¿Qué está ocurriendo en Yemen?
La inestabilidad crónica del país se acentuó cuando en octubre de 2010, el Presidente Ali Abdullah Saleh rompió el diálogo con las fuerzas de la oposición. En febrero de 2011 arreciaron las movilizaciones y aunque el Presidente Saleh anunció que no prorrogaría su mandato, la oposición solicitó su dimisión, una demanda que se exacerbó contagiada por las de Tunez y Egipto. El Gobierno permitió las manifestaciones pero los enfrentamientos entre partidarios y opositores aumentaron la violencia y desbordaron a las fuerzas de seguridad que recurrieron a la mano dura. La dureza de la represión condujo a la muerte de unos 50 manifestantes y varios centenares de heridos el día 18 de marzo, acabando con las posibilidades de una salida negociada y con el cambio de bando de miembros del Gobierno, la administración, el partido y grupos tribales, sociales y religiosos que antes apoyaban al régimen. El 21 de marzo de 2011 se enfrentaron cerca de Saná fuerzas de la Guardia Republicana leales al Presidente Saleh con sectores disidentes de las fuerzas armadas bajo el mando del general Ali Mohsen Al-Ahmar que desplegó en la capital carros de combate para proteger a los manifestantes y cercar los edificios del Gobierno. El 23 de marzo el Presidente Saleh anunció que estaba dispuesto a renunciar a su cargo, pero está por ver si el anuncio basta para frenar la tensión acumulada.
¿Qué riesgos de seguridad se corren con la situación actual?
Tanto la permanencia como el cambio de régimen generan riesgos. Yemen arrastra problemas estructurales como la división política, la pobreza, la corrupción o la presión demográfica, entre muchos otros, que le colocan en riesgo de ser un Estado fallido (ocupa el 15 lugar entre los 60 de más riesgo según el Indice de 2010 de Foreign Policy) y que no han mejorado durante los 32 años bajo el mandato del Presidente Saleh. Un cambio de régimen puede mejorar la gobernanza pero también puede degenerar en un conflicto civil entre partidarios y opositores al Gobierno. El Presidente ha tratado de asegurar la lealtad de las fuerzas anteriores eligiendo a sus mandos entre los miembros de su familia y tribu en detrimento de la lealtad del resto de los mandos y reclutas que no lo son. Como resultado, se ha ido produciendo un goteo de defecciones, incluida la policía de la capital y alrededores, que amenaza con contagiarse al resto de las fuerzas armadas (67.000) y a las de seguridad (71.200). La desestabilización o el vacío de poder podrían aprovecharse por el movimiento secesionista del sur, por los rebeldes huthis (chiíes de la secta zaidí) en el norte y por al-Qaeda en la Península Arábiga para aumentar su capacidad de influencia.
¿Cómo afecta lo anterior a la seguridad regional?
Arabia Saudita y Estados Unidos han respaldado al Presidente Saleh pero le han pedido que aceptara introducir reformas para desactivar la escalada de enfrentamientos. Para ambos el mayor riesgo no es el de un cambio de régimen sino el de una desestabilización prolongada. EE.UU. ha proporcionado equipo y asistencia militar para luchar contra el terrorismo (150 millones de dólares en 2010) pero no ha obtenido la colaboración decidida que buscaba del Presidente Saleh quien ha contemporizado con la actividad yihadista en su territorio. Arabia Saudí comparte la preocupación por Al-Qaeda pero también está preocupada por el riesgo de que las reivindicaciones de los huthis yemeníes interactúen con las de las comunidades ismaelita (en 2009 se desplegaron fuerzas saudíes en la frontera común) y chií dentro del territorio saudita (en plena ebullición por la crisis de Bahrein), acentuando la tensión entre Irán y Arabia Saudita.