La paz perpetua, más allá de lo que Kant pudiera realmente pensar, ni siquiera existe en los cementerios. Recordemos que el “chino de Königsberg”, como le gustaba ácidamente a Nietzsche referirse a él, no confiaba tanto en la bondad natural humana para llegar a esa situación, como en la voluntad política de los Estados para crear normas que permitieran convertir la guerra en algo ilegal. Pero es obvio que 220 años después, si lo medimos en términos filosóficos, o 71, si tomamos a la ONU como referencia, todavía no hemos logrado ni vivir en paz ni preservar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra.
El más reciente análisis de la Escola de Cultura de Pau –Alerta 2016! Informe sobre conflictos, derechos humanos y construcción de paz– señala que en 2015 se contabilizaron 35 conflictos armados en todo el planeta –13 en África, 12 en Asia, 6 en Oriente Medio, 3 en Europa y 1 en América–, a los que se añadieron 83 escenarios de tensión global –36 en África, 20 en Asia, 11 en Oriente Medio, 11 en Europa y 5 en América. Un año antes esa siempre recomendable fuente de información y análisis identificaba 36 conflictos y 95 escenarios de tensión global.
No vivimos buenos años para la paz. Incluso ahora, cuando acaba de anunciarse la firma de un esperanzador acuerdo entre el gobierno colombiano y las FARC, siguen siendo muchos los focos de violencia y demasiados (20 conflictos armados y 52 situaciones de tensión activas) los casos en los que ni la ONU ni otras organizaciones regionales ha logrado ni tan siquiera establecer un embargo de armas. Aun así, también es cierto que, comparado con los niveles de violencia y muerte que vivió el plantea en la primera mitad del siglo pasado, parecería que todo tiempo pasado fue netamente peor. Algo que matiza con datos el Institute for Economics and Peace (IEP) en su Global Peace Index 2016 (Índice de Paz Global 2016), al considerar por un lado que, sin contar lo que ocurre en Oriente Medio, el mundo sería hoy mucho menos conflictivo que un año antes; para añadir de inmediato que desde 2008 se ha ido registrando un continuo deterioro, que ha llevado a que se haya quintuplicado el número de muertos en el campo de batalla y haya aumentado en prácticamente un 300% el número de fallecidos como consecuencia de actos terroristas.
A lo largo de 2015 se logró dar formalmente carpetazo a cuatro conflictos –República Centroafricana, Sudán (Darfur), Malí y Sudán del Sur. Apenas cuatro gotas en un océano en el que, visto a escala general, un total de 81 países se han vuelto más tranquilos que un año antes, mientras otros 79 han empeorado, volviéndose más conflictivos. En la clasificación de los 163 países contemplados en el estudio del IEP los diez primeros lugares están ocupados por Islandia, Dinamarca, Austria, Nueva Zelanda, Portugal, República Checa, Suiza, Canadá, Japón y Eslovenia (España aparece en el puesto 25 a nivel global y en el 18º de los 36 europeos analizados). En el extremo opuesto se sitúan Siria, Irak y Afganistán, donde se ha registrado el 75% de las 112.000 muertes violentas producidas en los campos de batalla de todo el mundo.
La firma de la paz, como desgraciadamente se deriva del hecho de que más del 40% de todos los conflictos armados actualmente activos son el resultado de fracasos en la implementación de acuerdos de paz establecidos en la mesa de negociaciones, es solo un paso más en la superación de la violencia organizada. Y aunque siempre habrá que reclamar que el esfuerzo principal en clave de construcción de paz debe ser la prevención (potenciando, entre otros mecanismos, los de alerta temprana y de acción igualmente temprana), resulta inmediato constatar la significativa mejora de la situación general que se obtendría si la reconstrucción postbélica se asumiera como un elemento central para evitar la recaída. Ojalá el caso de Colombia sea una historia de éxito, evitando que las numerosas asignaturas pendientes que aún quedan por resolver tras la firma del acuerdo en La Habana terminen por provocar nuevos conflictos.
Un contrapunto inquietante en este terreno, que muestra una vez más el alto nivel de incumplimiento de los compromisos adquiridos por nuestros gobiernos y su desinterés por plantear respuestas multilaterales y multidimensionales a problemas que nos afectan a todos, es el último informe de ACNUR sobre desplazamiento forzado. Si ya el año anterior se había alcanzado el triste record histórico de 59,5 millones de refugiados (19,5), desplazados (38,2) y solicitantes de asilo (1,8), 2015 ha terminado con un volumen total estimado en 65,3 millones (21,3 de refugiados, 40,8 de desplazados y 3,2 de solicitantes de asilo). Trágica realidad que nos apela tanto individual como colectivamente y que demuestra no tanto la falta de capacidades como de voluntad política para entender lo que significa realmente vivir en una aldea global.