Las revueltas sociales ocurridas a principios de 2011 en Túnez y Egipto y televisadas en directo a todo el mundo han sorprendido tanto a sus protagonistas como a los observadores externos. La sorpresa no ha sido descubrir que el Estado árabe es autoritario y feroz con sus habitantes, ni que Occidente haya apoyado que así fuera. Las imágenes que llegaban de Túnez antes de la huida de Ben Ali no se correspondían con los clichés asociados a las sociedades árabes durante décadas. Ésa fue la gran sorpresa. En las calles se manifestaban tunecinos de toda edad y condición de forma pacífica, espontánea y alejada de cualquier ideología o liderazgo carismático para pedir lo mismo: el fin de la tiranía y recobrar su dignidad como personas y como sociedad.
Algunos argumentaron que lo ocurrido en Túnez era una excepción, pero no fue así. La sociedad egipcia ha confirmado que se ha producido un cambio de paradigma en el mundo árabe. El coste de mantener una estabilidad aparente mediante la represión y las corruptelas se ha disparado. Algo ha quedado claro: ese modelo de “estabilidad” ya es insostenible. Los primeros sorprendidos han sido los propios tunecinos y egipcios que vencieron el miedo a expresarse y descubrieron su fuerza transformadora mediante el activismo sin violencia. El estereotipo según el cual cuanto más se humillaba a un egipcio más servil se volvía ya no sirve para explicar el autoritarismo. El comportamiento cívico y la defensa colectiva de valores universales que han transmitido las pantallas de televisión y de ordenador durante poco más de un mes están teniendo un efecto catártico que ha traspasado fronteras físicas y emocionales.
Quienes aseguraban que cualquier movilización social masiva sólo la podían liderar los islamistas no han acertado en los casos de Túnez y Egipto. Los que iniciaron y mantuvieron viva la movilización han sido una nueva generación que no apelaba al islam político como solución a sus problemas, y tampoco denunciaba un complot exterior como causa del malestar árabe. Su mensaje ha sido preciso y pragmático: rechazo de las dictaduras corruptas y petición de un sistema democrático. No han pedido sharía (ley islámica) ni teocracia. Una población cada vez más informada, conectada al mundo exterior y que desea tener el bienestar que tienen otros difícilmente querrá parecerse a la República Islámica de Irán ni adoptar el ultraconservadurismo saudí. Ya saben en qué acaban los totalitarismos y no lo quieren para ellos.
Las revueltas de Túnez y Egipto abren las puertas a una nueva etapa post-islamista en el mundo árabe. Del apoyo exterior dependerá parte del éxito o del fracaso de esta búsqueda de la democracia y la dignidad. Mientras que los islamistas siempre han dicho que “al-islam huwa al-hal” (el islam es la solución), muchos árabes ahora les replican que “al-i‘lam huwa al-hal” (los medios de comunicación son la solución). Cuanto antes se les escuche en el exterior, menos estereotipos sobrevivirán.