a formular la Tercera Estrategia de Compensación. Esta iniciativa pretende que el país mantenga una presencia permanente, disuasoria y efectiva en todo el planeta y, en caso de conflicto, proyecte la fuerza militar de forma rápida y resolutiva a cualquier punto del globo.
En este contexto, a principios de este año el general Martin Dempsey, la más alta autoridad militar de las Fuerzas Armadas estadounidenses, declaró que su país no gozaba de la supremacía en el ámbito cibernético, al contrario de lo que todavía ocurre en el resto de los ámbitos de operaciones. Por tanto, entre los principales objetivos estratégicos del Pentágono se encuentra alcanzar la supremacía en el campo de batalla cibernético y electromagnético, caracterizado por la convergencia de la ciberguerra, la guerra electrónica y el control del espectro electromagnético.
No cabe duda de que la desproporcionada digitalización de la información y la imparable proliferación de redes cableadas e inalámbricas, que permiten el acceso a sistemas que hasta hace pocos años se encontraban offline –unido al crecimiento exponencial en el uso y comercialización de dispositivos electrónicos de reducido tamaño, bajo coste y elevadas capacidades de almacenamiento–, están propiciando una imparable convergencia en la interoperabilidad de las distintas tecnologías, plataformas, sensores y armas condicionando la configuración del ciberespacio como entorno operativo y afianzando su condición de dominio transversal en el campo de batalla.
Para enfrentarse a estos retos, el Pentágono ha dotado a la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, en sus siglas en inglés) de un presupuesto cercano a los 3.000 millones de dólares (similar al aprobado para 2016) para investigación, desarrollo e innovación de nuevas tecnologías destinadas a uso militar, en especial las relacionadas con el ciberespacio. Buena parte de este presupuesto está destinado a programas que tienen como objetivo mejorar las capacidades que permitan realizar las denominadas Computer Networks and Electronic Operations (CNEO), satisfacer la creciente demanda de ancho de banda (necesario para que la presente y futura operatividad de las fuerzas armadas estadounidenses no se vea severamente reducida), evolucionar los sistemas no tripulados en cualquiera de sus modalidades (terrestres, acuáticas o áreas), avanzar en las tecnologías de miniaturización de sistemas y componentes eléctricos y electrónicos, mejorar las capacidades y tecnologías del Big Data con el objetivo de optimizar la gestión de la información, y avanzar en todas las disciplinas relacionadas con la inteligencia artificial, la biometría, la guerra inalámbrica o el uso avanzado de impresoras 3-D.
El Pentágono tiene la certeza de que las principales potencias mundiales (Rusia, China e Israel), llevan varios años trabajando en el desarrollo y obtención de capacidades cibernéticas avanzadas, y en especial las relacionadas con las CNEO. El supuesto aterrizaje de un drone de reconocimiento estadounidense en Crimea a manos de hackers rusos a principios de 2014, o el ataque israelí contra una central nuclear en Siria en 2007 serían algunos ejemplos que evidenciarían los avances de estos países en el ámbito de las CNEO.
Actualmente, las Fuerzas Armadas estadounidenses se encuentran inmersas en un proceso de redefinición y aplicación doctrinal en cuanto al carácter transversal y multidisciplinar del ciberespacio como nuevo entorno del campo de batalla. Paradójicamente, la inmensa mayoría de sus socios y aliados, aquellos que han llegado tarde a este nuevo dominio y que desde la urgencia pretenden gestionarlo, parecen no haber comprendido la transversalidad del ciberespacio y siguen desarrollando doctrinas verticales que propiciarían una reducción operativa de sus fuerzas armadas.
En definitiva, no cabe duda de que las Fuerzas Armadas modernas son cada vez más dependientes de los recursos electromagnéticos y las tecnologías del ciberespacio. Ambos están en un continuo proceso de convergencia, propiciando con ello la emergencia de un “campo de batalla cibernético y electromagnético” que requiere una adaptación continua.