El nuevo secretario de Defensa de EEUU, Chuck Hagel, ha anunciado los nuevos pasos que la Administración Obama va a tomar en relación a su política antimisiles. Son cuatro:
- Reforzar la defensa del territorio norteamericano con el despliegue de 14 interceptores GBI (Ground-Based Interceptors) en Alaska, que se sumarán a los 30 que ya hay, entre ellos cuatro en California. Este paso incrementará la capacidad de defensa antimisiles en un 50%.
- El despliegue de un radar TPY-2 en Japón, contando con el apoyo del gobierno del país. Se aumentará así la capacidad de alerta temprana y seguimiento de cualquier misil lanzado desde Corea del Norte hacia EEUU o Japón.
- La búsqueda de un nuevo emplazamiento en EEUU para GBI adicionales.
- La reestructuración del programa SM-3 IIB, en el que se apoya la última fase del denominado European Phased Adaptive Approach (EPAA), sistema del que forma parte la base española de Rota.
¿Por qué este cambio y qué significa? Ante todo hay que recordar que los esfuerzos de los norteamericanos por desarrollar capacidades de defensa antimisiles tienen como objetivo la defensa del territorio norteamericano –amenazado por misiles intercontinentales y de largo alcance– y, por otro, la protección de las fuerzas desplegadas en el exterior y de los aliados –amenazados principalmente por los misiles de corto y de medio alcance–. Según qué gobierno y según el análisis de las amenazas en cada momento, las diferentes administraciones norteamericanas han hecho hincapié en uno u otro ámbito, o en los dos (véase: ¿Qué es el sistema antimisiles europeo?, Carlota García Encina, ARI nº 2/2012, Real Instituto Elcano).
En el caso de Barack Obama, en 2009 decidió modificar la arquitectura de la defensa antimisiles de su predecesor. Quería dotarla de mayor flexibilidad y de menor coste, pero también deseaba dar respuesta a la creciente amenaza de los misiles de corto y medio alcance con origen en Irán, dejando en un segundo plano la posible amenaza de los misiles de largo alcance contra territorio norteamericano, sobre todo de aquellos que llegaran por el oeste. Ideó una nueva estructura que daría protección en el área europea tanto al personal civil y militar norteamericano como a la población de los aliados. Nació así el denominado EPAA, cuya filosofía y principios también están siendo aplicados por Washington en otras regiones como Asia-Pacífico y el Golfo Pérsico, aunque su desarrollo es menor.
El EPAA es un sistema tierra-mar, apoyado principalmente en los Standard Missile-3 (SM-3) y en su continuo desarrollo para obtener versiones superiores para cada una de las cuatro fases en los que se estableció el EPAA:
- Fase uno: despliegue de buques con el sistema AEGIS, interceptores SM-3 IA y sensores como el Army Navy/Transportable Radar Surveillance (AN/TPY-2) para haber frente a la amenaza regional de misiles balísticos en Europa.
- Fase dos: despliegue de la versión avanzada SM-3 IB en dispositivos tanto en tierra (no fijos) como en mar, y sensores más avanzados para ampliar la defensa contra las amenazas de misiles balísticos de corto y medio alcance.
- Fase tres: despliegue de la versión avanzada SM-3 IIA para la defensa contra las amenazas de misiles balísticos de alcance corto, medio e intermedio.
- Fase cuatro: despliegue de la versión avanzada SM-3 IIB para la defensa contra las potenciales amenazas de misiles balísticos intercontinentales contra territorio norteamericano.
La idea de Obama de dirigir su defensa antimisiles a poner freno a la carrera nuclear en Oriente Medio se ganó el beneplácito de los aliados, pero no tanto el de los propios norteamericanos. A pesar de que la última fase del EPAA estaba diseñada para dar cobertura al territorio norteamericano contra los misiles intercontinentales ICBM que le llegaran por su costa oriental, muchos alertaban del abandono de la defensa del territorio nacional –no se reforzaba la protección de la costa occidental, es decir de la amenaza norcoreana– en beneficio del EPAA, y por tanto del incremento de la vulnerabilidad de EEUU.
Es precisamente ésta etapa la que desaparece. ¿Por qué? Ante todo se veía venir. Ya el año pasado el Congreso norteamericano decidió retrasar la cuarta fase del EPAA de 2020 a 2022 debido a los recortes presupuestarios en defensa. Por otro lado, las recientes muestras de la fortaleza nuclear norcoreana hicieron sonar todas las alarmas en el último Comité de Inteligencia del Senado. Y finalmente, un reciente informe interno elaborado para el Congreso ponía en duda las posibilidades de Irán de desarrollar misiles transoceánicos.
Todos estos factores pesaron en la decisión de Obama de traspasar los fondos destinados a la última etapa del EPAA a reforzar la defensa del territorio, una protección que hoy ofrecen 30 interceptores GBI situados en Alaska y California y desplegados durante la Administración anterior. Aunque la restructuración deja un vacío en la protección futura del territorio contra misiles de largo alcance que llegan por su costa este, es una decisión lógica y prudente. Pero sobre todo es una respuesta directa a las provocaciones de Pyongyang. Presumiblemente, los GBI estarán instalados en 2017.
Como toda decisión política en EEUU, ha dado lugar a un debate que se ha centrado en saber cuál es la verdadera magnitud de la amenaza de Corea del Norte, en la fiabilidad de los interceptores GBI –que dejaron de testarse en 2008–, en el número de interceptores adicionales necesarios para una verdadera mejora en la protección del territorio, en si la decisión ha sido un signo más del “reequilibrio” hacia Asia, o si detrás está la idea de contentar a Moscú, que nunca vio con buenos ojos el EPAA.
¿Pero qué pasa con el EPAA, con la OTAN y con Rota? Por ahora, todo sigue según los planes previstos. Cuando Washington lanzó el EPAA, su idea era que fuera multinacional y se integrara en la OTAN. Por eso en ella participa España –con la aportación de la base de Rota, donde podrán descansar cuatro destructores AEGIS de la Marina de EEUU (fase 2)–, Rumanía y Polonia –que acogerán interceptores (fase 3)–, y Turquía –donde se ha estacionado un radar (fase 1)–. Y en cuanto a su integración en la Alianza, el EPAA es desde 2010 la contribución nacional de EEUU a la defensa antimisiles de la OTAN (Ballistic Missile Defence, BMD). Un sistema –el aliado– que ya ha alcanzado la “capacidad interina”, tras ser declarada en la cumbre de la OTAN en Chicago, en mayo de 2012. Es decir, ya tiene la capacidad básica de mando y control. Aparte del EPAA, hay otras contribuciones nacionales al BMD de la OTAN: Alemania alberga la estructura de mando y control en Ramstein; Francia planea desarrollar un sistema espacial de alerta temprana y un radar de largo alcance; y los Países Bajos han anunciado un plan de incorporar radares de defensa antimisiles a cuatro naves. España no contribuye directamente, sino a través del EPAA norteamericano.
La cancelación de la cuarta fase del EPAA no disminuye el compromiso adquirido por parte de EEUU con los aliados. Las tres primeras fases, que deberán estar concluidas en 2018, siguen su curso sin demoras, y con la conclusión de todas ellas se logrará la cobertura total del área europea, e incluso podría dar protección a otros países como Egipto.
Sin embargo, aunque el compromiso de EEUU está asegurado, hay otros factores en relación a la BMD aliada a los que hay que prestar atención. Ante todo hay una necesidad y una demanda de contar con más aportaciones de los aliados al sistema, incluso abriendo la posibilidad a la participación de países no miembros, como se acordó en la cumbre de Lisboa.
En segundo lugar, el Defense Science Board, un grupo asesor del Departamento de Defensa norteamericano, y el Government Accountability Office (GAO) han advertido en sendos informes sobre algunos problemas técnicos, retrasos y mayores costes de los previstos en el EPAA. Anteriormente, otras dos organizaciones, la Arms Control Association y la Federation of American Scientists, habían puesto en entredicho la adecuación de las pruebas del SM-3 y habían detectado cierta fragilidad en el sistema. Hay que recordar que se trata de una tecnología que aún está en desarrollo.
En tercer lugar, las restricciones presupuestarias no sólo en EEUU sino en el resto de países aliados puede llevar a una disminución o retraso en los compromisos adquiridos. No hay que olvidar que la importancia del BMD de la OTAN va más allá de los aspectos técnicos de un único y complejo sistema de defensa. Es el proyecto político militar más importante desde el final de la Guerra Fría y una prueba de la viabilidad del vínculo transatlántico, basados en la indivisibilidad de la seguridad aliada y la solidaridad de la OTAN. Significa además compartir las mismas amenazas y dar más credibilidad política y militar a la organización. En cuanto a la contribución de Rota, también va más allá de la defensa antimisiles ya que aporta un valor añadido a la estabilidad en el Mediterráneo y es crítica para las operaciones navales, como subrayó el anterior secretario de Estado de EEUU, Leon Panetta, en una reciente visita a España.
Para terminar, dos cuestiones más. Por un lado, crecen las noticias que afirman que Corea del Norte e Irán están trabajando juntos tanto en el desarrollo de misiles como de capacidades nucleares. Un vínculo sobre el que aún hay muchos interrogantes pero que podría dar al traste con los informes que aseguran que Irán no tiene capacidad actual para desarrollar misiles de largo alcance.
Y por último, y quizá lo más importante: ¿quién asegura que Obama no va a anunciar más modificaciones en el sistema antimisiles? El EPAA, tal y como queda ahora, carece de vínculo alguno con la protección del territorio norteamericano, lo que puede restarle en un futuro apoyos en el Congreso de EEUU. No hay que bajar la guardia.