Se cumplen en estos días 50 años del inicio de la Revolución Cultural, la gran campaña que Mao Zedong lanzó con la intención de purgar el Partido Comunista Chino y la sociedad china de tendencias y elementos “capitalistas”. La campaña supuso para China un largo periodo de convulsiones, persecuciones y violencia, con un balance de varios cientos de miles de muertos y serios trastornos en el funcionamiento de la economía y del país en general.
Una cuestión cabe plantearse: ¿hasta qué punto la Revolución Cultural tiene un impacto en la China actual?
Como tantos fenómenos en la evolución de China, la Revolución Cultural es un fenómeno complejo, difícil de comprender. Sobre sus causas, lo primero que hay que tener en cuenta es que está muy unida a la figura de Mao, que fue su inspirador y motor principal.
Hay dos teorías principales sobre las razones que llevaron a Mao a lanzar la Revolución Cultural. La primera es la que hace referencia a una lucha por el poder. Mao sentía que le habían relegado del poder, temía que le pudiera pasar algo parecido a lo que pasó en la URSS con Stalin. La Revolución Cultural fue una operación dirigida a eliminar a sus oponentes en el Partido, en concreto la línea pragmática encabezada por el presidente de la República Popular, Liu Shaoqi, y por Deng Xiaoping, que defendía dar prioridad a la estabilidad social y el crecimiento económico.
La otra explicación es de tipo “ideológico”. Mao creía sinceramente que las políticas que se estaban aplicando en los últimos años ponían en peligro el sistema comunista, que había un serio riesgo de restauración del capitalismo. La Revolución Cultural fue su reacción contra estas tendencias: con ella quiso revitalizar e impulsar el espíritu revolucionario y comunista, aniquilar las tendencias “capitalistas”.
¿Lucha por el poder, o ideología? Probablemente las dos causas actuaron entremezcladas.
Se ha señalado estos días con frecuencia que la Revolución Cultural es una herida que persiste en China, que no ha habido una catarsis sobre unos acontecimientos que representaron una convulsión tan profunda y el sufrimiento, y en muchos casos, la muerte, para tantas personas. En China apenas se habla de la Revolución Cultural, apenas figura en los libros de historia. Se han hecho comparaciones en este sentido con la catarsis que experimentó Alemania tras el nazismo, o la que se produjo en los países de Europa del Este tras la caída del comunismo.
Existen dos razones principales para este vacío. En primer lugar, el Partido Comunista que dirigía el país cuando se produjo la Revolución Cultural es el mismo que lo dirige en la actualidad. Descalificar de forma radical el pasado podría poner en cuestión su legitimidad. En China no ha habido un cambio de régimen político, como sí se produjo en Alemania y en Europa del Este. En China sigue en el poder el mismo Partido Comunista.
Ahora bien, el Partido Comunista Chino actual es muy distinto al Partido Comunista de la época de la Revolución Cultural. Desde que se adoptó la política de reforma, en 1978, la línea pragmática es la dominante: el crecimiento económico es el gran objetivo nacional de China.
En segundo lugar, muchos chinos que vivieron la Revolución Cultural prefieren olvidar. El silencio, pues, es en parte voluntario. Muchos millones de chinos fueron perseguidos, pero también muchos millones de chinos fueron perseguidores (y muchos fueron tanto perseguidores como perseguidos). Ha habido algunos antiguos guardias rojos que han expresado arrepentimiento y han pedido perdón por lo que hicieron. Pero no son muchos.
Esto no quiere decir que la Revolución Cultural haya desaparecido completamente de la memoria colectiva del pueblo chino, que no ofrezca algunas lecciones que están presentes en la China actual. En primer lugar, la aversión al caos y al desorden, profundamente arraigada en el pueblo chino. La Revolución Cultural supuso, en especial en sus primeros años, los más convulsos, la desaparición de la autoridad, la anarquía, violencia, conatos de guerra civil en algunas zonas. En ese clima de desorden se desarrollaron las persecuciones, ejecuciones, humillaciones, torturas.
Si unimos el desorden de la Revolución Cultural (y antes, ya con el régimen comunista, el del Gran Salto Adelante) a todas las convulsiones que sufrió el pueblo chino desde mediados del siglo XIX (invasiones de países extranjeros, guerra civil, etc.), es perfectamente comprensible que un gran anhelo del pueblo chino sea mantener el orden y la estabilidad. Y el Partido Comunista –a pesar de sus errores, de sus defectos- es la única institución que se percibe como capaz de garantizar esa estabilidad.
El Partido Comunista devolvió a China la unidad, le ha permitido recuperar su papel de gran potencia en la escena internacional. Gracias al Partido Comunista, China se “ha puesto de nuevo en pie”, como dijo Mao en 1949, al proclamar la fundación de la República Popular. Además, el Partido Comunista, desde hace ya varias décadas sigue la línea pragmática: las tendencias “revolucionarias”, izquierdistas, ideas como que la gran prioridad es la “lucha de clases”, han quedado arrinconadas. El gran objetivo del país hoy es el crecimiento económico y la prosperidad. Y, bajo el liderazgo del Partido Comunista, China ha conocido un espectacular avance en sus niveles de bienestar económico en los últimos 35 años.
La segunda gran consecuencia es la conveniencia del ejercicio colectivo del poder. La Revolución Cultural fue posible por el enorme poder de Mao, y está asociada a un desmesurado culto a la personalidad de Mao.
Tanto Mao como Deng Xiaoping ejercieron un papel de gobernantes supremos, con un poder casi sin límites. La diferencia entre ambos a este respecto es que Deng, desde que se hizo con el control del poder, se propuso impulsar la evolución del Partido Comunista hacia esquemas más colectivos de ejercicio del poder. Desde la desaparición de Deng Xiaoping, China no ha tenido gobernantes supremos como fueron Mao y Deng.
En los últimos tiempos, por cierto, se ve con cierta preocupación el reforzamiento del poder personal de Xi Jinping, objeto también de un renacido culto a la personalidad que parecía pertenecer al pasado. Probablemente, desde la etapa de Deng Xiaoping ningún dirigente chino ha acumulado tanto poder como Xi.
Temor al desorden, frente al cual el Partido Comunista es la principal garantía, y favorecimiento de un ejercicio colectivo del poder: en estos dos puntos puede estar el principal legado de la Revolución Cultural en la China actual.